El desgaste
La entrevista navideña concedida por Luis Enrique a Barça TV no dejó grandes titulares pero sí interesantes reflexiones. Sucede con las conversaciones largas hechas desde la amistosidad. El entrenador, habitualmente en guardia, se relaja y acaba diciendo más cosas de las que hubiera dicho ante un interrogador incisivo. Al margen de sus observaciones veganas, muy bienvenidas en días como los actuales de fruición gastronómico-carnívora (“es ridículo comparar a Messi con melones de oro” y “ganar la Liga sería la repera”), el asturiano reconoció que el cargo desgasta mucho, hasta el punto de no dar por asegurada su renovación. “Lo malo es que eres entrenador del Barça las 24 horas del día. A las 4, a las 5 de la mañana…”. “No hay descanso. No te apagas con el botón del off, no logras descansar”.
Renovar de año a año fue una fórmula que inauguró Pep Guardiola, generando un suspense mediáticamente exprimido que no se resolvía hasta la recta final de la temporada. Luis Enrique hizo lo propio en su primer año, apurando su respuesta hasta el día después de la final de Berlín. Alargó entonces su contrato dos años y en esas estamos ahora.
Demorar la decisión final no es un capricho. Responde a la alta autoexigencia de tipos detallistas y controladores hasta lo enfermizo que acaban exhaustos, a la impaciencia de un entorno que de tanto ganar se ha olvidado de saber perder y también a la difícil convivencia con un vestuario lleno de estrellas, cada una con su carácter, normalmente enrevesado. Del Bosque, en este mismo diario, ya alertó acerca de la creciente dictadura de los futbolistas. Si a Luis Enrique le hubieran dicho antes de llevar las riendas que toleraría distinciones entre jugadores e incluso concedería tres vacaciones en un año para un brasileño hubiera dicho probablemente que nanay. Y contemplen a Neymar: de julio a diciembre ha gozado de tres descansos. Y, por supuesto, ya está renovado. Esas exhibiciones de cintura también desgastan.