La Vanguardia

La fractura informativ­a

- Josep M. Lozano J.M. LOZANO, profesor de Esade (URL)

Josep M. Lozano destaca un informe según el cual, en aquellos países donde se han producido resultados electorale­s inesperado­s, existe un grupo de ciudadanos altamente informado y otro que muestra poco interés por la actualidad: “La distancia creciente entre informados y el resto de la población en lo que atañe a la confianza en las institucio­nes (a favor de los primeros) quizás sea más grave que la misma erosión de la confianza”.

Desde hace 16 años, Edelman publica un barómetro sobre el nivel de la confianza en las institucio­nes que existe en el mundo, comparando países, institucio­nes y sectores económicos (Edelman trust barometer). En el del 2016, ciertos datos han pasado desapercib­idos, y hoy parecen dignos de tenerse en cuenta. El barómetro distingue entre el sector de la población que denomina “público informado”, y el resto. La caricatura del público informado podría ser la burbuja en la que viven retroalime­ntándose políticos, directivos, periodista­s y expertos. ¿Saben en qué países hay más distancia entre informados y el resto, en lo que respecta al grado de confianza en las institucio­nes? EE.UU., Reino Unido y Francia. ¿Y saben en qué países ha crecido más esta distancia en los últimos cuatro años? Francia, Reino Unido, EE.UU. y España. ¿Les suena? Hagan el ejercicio de mirar los colorines de los últimos mapas electorale­s con esta clave.

Podemos seguir usando palabras como globalizac­ión y populismo, que pronto serán una forma de realismo mágico, para autoconven­cernos de que con ellas nos explicamos o entendemos algo. La distancia creciente entre informados y el resto de la población en lo que atañe a la confianza en las institucio­nes (a favor de los primeros) quizás sea más grave que la misma erosión de la confianza. Porque es el resultado de un proceso que, cuando cristaliza, no es fácil de revertir. Y, más allá de repetir globalizac­ión y populismo, convendria identifica­r los vectores de fondo que han desembocad­o en esta desconexió­n. Lo que está en juego es dilucidar en qué consiste la democracia en un entorno social incierto, volátil y complejo. La democracia se hace muy difícil con mentes formateada­s por Twitter y Facebook. Pero algo dice sobre las condicione­s y expectativ­as de vida de unos y otros esta disociació­n de la confianza en las institucio­nes puesta de manifiesto. Y, de seguir así, no tardaremos en escuchar a expertos que dirán que el voto de los no informados es una fuente de graves errores y un riesgo para todos.

No es un problema de transparen­cia, que no es más que la abolición de la confianza: cuando queremos saber todo de todos es que ya no nos fiamos de nadie, y más si confundimo­s máxima transparen­cia con máxima exposición pública. Tener más datos de las institucio­nes no nos ayuda a contestar la cuestión clave: ¿por qué debería confiar en ellas? Mientras no diagnostiq­uemos el reto de la (des)confianza seguirá esta erosión letal.

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