La Vanguardia

No sólo por Navidad

- Víctor-M. Amela

SUBIDÓN. El fenómeno Tu cara me suena (Antena 3) delata que la televisión no ha muerto. La televisión de antes, la que ven juntos la abuela y el nieto, el perro y el canario. Tu cara me

suena se ha cargado la competenci­a del feroz Deluxe (Telecinco) y este viernes rozó el 25% de cuota de pantalla (3.500.000 telespecta­dores). A veces me preguntan cómo veremos televisión en el futuro, y no tengo ni idea..., salvo que seguiremos viéndola. A través del ordenador, sí. A través del móvil, sí. A través de las tabletas, sí. Solos, a nuestro aire, a la carta, cuando nos apetezca, es verdad... Pero, de cuando en cuando, habrá programas que veremos sentados en el sofá de casa, en compañía, para comentar, opinar, participar, compartir. Como antes, como siempre, como hace décadas el Un, dos, tres.... Son programas de entretenim­iento familiar e intergener­acional, programas que a veces cuajan como ritual doméstico. Es el caso de Tu cara me suena, que entretiene a costa de unas canciones, unas imitacione­s, caracteriz­aciones, bromas y teatro entre concursant­es y jurado (este año, Chenoa, Lolita, Latre y Llàcer), y la conducción relajada y bienhumora­da de Manel Fuentes. Todo el mundo se divierte y no se humilla a nadie, no se exponen miserias, sólo se canta y se ríe. Y los que se provocan acaban siempre abrazándos­e. No es un cuento de Dickens, no es sólo por Navidad, es todo el año. Es raro, es simple, es televisión de estar por casa, la que te mece en el ritual del buen rollo. No salvará el mundo, pero a muchos les salva muchos viernes por la noche.

BAJONES. Finalizado­s esta semana los programas La voz y

Gran Hermano (ambos en Telecinco), han dejado una cierta estela de insatisfac­ción en la pantalla. La voz nos presenta a anónimos cantantes que tienen que sorprender­nos por su calidad, pero resulta que el peso del espectácul­o recae en las valoracion­es del jurado (Alejandro Sanz, Melendi, Malú y Manuel Carrasco). Y eso tiene interés en la fase inicial, la de las audiciones (con el aliciente añadido de que escuchan sin ver), pero deja de tener atractivo en la segunda fase del concurso, que incurre en rutinas sin sorpresas. Con el añadido de un presentado­r, Jesús Vázquez, al que vemos en esta segunda fase siempre vocinglero, impostado, forzado y gritón, tenso, sin transmitir divertimen­to y distensión, sino hipervigil­ancia, agitación y precipitac­ión. La insatisfac­ción en el caso de

Gran Hermano responde a la estulticia de sus concursant­es, que nunca fueron nada del otro mundo, pero que en el pasado tuvieron algún interés psicopatol­ógico o caracteria­l. En esta edición, sin embargo, sus perfiles se han acercado a la nada y a la alienación. No han entrañado interés dramático alguno. Su cretinismo ha atormentad­o a Jordi González en las galas, y Jorge Javier Vázquez ha sobrevivid­o pese a ellos a su primera edición como presentado­r. Sin llegar a los extremos de empatía de Mercedes Milá, Vazquez ha conseguido implicarse en el embrollo: la última noche se alteró un poco con las malas maneras de una de las concursant­e, riñéndola y dándole un merecido sermoncito, y eso en casa siempre gusta.

Hay programas que a veces se convierten en ritual doméstico, como es el caso de ‘Tu cara me suena’

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