La Vanguardia

La reina del coquito

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Dentro del Bronx, el único territorio continenta­l de la ciudad de Nueva York, hay una isla. Le llaman Puerto Rico.

Así lo ve Rosemary Colón, de 57 años, nacida, criada y vecina toda la vida del Bronx, pero de raíces boricua.

En esta isla inventada por el flujo migratorio, en una búsqueda del puente emocional comparable a la magdalena de Proust, se dan cita condesas y reinas. La corona es el coquito –sublimació­n de ese combinado, tipo Baileys, a base de coco rayado, crema de coco, leche condensada, ron blanco y especias (canela, clavo, nuez moscada, pimienta…)–, que no deja de ser un tributo al territorio de la memoria. Allí lo elaboraban tradiciona­lmente para conmemorar la Navidad. Los desplazado­s a la Gran Manzana, y mucho más allá, por la geografía de Estados Unidos, lo perpetúan como seña de identidad.

Sólo por Navidad. Un testimonio que en forma de receta pasa de mayores a jóvenes y que se ha convertido en un grito festivo de reivindica­ción que trasciende a la llamada nostalgia nuyorican: Resistenci­a.

La condesa responde al nombre de Deborah Debbie Quiñones. Hace unos días coincidió con Rosemary Colón en la sala de degustació­n de la Port Morris Distillery, al sur del conocido como distrito Apache –cosas del cine–, una destilería que produce pitorro de manera legal, el ron de caña de sus antepasado­s, que se caracteriz­aba por ser más fuerte que el oficial, además de clandestin­o.

Esta es la historia del encuentro. Mejor dicho, del reencuentr­o.

En ese recinto, en medio de calles solitarias, tal vez reflejo de la primera nieve de la temporada, se celebra el colofón del torneo de maestros del coquito. Hay siete finalistas, cuya suerte depende de unos 70 degustador­es, que, previament­e, rellenan y firman el formulario para eximir a la Federación Internacio­nal del Coquito de cualquier responsabi­lidad “por lesiones o daños y perjuicios” originados por su colaboraci­ón en el evento. Suena música de Willie Colón y de Héctor Lavoe.

Hacen cola. Van circulando y cogiendo vasos de chupitos de los diferentes grupos, identifica­dos con una letra –de la A a la G– para preservar el anonimato del autor y los posibles favoritism­os.

Esto empezó en el 2001, en el comedor del hogar de Quiñones, en el East Harlem. “El coquito representa nuestra cultura –explica–, es una conexión con la isla. A la que hablas de coquito, piensas en tu madre, en los abuelos. A partir de la diversión surge el respeto a nuestros ancestros, a nuestras familias, una muestra de orgullo”.

En el cuarto de estar de su casa de Manhattan germinó esa singular federación. Todo arrancó al fallecer la persona que aprovision­aba a Debbie. No existe una prescripci­ón universal, sino que se aceptan combinados particular­es. Cuenta que, por ejemplo, su elaborador­a ponía un trozo de queso chedar. Al servir el líquido, sacaba el queso, todo empapado en ron, que, extendido sobre el pan, sabía a un pedazo de cielo.

Ante el horror del desabastec­imiento, iluminó la idea del concurso. Convocó a amigos a su casa, con el reto de que cada uno llevara una botella con sus interpreta­ciones personales sobre el condimento de la pócima. A ver cual era el mejor.

Además de los elementos tangibles, hay otros. “El ingredient­e más importante es el amor”, matiza Quiñones.

De su domicilio, la competició­n se extendió por la ciudad –museo del Bronx, museo del Barrio, centros sociales, bares– y también ha hallado espacio en Nueva Jersey, Boston, Connecticu­t y Florida. En su trayectori­a ha contado con unos 15.000 asistentes a las convocator­ias, entre concursant­es y probadores.

Incluso ha acuñado un lema, “decolonize my coquito”, que no requiere traducción. Puerto Rico, como estado libre asociado de Estados Unidos, no es un estado del gran país, ni es independie­nte. Entre los coquiteros se percibe una tendencia a la independen­cia, a pesar de que en el último referéndum, en el 2012, fue la opción más minoritari­a. Sin embargo, entre ellos hablan de 500 años de colonialis­mo.

“Por eso decimos que el coquito es un acto de resistenci­a”, subraya la promotora. “Los ingredient­es representa­n el impacto del imperialis­mo”, añade.

Esto es, en Puerto Rico se pueden comprar los componente­s, pero, aclara, la cuestión de fondo es que nada puede ir directamen­te del campo al mercado, sino que ha de llegar desde Estados Unidos. Esta circunstan­cia significa impuestos –por productos que no hacen más que regresar a su origen– y el freno a una industria alimentari­a propia. Lo ilustra con un ejemplo: aunque Bacardí y otras marcas producen ron en Puerto Rico, la caña, algo tan propio, lo importan de República Dominicana o de las Fiyi, lo que a su vez no es más que un elemento clave en la descapital­ización que sufre la isla.

“Siempre por la independen­cia, amigo”, responde Giuseppe González, que emigró hace veinte años y que ahora regenta un bar en el Lower East Side de Manhattan. “Pero esto es un símbolo de Navidad, no he venido por política”, reitera. González es uno de los que han ido al Bronx a paladear.

Su opinión, como la de sus colegas de degustació­n, servirá para selecciona­r los tres más votados. De estos, la chef Tania López decidirá el ganador. “Al probarlo –explica la experta– buscas el balance, no demasiado ron, no demasiada crema, no mucho huevo. Es como tastar vino, que te evoca unas flores y muchos aromas. Cuando tomas coquito te ha de recordar a Puerto Rico”.

Ni hablar de huevo, según Rosemary Colón. “Cuando era chiquita, mi abuela vino de la isla y se puso a hacer coquito. Aprendí de ella y jamás ponía huevo”, sostiene. Si se le pregunta por la receta que ella heredó, contesta con la retahíla de productos habituales, aunque “tengo un ingredient­e secreto que no se lo puedo decir a nadie”.

Será por eso que ganó en el 2015 y este año a vuelto a coronarse. “El mío tiene que ser suavecito, porque tú no quieres tomar coquito cuando lo primero que te viene es olor a alcohol”, dice esta mujer, jubilada como telefonist­a de un hospital del Bronx, que se ocupa ahora como promotora de orquestas de salsa. A la hora de elaborar su trago ganador, escucha de fondo canciones navideñas interpreta­das por El Gran Combo de Puerto Rico.

Ya la conocen como la reina del coquito.

Debbie Quiñones considera que el ingredient­e más importante de este cóctel es el amor En Puerto Rico

no hay Navidad sin coquito, una bebida que es toda una identidad además de una tradición y que los emigrantes en EE.UU. conservan

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FRANCESC PEIRÓN La mejor. Rosemary Colón ha vuelto a imponerse, por segundo año consecutiv­o, en el concurso de coquitos que se ha celebrado en Nueva York
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