Usain Bolt
Astro global, el velocista jamaicano abrirá un agujero negro tras los Mundiales de agosto: su periplo concluye en Londres
ATLETA
El velocista más grande de todos los tiempos, el jamaicano Usain Bolt (30), dirá adiós al tartán el próximo verano, dejando tras de sí un récord único de 20 medallas de oro envuelto en un carisma que lo encumbra como mito del deporte.
Bruno Hortelano (25) lo tiene claro. –Espero estar en plena forma en los Juegos de Tokio, de aquí a tres años largos –dice el mejor velocista español de la historia. –Y sin Bolt –le comento. –Estará De Grasse. O algún otro. Siempre hay alguien... –contesta, reflexivo.
El adiós de Usain Bolt (30) suscita sentimientos encontrados. Le abre puertas a los otros velocistas, a los que pululan a sus espaldas. Pero traza un agujero negro en el mundo del atletismo.
No ha alumbrado la historia un astro más global.
Ni Jesse Owens, cuya memoria recuperaba Stephen Hopkins en Race, su producción para el 2016.
Ni Carl Lewis, algo cansino en sus últimos años. Se volvió altivo, demasiado emperifollado. La opinión pública apostaba por su derrota en los Juegos de Atlanta, en 1996. Mike Powell era más simpático, más empático, más vulnerable: perdió. Lesionado, acabó mordiendo la arena del foso. Lewis recogió su cuarto oro olímpico consecutivo en longitud. Luego, ya retirado, confesó que se dopaba. El mundo le dio la espalda. Con Bolt ocurre justo lo contrario. Todavía queremos verle ganar. Admirar cómo despliega los brazos. Cómo vuela.
–Bolt continúa montando su show –dice Hortelano, en conversación en el CAR de Sant Cugat–. Aunque antes todavía era peor. Sus números eran aún más excesivos. Tal vez. Lo cierto es que la presencia del jamaicano lo eclipsó todo en los diez días del atletismo en el estadio del Botafogo, en Río.
Y no es la primera vez que eso sucede. Lo habíamos visto antes, en Pekín 2008 y en Londres 2012. Siempre un triplete: el oro en los 100, los 200 y el relevo corto. Nadie había hecho eso. Es improbable que vuelva a ocurrir en el futuro inmediato.
Para empezar, no podrá firmarlo ninguno de los velocistas contemporáneos, ni siquiera los más jóvenes. El mismo Andre de Grasse (22) ya ha perdido su oportunidad. En Río fue plata en los 200 y bronce en los 100. No podría iniciar su serie hasta Tokio 2020.
Para entonces, ya tendría 26 años: le sería imposible mantener ese ciclo de victorias por ocho años más, hasta los 34.
Un velocista, a esas alturas, ya ha perdido buena parte de su potencial. Hay ejemplos recientes. Languidecen Justin Gatlin, Tyson Gay o Asafa Powell, los tres justo en los 34.
También se apaga Bolt, que es un pelín más joven.
Y esa es una realidad indiscutible. Si Bolt no puede, no se puede. Por mucho que él repita su máxima, puro lema en clave de marketing:
–I’m Usain. Everything is possible (Soy Usain. Todo es posible).
Eso contestaba en las entrañas del estadio del Botafogo. En ese momento estaba borracho de éxito. Completamente. Todos reíamos la ocurrencia. Ahora toca llorar. El mejor atleta de todos los tiempos ha dicho que basta. Piensa llegar a los Mundiales de Londres, los del próximo agosto. Y luego, bye. Hay un argumento. Sus marcas siguen siendo fabulosas, pero le colocan un escalón por detrás de sí mismo. Y eso expone sus flaquezas: entre Juegos Olímpicos y
LUZ QUE LANGUIDECE Los triunfos en Río fueron los más discretos de su carrera: pierde cinco metros consigo mismo
EL FUTURO “Cuando se vaya, habrá otros. De Grasse, quien sea. Siempre hay uno”, dice Bruno Hortelano
EL DESCANSO “Cuando esto acabe yo sólo quiero relajarme. No me veo sentado en una oficina”, dice el corredor
PENURIAS FÍSICAS El 2016 le pesa: su espalda sufre a consecuencia de la escoliosis y una rotura de fibras casi le aparta de Río
Mundiales, Bolt ha recogido veinte medallas de oro. No ha perdido nunca desde el 2008, salvo en aquella salida falsa en los 100 m de las semifinales del Mundial de Daegu (2011). Sin embargo, sus victorias del 2016 han sido las más discretas de su carrera deportiva. Ya no despega como en el 2009, con el 9s58 del 100 y el 19s19 del 200.
Todavía son los récords del mundo. Ya veremos quién los toca. En Río, Bolt se quedó en 9s81 y 19s78. Pierde cinco metros consi-
go mismo. Diez metros si nos referimos al 200 m. Se enflaquece.
Hay más razones. Por ejemplo, la escoliosis en la espalda.
–Esto es duro –le contaba a Michael Johnson hace un par de años, cuando el estadounidense fue a visitarle en Kingston.
Se puede ver la escena en The
fastest man who has ever lived (El hombre más rápido de la historia), el documental que Johnson había filmado en el 2013. El retrato de Bolt.
Bolt se tumba en la camilla del fisioterapeuta. Se somete a una sesión de estiramientos. Lamenta su escoliosis.
–Si no estiro, no puedo empezar a trabajar –le dice a Johnson. Luego sale a correr. Y al acabar la sesión, lo mismo. Otra vez a la camilla.
A principios de julio, todos se pusieron a temblar. La comunidad del atletismo, la familia olímpica y la mayoría de magazines mundiales. Ocurrió en los de Jamaica. En los 100 m.
Bolt sintió un pinchazo en el isquiotibial en la primera ronda. Decidió probarse en las semifinales. Y el pinchazo fue a más. Entró en zona de peligro. Un músculo maltrecho puede abrirse como una cremallera. Ya no corrió la final. Y voló a Alemania. A Munich. Se puso en manos de Hans-Wilhelm Mühler-Wolhfahrt. Los aficionados al fútbol le recordarán: durante muchos años, fue el médico del Bayern. Guardiola le despidió. Müller-Wohlfahrt le aplicó fórmulas mágicas. Hyalart, un derivado de las crestas de los gallos. También reseteó su estructura muscular. Y Bolt llegó a Río. Para alivio de todos. Incluida la familia olímpica. Triunfó en el estadio del Botafogo, y alumbró el final de un ciclo.
En Río se cerró un periplo. Ni Bolt, ni Phelps, ni Cancellara ni Wiggins: ninguno de ellos alimentará más historias olímpicas. Posiblemente tampoco lo hagan Nadal ni Pau Gasol. Hay un cambio de tercio. Son los tiempos de Simone Biles, Katie Ledecky, Wayde van Niekerk y Andy Murray.
–No sé qué va a ser de mí –le suelta Bolt a Johnson en Kingston–. No me veo sentado en una oficina. No podría trabajar allí. Iría una o dos veces a la semana. Cuando esto se acabe, yo solo quiero relajarme. Porque el atletismo es duro. Muy duro.
FIN DE CICLO Junto al atleta se apaga el periplo olímpico de Phelps, Cancellara, Wiggins; tal vez, el de Nadal y Pau Gasol
NUEVOS REFERENTES Río iluminó nuevas historias: es la época de Simone Biles, Ledecky, Van Niekerk y Murray