La Vanguardia

El crimen de los siglos

En la isla galesa de Caldey un turista ha cometido el primer delito de toda su historia

- RAFAEL RAMOS Tenby (País de Gales). Correspons­al

De las 50 ciudades más peligrosas del mundo, 21 están en Brasil, ocho en Venezuela, cinco en México, cuatro en Sudáfrica, otras cuatro en Estados Unidos, tres en Colombia, dos en Honduras, una en Jamaica, una en Guatemala y otra en El Salvador. El País de Gales no aparece por ninguna parte en tan siniestra lista, y menos aún la pequeña isla de Caldey, en la costa de Pembrokesh­ire.

En Caracas se registraro­n el año pasado más de 5.000 asesinatos, en Ciudad del Cabo y Fortaleza alrededor de 2.500, en San Salvador 2.000, en Acapulco y Manaos casi un millar. En toda la historia de Caldey, que está poblada desde la Edad de Piedra, no figura ningún homicidio, ningún robo, ningún hurto, ninguna violación, ningún incendio provocado, ningún delito de posesión de tráfico, comportami­ento antisocial o tráfico. Tampoco de prevaricac­ión o desobedien­cia. Nada.

En las calles de San Luis (Misuri) uno de cada 60 habitantes pierde al año la vida de manera violenta; en las de Baltimore, uno de cada 55; en las de Detroit, uno de cada 44; en Nueva Orleans, uno de cada 42. Las grandes ciudades europeas no son tan siniestras como las americanas y africanas, pero delincuenc­ia, haberla la hay, y el Departamen­to de Estado advierte por ejemplo del grave peligro de que a uno le roben la carteta (e incluso la maleta) en las Ramblas de Barcelona. No así en la pacífica Caldey, índice de criminalid­ad cero.

Pero como todo es relativo en la vida, los 40 habitantes de la isla (entre ellos 18 monjes cistercien­ses con voto de castidad, pobreza, obediencia y silencio) se encuentran traumatiza­dos porque por primera vez por los siglos de los siglos se ha cometido un delito: un visitante enfurecido cogió a su hijo por el cuello en la fábrica de chocolate del convento (la principal atracción turística) y le pegó una colleja. Como los nativos no están acostumbra­dos a vivir estas cosas, y sólo saben de su existencia por las novelas y las películas, en seguida alguien llamó a la policía para efectuar la denuncia y que restaurara el orden en la pacífica comunidad.

Caldey, de tres kilómetros de largo y dos de ancho (en realidad dos islas casi pegadas que quedan separadas con la marea alta),no tiene por supuesto su propia policía (¿para qué?), y menos un Tribunal Constituci­onal que vaya repartiend­o cargos por aquí y por allá. De modo que se informó por teléfono a Tenby, la localidad costera más cercana, de donde se envió con urgencia a dos agencias en una lancha de salvamento para que pusieran orden lo antes posible. El culpable del crimen de

los siglos y autor de la ignominia de haber cometido el primer delito en toda la historia del lugar, desde la Edad de Piedra a la Edad del Brexit pasando por las épocas celta, vikinga y normanda, la Edad Media, el Renacimien­to y la Revolución Industrial, resultó ser un hombre de 45 años de Dudley, en las Midlands, que estaba de vacaciones y perdió la paciencia con un hijo revoltoso. El niño negó que su padre le hubiera hecho daño, pero ante la insistenci­a de los testigos el sospechoso fue arrestado y hubo de comparecer en juicio, donde se confesó culpable de “conducta poco razonable”. Está en libertad bajo fianza, a la espera de sentencia.

El nombre Caldey quiere decir “isla fría” en noruego antiguo. Unos 3.000 turistas visitan anualmente el lugar, cubriendo en lancha los tres kilómetros que lo separan de la costa, para admirar una tierra fértil que suministra de verduras a Cardiff (la capital del País de Gales), tener cuidado con las gaviotas asesinas que si te descuidas te dejan seco de un picotazo en la nuca, ver pastar a las vacas en los prados, oír misa en la iglesia de San David, y subir hasta un monasterio de clausura cuyos orígenes se remontan al siglo VI, donde los monjes no dicen ni mu (guardan silencio desde las siete de la tarde a las siete de la mañana) pero fabrican y venden queso, galletas, perfumes, agua de lavanda y un chocolate para chuparse los dedos.

La explosión de delincuenc­ia en Caldey se ha traducido en un aumento del apoyo al Brexit. “Llevo aquí cerca de 40 años y nunca había visto nada parecido –dice John Cattini, el alcalde extraofici­al de la isla–. La criminalid­ad la han traído la modernidad y los forasteros”.

Lo nunca visto: un turista inglés le pegó una colleja a su hijo y está a la espera de sentencia

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MIENEKE ANDEWEG-VAN RIJN / GETTY ‘Isla fría’. Vista de la pequeña isla de Caldey y su puerto. El nombre Caldey significa isla fría en noruego antiguo
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