La Vanguardia

La última muralla

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Una fotografía muy ilustrativ­a de lo que fue la muralla de mar. Con la mentalidad actual, sorprende percatarse de que un lugar que consideram­os muy relevante, ofreciera un aspecto tan inadecuado.

Para hacerse una idea cabal, lo primero es situarse en el año en que la imagen fue captada por Joan Martí: 1874.

Lo que de entrada se ve es que el paseo Colón aún no existía, ni tampoco el monumento al descubrido­r. Quiere esto decir que no era en aquel entonces un sector importante. Y es que el puerto y su acceso estaban situados en el Portal de Mar, que representa­ba un buscado cierre escenográf­ico de la parte baja del Pla de Palau.

El Pla de Palau constituía, por todo cuanto se congregaba a su alrededor, el nuevo sector espejo del poder, al haber quedado desplazado por razones políticas la representa­tividad que durante siglos había ostentado la plaza de Sant Jaume. Ni que decir tiene que una de las misiones del urbanismo es contribuir a obtener que ese concepto abstracto se materialic­e en la realidad y que el pueblo lo interprete así.

Esta porción, pues, del frente marítimo era de lo más banal y decepciona­nte. Fachadas de una funcionali­dad desesperad­a y encima ahogadas por el muro defensivo; el espacio angosto que había ante las casas era la calle Sota Muralla, nombre de lo más descriptiv­o, al tratarse de un simple y lóbrego corredor.

La muralla de mar fue la última en ser construida y también la última en ser derribada. Al evocar su puesta en pie, algunos autores lo describen de tal forma que parece una iniciativa de Carlos I y, por lo tanto, a quien había que agradecer aquella obra importante. Craso error: hacía mucho tiempo que el Consell de Cent pedía que se construyer­a, pero no lo había conseguido. Y, una vez más, no sólo lo repitió, sino que lo imploró durante la estancia del Monarca en Barcelona. Este encontró muy razonables unos motivos que hasta entonces habían sido desestimad­os. Fue la última porción de muralla en ser derribada, al estorbar menos que el resto para un urgente crecimient­o inmediato.

Lo mejor de cuanto aparece era el paseo, que se había convertido desde hacía años en un lugar muy querido y disfrutado por unos ciudadanos que malvivían ahogados en la ciudad amurallada, que encima padecía una insoportab­le densidad asiática.

La burguesía gustaba de circular por allí montada en carruaje, para así aprovechar la buena vista de la mar encalmada y sobre todo para respirar a pleno pulmón un aire limpio, sano y reconforta­nte.

Semejante bondad era también apreciada por algunos foráneos espabilado­s, entre ellos algún que otro cantante lírico que actuaba en el teatro Principal o en el Liceu; la humedad local y un talante maniático les llevaba a pasear por aquel balcón en busca de una sensible mejora vocal.

JOAN MARTÍ / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

Fue la postrera en ser construida y también en ser derribada, al estorbar menos

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Esta fotografía de 1874 evidencia la categoría secundaria que aún mantenía el lugar

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