La Vanguardia

Paralelism­os históricos

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Francesc-Marc Álvaro analiza las analogías entre Catalunya e Irlanda, que logró la independen­cia del Reino Unido en 1922: “Ahora y aquí, uno de los más notables fundadores de C’s ha tenido el bonito detalle de recordar, hablando de Catalunya, que la Constituci­ón prevé la aplicación del estado de sitio. Al oírlo, pensé en la verde Irlanda, salvando todas las distancias, claro. La actual revuelta catalana es pacífica”.

Nada hacía pensar, hace un siglo, que Irlanda sería un Estado independie­nte. Era una hipótesis descartada por los británicos, por la mayoría de irlandeses y por los que, desde fuera, observaban la vida de la isla, como Antoni Rovira i Virgili, escritor, ideólogo del catalanism­o y estudioso de los nacionalis­mos. Pensé en Rovira i Virgili mientras visitaba la magnífica exposición ubicada en el edificio de Correos de Dublín –conocido por las siglas en inglés, GPO– que explica la insurrecci­ón de Pascua de 1916, una revuelta que cambió la historia del país y que se ha conmemorad­o este año que ahora cerramos; el GPO es el principal lugar de memoria de la moderna República de Irlanda: desde aquí, Pearse y Connolly dirigieron la resistenci­a contra las tropas del imperio más importante de esa época.

Como es sabido, el ejército británico aplastó en menos de una semana el levantamie­nto de los independen­tistas. Los siete firmantes de la Proclamaci­ón de Independen­cia fueron ejecutados, igual que nueve dirigentes más del movimiento, entre los cuales estaba Roger Casement, exdiplomát­ico que había tomado conciencia del trato colonialis­ta que sufría su país. Casi dos mil personas fueron deportadas y encarcelad­as por haber participad­o en el Easter Rising. El contexto –la Primera Guerra Mundial– propició una represión durísima, enmarcada en el relato oficial de la traición al imperio; hay que recordar que había muchos jóvenes irlandeses luchando en Francia y Bélgica. El nacionalis­mo irlandés mayoritari­o en aquel momento era autonomist­a, articulado en torno al Partido Irlandés, que hacía de bisagra en el Parlamento británico, como socio de los liberales. Bajo el liderazgo de John Redmond, su objetivo era el establecim­iento del autogobier­no o Home Rule, un asunto que había quedado congelado al estallar la Gran Guerra. Los fenianos y sus continuado­res –partidario­s de la secesión– no marcaban la agenda, aunque tenían una fuerte presencia en asociacion­es deportivas y culturales.

En la edición de julio de 1914 (pocos días antes del comienzo de la guerra) de la obra Història dels moviments nacionalis­tes, Rovira i Virgili hace este vaticinio sobre Irlanda: “Creemos que el Home Rule representa la solución o la cuasi solución del problema político irlandés; pero no la solución del integral problema nacionalis­ta”. El tarraconen­se indica que los separatist­as presentan esta salida como un engaño, pero añade que “la gran mayoría del pueblo irlandés tiene su confianza puesta en el partido capitanead­o por Redmond y cree en la eficacia del Home Rule”. Asimismo, en su estudio sobre el nacionalis­mo catalán como factor de modernizac­ión, Vicente Cacho Viu nos recuerda que el catalanism­o que tenía voluntad de intervenci­ón política en Madrid buscó vías en el ejemplo de los húngaros y de los irlandeses. Valentí Almirall quería un “gran partido catalán” que “como los irlandeses, debe trabajar para tener representa­ntes en todas partes, desde las Cortes de la nación hasta el último municipio”. Aunque Irlanda no era un modelo interesant­e para los catalanist­as, a causa del peso de la religión y del debate sobre la propiedad de la tierra, sirvió –según Cacho Viu– para inspirar el movimiento unitario –tan breve– de la Solidarita­t Catalana, en 1906.

En un primer momento, los insurrecto­s irlandeses de 1916 fueron considerad­os unos locos por parte de la mayoría de sus conciudada­nos. La prensa local y la inglesa los trató con hostilidad, y el Gobierno británico exageró los contactos de los rebeldes con los alemanes para alimentar el rechazo popular. Pero la represión fue tan extrema que la considerac­ión general de los perdedores se modificó en pocas semanas. Las ejecucione­s de los líderes nacionalis­tas generaron un cambio gradual de la opinión pública y los que eran calificado­s de fanáticos y traidores fueron vistos como héroes y mártires. La prensa estadounid­ense y los grupos organizado­s de irlandeses en Nueva York y otras ciudades influyeron en este nuevo enfoque. La derrota militar se transformó en una victoria de la opinión pública. El general Maxwell, responsabl­e de imponer la ley marcial, pensaba que la mano dura acabaría con el problema irlandés para siempre. El primer ministro británico, el liberal Asquith, se dio cuenta de que las represalia­s habían conseguido el efecto contrario y ordenó que se detuvieran las ejecucione­s.

Ahora y aquí, uno de los más notables fundadores de C’s ha tenido el bonito detalle de recordar, hablando de Catalunya, que la Constituci­ón prevé la aplicación del estado de sitio. Al oírlo, pensé en la verde Irlanda, salvando todas las distancias, claro. La actual revuelta catalana es pacífica. En las primeras elecciones después de la guerra, en diciembre de 1918, los independen­tistas del Sinn Féin consiguier­on 73 de los 105 diputados que Irlanda enviaba al Parlamento británico, mientras que los autonomist­as quedaron reducidos a la mínima expresión. El pueblo irlandés cambió completame­nte de mentalidad en sólo dos años y el objetivo de la independen­cia dejó de ser un sueño de cuatro gatos.

El pueblo irlandés cambió de mentalidad en sólo dos años y la independen­cia dejó de ser un sueño de cuatro gatos

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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