Un personaje irrepetible
JORDI DAGÀ SANCHO (1950-2016) Financiero y asesor empresarial
La esposa de Alden Whitman, el impecable redactor de obituarios de The New
York Times, creía que Winston Churchill era el responsable del ataque al corazón que sufrió su marido. Redactar una necrológica de alguien a quien admiras o quieres (o las dos cosas juntas) no resulta fácil. Cuesta encontrar el calificativo más apropiado para resumir una vida y todavía es más difícil controlar las emociones. Puede que la frialdad del ordenador ayude: cuando cae una lágrima en el papel emborrona la tinta y difumina el retrato, en cambio la pantalla permanece insensiblemente fría, iluminada, esperando la siguiente presión de los dedos sobre el teclado.
El día de Sant Esteve nos dejó Jordi Dagà, uno de esos personajes que definen la historia del país. Ampurdanés de Figueres, en 1967 vino a estudiar Ciencias Químicas a Barcelona –luego se licenció en Historia por la UAB– y al poco se convirtió en un relevante líder estudiantil en la recta final del franquismo, como recuerda Antoni Batista en su libro
A la caça del PSUC. Su alias era Dani y su actividad fue intensa, hasta su caída durante el segundo estado de excepción, tras ser detenido en el Portal de l’Àngel repartiendo octavillas. Estuvo detenido 24 días en comisaría y luego pasó otros 51 en celdas de castigo de la Modelo. Su actividad política concluiría con las primeras elecciones democráticas, cuando participó activamente en el comité electoral de Barcelona del PSUC.
Aquel líder de verbo directo y mirada intensa se puso un día una corbata y empezó a trabajar en la banca Mas Sardà, entidad desparecida pero que ha sido una cantera de magníficos profesionales que luego han acabado en cargos relevantes de las principales compañías del país. Llegó a ocupar la subdirección regional en Catalunya, antes de ser tentado para desempeñar la dirección general de Catalana d’Iniciatives, empresa de capital-riesgo que pusieron en marcha el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Catalunya en los años ochenta. El acceso de Josep Piqué al Ministerio de Industria y del abogado Pedro Farreras como presidente de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), con quienes mantenía una relación de amistad, le iba a permitir considerar la oferta de ser el vicepresidente de la SEPI en Madrid. Allí estuvo casi cinco años, consiguiendo pactar el proceso de privatizaciones de empresas públicas con los sindicatos, ganándose la confianza de los representantes de estas organizaciones.
De vuelta a Barcelona, se especializó en estrategia y reestructuraciones empresariales, habiendo dirigido, por ejemplo, la de Nissan Motor Ibérica, además de haber colaborado con Baker & McKenzie en las reestructuraciones de Miniwat, Levis’s, Eaton o Haulotte Cantabria. Era actualmente presidente de Prointec, asesor de Indra, consejero de Ercros y miembro del consejo de la Asociación Catalana de Empresas de Consultoría.
Pero más allá de la relación curricular, resultaba un personaje de una cultura desbordante, barcelonista acérrimo, gastrónomo refinado y buen conocedor del mundo del vino. Era consejero de la escuela Aula, donde estudian sus hijos Ramon y Lola, y enamorado del arte, en lo que influyó su esposa Carme Cruañas, que ha sido directora de exposiciones de la Fundación Caja Madrid en Barcelona. Durante unos años hizo la crítica de restaurantes en el espacio La Forquilla de Catalunya Informació, compartiendo micrófonos con Ramon Parellada, Fermí Puig, Joan Murrià, Josep Maria Blasi o Quim Vila. También fue tertuliano de Catalunya Ràdio.
Dagà era un personaje irrepetible y a quienes le conocimos nos cuesta utilizar el pretérito imperfecto para referirnos a él, pues inconscientemente seguiremos esperando su llamada para compartir un nuevo descubrimiento gastronómico, una tarde en el estadio o su comentario sobre la política catalana. Me hubiera gustado concluir estas líneas tal como Whitman hizo con T.S. Eliot: “Así termina el mundo: no con una explosión, sino con un gemido”. Pero resultaría demasiado pretencioso para alguien como él que se ha ido sin perder nunca la esperanza, amando a su gente, soñando con esta trufa que nos consiguió el chef Fermí Puig y que partimos por la mitad para hacer los canelones del día de Sant Esteve. “Bon viatge, amic, i que el vent et sigui favorable”, parece una despedida más acorde con su personalidad mediterránea, tolerante, inabarcable.
Militante clandestino del PSUC, Dagà entró en el mundo de las finanzas a través de la banca Mas Sardà