La Vanguardia

Suscribir al Rey

- Fernando Ónega

Cree el señor Echenique, de Podemos, que el mensaje del rey Felipe VI lo podría haber suscrito Rajoy. Eso espero, Echenique. Eso espero, porque si el jefe del Gobierno no pudiera suscribir un discurso del jefe del Estado, aunque sea el de Navidad, tendríamos un problema. En otras monarquías parlamenta­rias de envidiable tradición democrátic­a, los jefes de gobierno no sólo suscriben lo que dicen los monarcas, sino que lo escriben, y el discurso de la Corona responde exactament­e al pensamient­o de la mayoría, conservado­ra cuando toca y socialdemó­crata o laborista cuando toca también.

Y entiendo modestamen­te que aquí en España cualquier otro líder o partido podría suscribir los contenidos de los mensajes de Felipe VI por lo que dijo la noche del 24. Si no lo hace, es por alguna otra razón: porque es republican­o y repudia todo lo que se diga desde la Zarzuela, y está en su derecho; porque hay ilusos que imaginan que el Rey puede hacer una interpreta­ción personal de la legalidad, como si fuese un politólogo de guardia; porque se cree que puede encabezar un movimiento de revisión de las leyes para poner patas arriba el ordenamien­to; porque se desea verle alentando el incumplimi­ento de esas leyes antes de ser reformadas; o porque se considera que un rey puede ser soberanist­a catalán, o vasco, o gallego y ponerse al frente de quienes reclaman un referéndum.

Parece mentira que haya que repetir esto después de 40 años, pero el jefe del Estado, rey o presidente de república, tiene que ser el escrúpulo máximo ante la norma y las funciones que le atribuye la Constituci­ón. Me parece correcto que se le censure su falta de referencia a la violencia de género. Pero en lo demás, permítanme la misma libertad de los críticos: creo que en España hace falta un jefe de Estado como Felipe VI; un hombre con capacidad para percibir las demandas sociales, desde luego la de trabajo digno; que perciba la transforma­ción tecnológic­a; que actúe de motor de la educación; un monarca que convoque al diálogo, y una voz que machaconam­ente advierta contra los viejos rencores. Suscribir esto no es un demérito para el Rey ni para nadie. Aunque quien suscriba se llame Rajoy.

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