La reina del coquito
Dentro del Bronx, el único territorio continental de la ciudad de Nueva York, hay una isla. Le llaman Puerto Rico.
Así lo ve Rosemary Colón, de 57 años, nacida, criada y vecina toda la vida del Bronx, pero de raíces boricua.
En esta isla inventada por el flujo migratorio, en una búsqueda del puente emocional comparable a la magdalena de Proust, se dan cita condesas y reinas. La corona es el coquito –sublimación de ese combinado, tipo Baileys, a base de coco rayado, crema de coco, leche condensada, ron blanco y especias (canela, clavo, nuez moscada, pimienta…)–, que no deja de ser un tributo al territorio de la memoria. Allí lo elaboraban tradicionalmente para conmemorar la Navidad. Los desplazados a la Gran Manzana, y mucho más allá, por la geografía de Estados Unidos, lo perpetúan como seña de identidad.
Sólo por Navidad. Un testimonio que en forma de receta pasa de mayores a jóvenes y que se ha convertido en un grito festivo de reivindicación que trasciende a la llamada nostalgia nuyorican: Resistencia.
La condesa responde al nombre de Deborah Debbie Quiñones. Hace unos días coincidió con Rosemary Colón en la sala de degustación de la Port Morris Distillery, al sur del conocido como distrito Apache –cosas del cine–, una destilería que produce pitorro de manera legal, el ron de caña de sus antepasados, que se caracterizaba por ser más fuerte que el oficial, además de clandestino.
Esta es la historia del encuentro. Mejor dicho, del reencuentro.
En ese recinto, en medio de calles solitarias, tal vez reflejo de la primera nieve de la temporada, se celebra el colofón del torneo de maestros del coquito. Hay siete finalistas, cuya suerte depende de unos 70 degustadores, que, previamente, rellenan y firman el formulario para eximir a la Federación Internacional del Coquito de cualquier responsabilidad “por lesiones o daños y perjuicios” originados por su colaboración en el evento. Suena música de Willie Colón y de Héctor Lavoe.
Hacen cola. Van circulando y cogiendo vasos de chupitos de los diferentes grupos, identificados con una letra –de la A a la G– para preservar el anonimato del autor y los posibles favoritismos.
Esto empezó en el 2001, en el comedor del hogar de Quiñones, en el East Harlem. “El coquito representa nuestra cultura –explica–, es una conexión con la isla. A la que hablas de coquito, piensas en tu madre, en los abuelos. A partir de la diversión surge el respeto a nuestros ancestros, a nuestras familias, una muestra de orgullo”.
En el cuarto de estar de su casa de Manhattan germinó esa singular federación. Todo arrancó al fallecer la persona que aprovisionaba a Debbie. No existe una prescripción universal, sino que se aceptan combinados particulares. Cuenta que, por ejemplo, su elaboradora ponía un trozo de queso chedar. Al servir el líquido, sacaba el queso, todo empapado en ron, que, extendido sobre el pan, sabía a un pedazo de cielo.
Ante el horror del desabastecimiento, iluminó la idea del concurso. Convocó a amigos a su casa, con el reto de que cada uno llevara una botella con sus interpretaciones personales sobre el condimento de la pócima. A ver cual era el mejor.
Además de los elementos tangibles, hay otros. “El ingrediente más importante es el amor”, matiza Quiñones.
De su domicilio, la competición se extendió por la ciudad –museo del Bronx, museo del Barrio, centros sociales, bares– y también ha hallado espacio en Nueva Jersey, Boston, Connecticut y Florida. En su trayectoria ha contado con unos 15.000 asistentes a las convocatorias, entre concursantes y probadores.
Incluso ha acuñado un lema, “decolonize my coquito”, que no requiere traducción. Puerto Rico, como estado libre asociado de Estados Unidos, no es un estado del gran país, ni es independiente. Entre los coquiteros se percibe una tendencia a la independencia, a pesar de que en el último referéndum, en el 2012, fue la opción más minoritaria. Sin embargo, entre ellos hablan de 500 años de colonialismo.
“Por eso decimos que el coquito es un acto de resistencia”, subraya la promotora. “Los ingredientes representan el impacto del imperialismo”, añade.
Esto es, en Puerto Rico se pueden comprar los componentes, pero, aclara, la cuestión de fondo es que nada puede ir directamente del campo al mercado, sino que ha de llegar desde Estados Unidos. Esta circunstancia significa impuestos –por productos que no hacen más que regresar a su origen– y el freno a una industria alimentaria propia. Lo ilustra con un ejemplo: aunque Bacardí y otras marcas producen ron en Puerto Rico, la caña, algo tan propio, lo importan de República Dominicana o de las Fiyi, lo que a su vez no es más que un elemento clave en la descapitalización que sufre la isla.
“Siempre por la independencia, amigo”, responde Giuseppe González, que emigró hace veinte años y que ahora regenta un bar en el Lower East Side de Manhattan. “Pero esto es un símbolo de Navidad, no he venido por política”, reitera. González es uno de los que han ido al Bronx a paladear.
Su opinión, como la de sus colegas de degustación, servirá para seleccionar los tres más votados. De estos, la chef Tania López decidirá el ganador. “Al probarlo –explica la experta– buscas el balance, no demasiado ron, no demasiada crema, no mucho huevo. Es como tastar vino, que te evoca unas flores y muchos aromas. Cuando tomas coquito te ha de recordar a Puerto Rico”.
Ni hablar de huevo, según Rosemary Colón. “Cuando era chiquita, mi abuela vino de la isla y se puso a hacer coquito. Aprendí de ella y jamás ponía huevo”, sostiene. Si se le pregunta por la receta que ella heredó, contesta con la retahíla de productos habituales, aunque “tengo un ingrediente secreto que no se lo puedo decir a nadie”.
Será por eso que ganó en el 2015 y este año a vuelto a coronarse. “El mío tiene que ser suavecito, porque tú no quieres tomar coquito cuando lo primero que te viene es olor a alcohol”, dice esta mujer, jubilada como telefonista de un hospital del Bronx, que se ocupa ahora como promotora de orquestas de salsa. A la hora de elaborar su trago ganador, escucha de fondo canciones navideñas interpretadas por El Gran Combo de Puerto Rico.
Ya la conocen como la reina del coquito.
Debbie Quiñones considera que el ingrediente más importante de este cóctel es el amor En Puerto Rico
no hay Navidad sin coquito, una bebida que es toda una identidad además de una tradición y que los emigrantes en EE.UU. conservan