Rauschenberg, el arte total
Las audaces invenciones de Robert Rauschenberg toman la Tate Modern de Londres. Su activa combinatoria resulta a la mirada contemporánea sencillamente premonitoria: ha sido el adivino sagaz del arte del siglo XXI. Quizás esa versatilidad aporta la prueba crucial de su dimensión artística, un heterodoxo manipulador de imágenes que, como Picasso, descubre mas que busca asociaciones casuales o forzadas entre objetos que desconciertan al espectador espabilando su imaginación.
El texano Rauschenberg partió del Arts Institute de Kansas City, y vivió luminosas experiencias en lugares totémicos para la modernidad. Academie Julian, la sombra de Dadá, el surrealismo existencialista en París. El Black Mountain College después: fue alumno de Joseph Albers y cómplice de Towmbly, con quien descubrió Roma, De Kooning y John Cage. Ya en Nueva York trabaja los monochrome en collages de papel pegado: Black y White Paintings, 1953. Adversario discreto, además, de la abstracción expresiva de Greenberg y de la supremacía ideológica de la pintura, Rauschenberg propone en Combine
Paintings un arte híbrido que mezcla sin jerarquía los géneros artísticos y los objetos de azar en razón de su legibilidad. “Integrar sobre la tela objetos de la vida”, así de claro.
Más tarde llegan las serigrafías en seda, de intención crítica y figurativa que preceden a Warhol, y las esculturas de acumulación y dinámica mecánica. Monogram, esa perpleja cabra picassiana hecha de residuos, es el mejor “combinado” y abre el momento dorado del artista cuando pintura, escultura, fotografía, gráfica, instalación y acción coinciden en un espectáculo visual irrepetible que cubre cinco décadas trepidantes cuidadosamente recuperadas en el espacio londinense. Un arte total. El pintor absorbe –Picasso de nuevo– el expresionismo abstracto, el pop art y el conceptualismo que utiliza a placer en acciones de poderosa presencia formal y han sobrevivido a su tiempo. Rauschenberg, ha confesado un crítico británico, fue “en sí mismo el arte moderno”. La acción plástica Elgin Tie, de 1964, visualiza un atrevido manifiesto de energía creativa y originalidad, como quizás los agresivos collages con objetos de principios de los sesenta, como First Time
Painting, de 1961. Junto al momento musical de improvisación sonora, con John Cage y Merce Cunningham en Nueva York y el exultante experimento alado Pelican de 1963. “Todos podemos danzar, y cualquier movimiento es danza”. Tal vez.
Un arte vivo marcado por la multiplicidad matérica, la variedad asociativa y una punzante imaginación constructiva que convierte en sorprendentes objetos e intervenciones trasformados enseguida en radicales desafíos innovadores. Otro crítico fiable ha señalado la coincidencia en Manhattan de tres personalidades desbordantes que nos han enseñado a descubrir el mundo “después del arte”. Tres intérpretes aventajados de Marcel Duchamp, sin duda, pero con las paradojas e ironías visuales que auguran la globalización actual.
Rauschenberg fue también un viajero avispado que vio en Asia y la China postimperial un potencial desatendido de iniciativas artísticas intrigantes. En efecto, Rauschenberg, Jasper Johns y Cy Towmly, tres sureños en Nueva York que armaron un frente divertido opuesto a la salmodia gestual de Pollock y los suyos, inflados sin duda por la crítica y convertidos en emblema cultural norteamericano a la zaga de la hegemonía absoluta. Un osado acto de propaganda. Sin embargo, la exposición Abstract Expresionism, ahora en la Royal Academy londinense, pone las cosas en su tiempo y contrasta claroscuros para hacer justicia a la diversidad matérica, cromática y formal de quienes hicieron entonces un arte distinto, con De Kooning y sus figuraciones, las sublimidad de Rothko o los fluviales campos de color. Una aventura. Es difícil de entender, con todo, la sensibilidad artística pionera de Rauschenberg sin situarla en la efervescente escena americana de los sesenta, cuando despuntaba la contracultura y el oscuro imperio de los medios pugnaba por dividir el territorio plástico, todavía artesanal y de taller.
La técnica del reciclaje, los relieves, esculturas y objetos configuran los “recuerdos sin memoria” que dieron fama a Rauschenberg en la crispada Europa de postguerra, con su firmeza plástica e imaginativa. Actitud difícil de secundar en la provocadora lucha ideológica del momento cultural europeo. Fabuló collages sobre lona y revolucionó la técnica litográfica. Fue Gran Premio del Grabado en Ljubljana y enseguida Gran Premio de la Biennale de Venecia de 1964.
La interventiva e insaciable capacidad figurativa de Robert Rauschenberg lo ha convertido acaso en el artista norteamericano más influyente del siglo XX. Y aquí la muestra londinense destaca por la complicidad que hace justicia al artista. Monogram, Pelican, el elaborado
Mud Muse, que atiende el latir del barro, la tecnología espacial de la NASA, Kennedy vencido. Un mundo de arte alerta al fantasear imprevisible de los hombres que intuye, por qué no, la era digital.
Una confidencia para terminar. El artista creó la serie Gluts, 1986-95, tras una visita descorazonadora a Texas donde vivió su juventud. La brutal crisis económica del petróleo y la devastación de un paisaje industrial amenazador pero potente y legendario. Un erial de ruinas industriales, señales de tráfico rotas, matrículas retorcidas, pozos calcinados. La visión apocalíptica que Rauschenberg interpreta en clave indiciaria como el ocaso de un tiempo en quiebra. El IVAM expuso las obras en un duro relato testimonial integrado en el arte crítico del collage en el momento vanguardista radical, entre Schwitters y el bélico Agitprop. Robert Rauschenberg visitó entonces el museo, había recibido el premio Julio González de 2004, y lo recuerdo conmovido ante los fotograbados y los collages acerados de Heatfield y Renau diestramente recuperados en las colecciones. “Objetos de desasosiego”, como exigía el impaciente crítico norteamericano Harold Rosenberg del arte vivo.
Una trama apabullante de complicidades: belleza, verdad y caos.