Cuando ganan los buenos
Nos presentamos a concursos, y si los ganamos es porque somos buenos. No es ni por precio ni por diversidad”. La Casa de Carlota es un estudio de diseño que hace packaging, logos o campañas de comunicación como la de Navidad del Ayuntamiento de Barcelona en los dos últimos años. Tiene clientes como Nestlé, Uriach, Veritas, Andbank, Zurich o las bodegas Jaume Giró. El equipo al completo suma unas 25 personas, y al frente están Josep Maria Batalla –que fue vicepresidente creativo en Havas– y Sergi Capell –anteriormente, director de la Obra Social de Caja Madrid para Catalunya y Baleares–. Empezaron hace cuatro años y su modelo está funcionando con éxito: un antiguo colaborador ha creado una Casa de Carlota en Bogotá, y plantean continuar la expansión geográfica, al mismo tiempo que han empezado a editar productos de creatividad propia, como libretas, tazas o imanes. Para ello, acaban de entrar nuevos socios en el capital de la empresa. Pero si nadie se lo pregunta, ni Batalla ni Capell cuentan que el secreto de La Casa de Carlota está en la composición de su equipo: un tercio son ilustradores y directores de arte séniors, un tercio son estudiantes, y otro tercio de los diseñadores tienen síndrome de Down, autismo o alguna discapacidad mental.
“Durante veinticinco años en el sector, te das cuenta que la creatividad surge de la interacción de diferentes maneras de pensar y ver la vida. Pero en las agencias normalmente la creatividad viene de perfiles obvios”, dice Batalla. Este ejecutivo (Barcelona, 1963) explica que “la edad te va haciendo ver las cosas de otra manera: podemos hacer algo más trascendente que ayudar a vender coches o a que los bancos ganen más”. Ya había hecho algunos proyectos de impacto social, pero Batalla llegó a un buen acuerdo y dejó la multinacional. Primero nació 1000friends, “una agencia especializada en estrategias de responsabilidad social corporativa”. Y de ese proyecto nació La Casa de Carlota, a partir de la experiencia que Batalla había tenido en un proyecto anterior para explicar el síndrome de Down en las escuelas.
“Hay muchas empresas que hacen las cosas bien y no lo explican por miedo a parecer greenwashing. Otras sí que lo hacen para que la gente piense que lo hacen bien”, valora Sergi Capell (Barcelona, 1965). Ambos se conocieron en su etapa profesional anterior, y Capell se bajó a tiempo del anterior barco y se sumó enseguida a este proyecto. “Para nosotros, la RSC es sentido común. Nuestro concepto de una empresa es para generar valor y bienestar, para ti y para tu entorno”. Batalla añade: “Ha habido empresas que nos querían porque tenemos discapacitados. Y les hemos dicho que no. Nosotros vendemos un producto diferente, y explicar por qué es diferente es secundario. Como lo es cuando la diferencia está en que uno es inglés o tailandés”. Por eso, en el equipo todos tienen nombre y profesión: “A nadie le decimos que es Down, como tampoco lo hacemos cuando uno es inglés”. Insisten: “Somos una empresa ordinaria: tenemos una bonificación por algunos de los trabajadores, pero están a media jornada, para que tampoco les perjudique a la pensión. No somos un taller ocupacional. Seleccionamos a las personas que creemos que tienen talento creativo”.
Batalla y Capell son socios de La Casa de Carlota junto a Pedro García Aguado (el waterpolista de Hermano mayor) y ahora se han incorporado las fundaciones Ampans y Nacarí Roda. “Ampliamos capital porque necesitamos incorporar a más personas, y consolidar el equipo creativo. Al negocio le falta poco, pero todavía no es autosuficiente”, dice Capell. Este año cerrarán con una facturación de unos 200.000 euros. Quieren crecer más. “El manual de instrucciones lo tenemos claro, pero se trata de encontrar a las personas”. Joan Casaponsa (que fue directivo de Panrico, Indo) se ha incorporado para echar una mano en la gestión económica. La Casa de Carlota respira creatividad, buen rollo, “¡pero también hay broncas!”, asegura Batalla. “Hemos eliminado los prejuicios, pero no el estrés!”, bromea. Además de encontrar lo mejor que puede sacar de cada persona, el creativo se divierte escribiendo “cuentos para adultos que todavía no han crecido”, como el del dentista que se hacía el sueco y se enamoró de una gorila en Estocolmo. “En la época de Mad Men no había mujeres en la creatividad de las agencias; ni tampoco ilustradoras en la época inicial de Disney. De la misma forma, esta situación cambiará: no tardará en haber personas a las que ahora llamamos discapacitadas trabajando en departamentos de creativos de las agencias de publicidad. Tienen límites, pero estos límites no están tan abajo como creemos: estamos cargados de prejuicios”.
La agencia, que reúne a distintas capacidades, incorpora a nuevos socios y a Casaponsa como consultor