La Vanguardia

Días cortos y noches largas

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Días breves y noches largas. La naturaleza descansa, parece muerta, está desnuda. Los días del hombre son una sombra que pasa, dice Cohélet. Como las estaciones que van y vienen con una puntualida­d rutinaria. El invierno no es triste como muchos piensan. Los colores de estos días cortos contienen todas las variedades cromáticas. Reales o en potencia.

Los cereales sembrados en noviembre son una señal inequívoca de vitalidad. Muestran sus verdes matizados, limpios y erectos, aprovechan­do la escarcha mañanera para que sus frágiles raíces penetren a un palmo de la tierra. Es en esta época cuando el silencio gana la partida al ruido.

Los pájaros no están quietos en busca de espacios para protegerse del frío, el viento y la lluvia. La nieve los deja a todos quietos porque quizás saben que todos sus movimiento­s dejarán huella en la superficie blanca.

Olivares descargado­s de la reciente cosecha descansan silencioso­s. Están mustios, feos, desgarbado­s, aburridos. Es la época del año en que este árbol tan mediterrán­eo, tan mítico, tan inmortal, se sume en una profunda meditación descuidand­o su apariencia.

La niebla o el viento invitan al recogimien­to, al calor de la estufa o del radiador, al ambiente de un bar cargado de la humanidad que se desprende de las conversaci­ones sobre temas inesperado­s pero siempre tratados con la pasión que levantan las cuestiones aparenteme­nte menores. Aquellas épocas en las que el calor de la leña iba ardiendo hasta convertirs­e en un rescoldo incandesce­nte se fueron.

La naturaleza no se deja inquietar ni permite que se cambie el curso de sus metódicos ciclos. Pronto llegarán los días en los que permita que los humanos puedan decidir cómo tiene que crecer un frutal, una cepa, un pino o un roble. La poda es el arte más antiguo que exige una cierta destreza para dirigir los instintos naturales de los árboles. La poda permite ensanchar una higuera o dejar que dirija sus ramas hacia arriba. Es un trabajo de cirujano.

Un olivo podado zafiamente puede arrastrar la desgracia durante un tiempo. Podar es un diálogo interactiv­o e intelectua­l con el conjunto del árbol. Hay que observarlo a distancia, darle dos vueltas, imaginar cómo se quiere que se manifieste en el resto del año. Acercarse a su tronco, mirar su copa, ver qué sobra y qué espacio conviene llenar. Las ramas que insinúan fruto no hay que castigarla­s demasiado. Las estériles, cortarlas de raíz.

Acabada la faena hay que apartarse de nuevo, observar el trabajo como una peluquera o un barbero sacan un espejo retrovisor para ver cómo ha quedado el peinado. Son alicientes en estos días en los que la naturaleza parece que está triste y dormida pero no es así. Mantiene su vitalidad como en el resto de estaciones del año. El sol invernal se apaga en el horizonte y la noche fría y transparen­te se adueña de la oscuridad. Siempre igual.

La naturaleza no se deja inquietar ni permite que se cambie el curso de sus metódicos ciclos

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