Gracias, Beltran
La primera radio que recuerdo era un artefacto pleistocénico que presidía el comedor de mi casa. En su parte frontal, entre el altavoz y los mandos, había un panel de vidrio con el dibujo de un mapamundi y una lista de ciudades como Reikiavik, Oslo, Budapest, Berlín que nos permitían soñar porque, en la práctica, sólo podíamos acceder a las emisoras locales y, de noche, a crepitantes y remotas radios magrebíes de onda media. Después la tecnología y el progreso introdujeron tantos cambios en el consumo de radio que incluso llegaron a inventar aplicaciones prodigiosas que te permitían conectar el teléfono a cualquier emisora, en cualquier momento y desde cualquier lugar. Yo me resistí porque no tengo smartphone y porque tenía de sobra con la excelente oferta de radios españolas y catalanas que me proporciona mi Sony Megabass de bolsillo.
Hasta hace una semana. Hace una semana el radiofonista Jordi Beltran me informó de que existe una web muy sencilla que, desde tu ordenador, te permite conectarte a centenares de emisoras de todo el mundo haciendo un simple clic sobre un mapamundi. Beltran es una autoridad en la materia (si le hacen un análisis de sangre riguroso, no descarto que descubran que, en vez de leucocitos, tiene sintonías). Total: que cuando llegué a casa me conecté a la web y, seis días más tarde, allí sigo. Se llama Radio.garden y es una maravilla. Como suele ocurrir en estos casos, si se lo comento (por teléfono) a alguien, me dicen que no es ninguna novedad y que ya existían fórmulas similares para smartphones. Vale. Muy bien. Perfecto. Pero, como un niño con juguete navideño nuevo, viajo de clic en clic, incapaz de abarcar tanta superficie radiofónica. En Argentina me tropiezo con la cuña de una carnicería de San Marcos Sierras llamada Este es mi Pollo. En Londres, con una emisora que retransmite cantos de pájaros las veinticuatro horas (Birdsong radio). En una emisora siberiana (Radio Siber 1) programan un especial de rap en ruso que intimida. En Tirana tienen una radio para emigrantes (Radio Emigranti) y en Amsterdam una joya dedicada al blues, tan adictiva como la Joint Radio Blues de Tel Aviv. En Kiev hay una radio que se llama Radio Egoisty, un nombre que si lo inventara un novelista, le dirían que delira, y en Toronto hay una emisora que emite en italiano para los inmigrantes y que recopila canciones neorrealistas. En el barrio de Montmartre de París suena una emisora de clásicos populares que tiene un indicativo – “La vie est belle”– leído por una mujer de dicción lubricante y sugerente. Québec, Filipinas, China, Australia, Japón, Nueva Zelanda, Moldavia, Trinidad-Tobago, Rumanía, Portugal, Brasil, Paraguay, Bulgaria, Grecia, Venezuela, el mapa se encoge y crece en función de un simple clic y aquel panel de vidrio de la infancia se transforma en una realidad sonora accesible e infinita.
En Londres, me tropiezo con una emisora que retransmite cantos de pájaros todo el día