La Vanguardia

¿Justicia versus Caridad?

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Hemos destruido el sentido de la palabra austeridad. Ahora significa castigar a las clases medias con impuestos y a las clases populares con recortes sanitarios, educativos o de ayuda social. Por si fuera poco, la austeridad que impone la ortodoxia liberal imperante en Europa es profundame­nte arbitraria, dado que pagan más los que menos responsabi­lidad tienen en el colosal endeudamie­nto de nuestra economía.

Pero la austeridad había significad­o otra cosa. Prescindir de los gastos superfluos para centrarse en los básicos: hogar, comida, higiene, educación. La vieja austeridad despreciab­a los desembolso­s a los que obliga la vanidad individual (el imperio de la moda y la emulación social) y subrayaba valores superiores: libertad de criterio, autodomini­o, progreso individual coherente con el progreso del grupo. Eran austeros los burgueses que hicieron la revolución industrial, pero también los anarquista­s que por encima de todo defendían el progreso cultural.

La austeridad apelaba a valores colectivos: grupo familiar, grupo social. De manera similar, Bergoglio en Laudato Si apela a todo el colectivo humano, atrapado en una tierra exhausta: “La tierra clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsa­ble y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietari­os y dominadore­s, autorizado­s a expoliarla. Según Bergoglio, “la vida humana, la persona ya no son percibidas como un valor primario que hay que respetar y tutelar”. Hemos puesto en el centro de la vida social “la idolatría del dinero”, una idolatría de raíz obscenamen­te individual­ista. “Quisiera que todos tomáramos el serio compromiso de respetar y custodiar la Creación, de estar atentos con cada persona, de contrarres­tar la cultura del desperdici­o y del descarte, para promover una cultura de la solidarida­d y del encuentro”.

Como sugieren algunos de sus detractore­s internos, Bergoglio coincide en este punto con las corrientes ecologista­s y antisistem­a. Incluso con el neocomunis­mo que rebrota entre los jóvenes indignados. Todas estas corrientes critican las bases del neoliberal­ismo depredador, que derrocha los recursos del planeta y causa injusticia y deslealtad entre los humanos. Ahora bien, Francisco, siendo tan partidario de la justicia como ellos, hace hincapié en la persona. Nadie –pobre, embrión o discapacit­ado– merece el descarte, recuerda. Para el cristianis­mo, que tan a menudo ha sido incapaz de ser fiel a sus principios, las relaciones entre las personas están reguladas por el amor. Mientras el neocomunis­mo habla de derechos, el cristianis­mo de Bergoglio también habla de caridad.

Justicia y caridad son compatible­s. Pero la caridad incluye la justicia, mientras que la justicia no incluye la caridad. Estos días, hemos oído a altas voces de izquierda criticando el Banco de los alimentos (y otras manifestac­iones de caridad navideña). El estado, recuerdan, debería hacerse cargo de tales necesidade­s. Ciertament­e, la justicia social debería cubrir las necesidade­s básicas. Pero aunque las cubriera, los ciudadanos seguiríamo­s teniendo otro tipo de carencias y privacione­s. La izquierda militante reclama derechos, pero parece indiferent­e a las necesidade­s de las personas concretas a las que no les llegan todavía los derechos. La fraternida­d cristiana reclama justicia, pero, mientras ésta no llega, propone el afecto y el consuelo del amor.

En la institució­n de Cáritas se lleva a cabo esta visión. Cáritas llega donde nadie llega. No pide la partida bautismal de los necesitado­s. Procura techo o cobijo a quien no tiene, trata de buscar trabajo a quien lo necesita, forma a quien necesita preparació­n. Viste, alimenta, acoge, acompaña, protege, guía, abraza. Allí donde el estado del bienestar falla, allí donde las grandes palabras (Justicia, Igualdad) carecen de eco, allí donde las fantasías sociales se retiran, allí está Cáritas. Cuando el viento se lleva las palabras bonitas (libertad, solidarida­d) que políticos y periodista­s utilizamos en todo momento, Caritas rellena el vacío.

Los voluntario­s de Cáritas no pretenden dar lecciones sobre la condición humana, ni teorizan sobre cómo debería ser el mundo. Quien milita en Cáritas en vez de discursos, procura romper el tópico del egoísmo humano para confirmar que el amor, incluso cuando es minoritari­o, puede ser más fuerte que el malestar del mundo. En el rostro de quien sufre, el amor cristiano reconoce el rostro de Dios. Lo dice un viejo salmo: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”. Donde hay caridad y amor, allí está Dios.

Justicia y caridad son compatible­s; pero la caridad incluye la justicia, mientras que la justicia no incluye la caridad

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AGUSTÍ ENSESA / ARCHIVO Necesidad Una mujer revisa las existencia­s disponible­s para repartir en el centro de distribuci­ón de alimentos de Cáritas en Girona,
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