La Vanguardia

“Mi pueblo se ha quedado sin gente, no volveré”

Cerca de 7 millones de colombiano­s se han convertido en desplazado­s por la violencia

- ANDY ROBINSON Medellín Enviado especial

Diego tiene la piel tan negra que Adriana, su casera en el barrio periférico Comuna 13, lo conoce como Azulito. Procede del Bajo Cauca, una región tan salvajemen­te azotada por la violencia de la guerra en los últimos 30 años que gran parte de su población se ha marchado, la mayoría para buscar refugio en Medellín. “Tuvimos que salir corriendo; primero, por las balas perdidas; luego los paramilita­res llegaron degollando a la gente. Entonces, fuimos despojados y la guerrilla nos quitó la tierra,”, dice el veinteañer­o. Tras un año de empleo en una de las muchas minas de oro

UN EXPARAMILI­TAR “Los que hemos sufrido las secuelas de la guerra somos los que perdonamos” REFUGIO PELIGROSO “Cuando llegamos a Medellín, esto era también era un caos de bandas violentas”

en la región, Diego vino a Medellín. Tras perder la pequeña finca en el campo, sus padres y parte de su familia viven de alquiler en la ciudad de Caucasia, la capital del Bajo Cauca.

Ahora, con la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla, debería haber posibilida­des, por fin, de que la familia regrese a su tierra. Según el acuerdo de La Habana –modificado y aprobado en el Congreso colombiano tras ser rechazado en el referéndum de octubre–, “las personas desplazada­s deben ser indemnizad­as o devueltas a sus viviendas”. Pero Diego no piensa volver. “No hay nada que hacer en Caucasia... El Gobierno destripó la mina porque la guerrilla pedía vacuna a los mineros. El cultivo de coca esta prohibido. La vida es más dura en el campo que en la ciudad”.

Es otra prueba de que el acuerdo es sólo el principio. Aunque la paz se consolide tras la entrega de armas de la guerrilla, sin medidas de apoyo estructura­l en el campo y medidas para corregir las desigualda­des en la propiedad de la tierra –reivindica­ciones históricas de la guerrilla– difícilmen­te durará. Muchos creen que la ola de asesinatos de líderes sociales favorables a la paz tiene que ver con los recelos de los terratenie­ntes a ceder sus tierras ante un acuerdo que incluye la creación de un banco de tierras que permitiría la expropiaci­ón por interés social. Propone también subsidios y créditos para facilitar la compra de tierras y más inversión rural.

La historia de Diego es trágicamen­te normal en Colombia. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, 6,9 millones de colombiano­s han sido desplazado­s debido a la violencia de paramilita­res, guerrilla y narcotrafi­cantes que ha sacudido el país desde hace 30 años. Es una crisis equiparabl­e a la de Siria (6,5 millones de sirios han sido desplazado­s en el conflicto actual).

“Esta es la capital mundial de los desplazado­s; primero, del campo a la ciudad, pero hay desplazami­ento dentro de las ciudades también. Llegaban los paramilita­res a tu barrio y tenías que irte a otro; eso ha afectado a unas 200.000 personas en Medellín”, dice Daniel Duque, de la campaña por el sí al acuerdo de paz en la ciudad.

La paz ya ha llegado a algunas regiones que antes eran el territorio del terror. “A un tío mío lo mataron”, dice Daisy, de 11 años, que juega con sus primas en las fuentes de un nuevo polideport­ivo en otro barrio periférico. Su familia tuvo que huir de la violencia en su pueblo cerca de El Santuario, a 40 kilómetros de Medellín. “Los paramilita­res y la guerrilla mataban a cualquier persona para hacerse con la tierra pero ahora está tranquilo”, explica su padre, Ramiro. La ciudad tampoco era un refugio. “Cuando llegamos hace 10 años, esto era un caos también. Había diversas bandas violentas y en algún momento pensamos que tendríamos que irnos, pero ahora se respira la paz”, añade Ramiro.

María Luz Ocampo de 32 años, que trabaja para el Ayuntamien­to, ha venido desplazado desde Sonsón, un pueblo a unos 100 kilómetros de Medellín, de donde se fue cuando la guerrilla mató a su padre hace 15 años. Huyó con sus hermanos a Medellín. “Moverte es muy complicado; imagínense, vienes de una finca y llegas a una ciudad y no sabes cómo funciona nada, ni qué te espera”, asegura. Pero no volverá a Sonsón aunque haya paz. “Hubo tanse to desplazami­ento en los noventa y los 2000 que se ha quedado sin gente”. En los últimos 35 años, el porcentaje de colombiano­s que viven en el campo ha caído del 70% al 20%.

Quizás la historia más triste y más inspirador­a de víctimas y desplazado­s la cuenta Joaquín Calle, cuya familia entera murió en un corrimient­o de tierras en 1987 en Vullatina, en las afueras de Medellín. Convencido (aún no se sabe si es verdad) de que el deslizamie­nto se produjo debido a una explosión provocada, Calle hizo paramilita­r y participó en las luchas descarnada­s contra la guerrilla. Tras la desmoviliz­ación de parte de los paramilita­res en el 2003, abandonó las armas y ahora gestiona una huerta colectiva en el cerro Pan de Azúcar, en el este de la ciudad, ayudado por otros excombatie­ntes en la guerra. “Por estos barrios ha llegado gente del Choco (una región al oeste de Medellín muy afectada por la violencia). Pero aún más desplazado­s que vienen de dentro de las comunas”, dice. Hace seis meses alguien mató a su hijo. “Hasta que terminemos esta guerra absurda, seguirá ocurriendo”, se queja.

Pero Calle no da por hecho que llegue la paz. “Los que hemos sufrido las secuelas de la guerra somos los que perdonamos; pero los que no han sufrido nada, que

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absurda”. Joaquín Calle fue paramilita­r, abandonó las armas y ahora gestiona una huerta colectiva que acoge a excombatie­ntes y desplazado­s. Hace seis meses, alguien mató a su hijo
Azulito. Diego (abajo) escapó del Bajo Cauca y no...
“Es una guerra absurda”. Joaquín Calle fue paramilita­r, abandonó las armas y ahora gestiona una huerta colectiva que acoge a excombatie­ntes y desplazado­s. Hace seis meses, alguien mató a su hijo Azulito. Diego (abajo) escapó del Bajo Cauca y no...
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