El dinero de los turistas
Hace unos días la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, fue al programa de Andreu Buenafuente y dijo: “El turismo es bueno. A todos nos gusta una ciudad abierta, cosmopolita, querida en el mundo y que nos vengan a visitar”. Pero añadió: “En los últimos años se ha generado un turismo de masas descontrolado que ha desequilibrado los barrios más céntricos que pierden a sus vecinos por los altos precios de los alquileres y a sus comercios de proximidad”. Y sentenció: “Queremos una ciudad amable con sus vecinos y con el visitante”. Buenafuente concluyó deseándole suerte en esta especie de cuadratura del círculo. Tres días más tarde, el compañero Miquel Molina describía en este diario una pintada con el lema poco amable “Tourists not welcome” en el camino que conduce a las antiguas baterías antiaéreas del Carmel.
Sin duda tenemos un problema que se ha agravado desde que el gobierno municipal recién llegado al Consistorio impulsó oficialmente una animadversión respecto al turismo. A pesar de los matices que últimamente le hemos oído a la alcaldesa, este mensaje ha calado en la población y ya podemos afirmar que existe una fractura social en los barrios con mayor presión turística. Los responsables públicos y privados que trabajan en el sector confirman este mal clima y buscan soluciones a un problema que necesita voluntad política, consenso en los objetivos y, como siempre, dinero.
Un buen inicio sería la reformulación de la finalidad de la mal llamada tasa turística. El dinero de este impuesto que en marzo cumplirá cinco años, no va a una caja común como la mayoría sino que es finalista. Se destina, en resumen, al “fomento del turismo” y se articuló así para que los sectores económicos afectados aceptaran la tasa. Barcelona tiene un trato especial respecto de este impuesto ya que dispone de la tarifa más cara, es la ciudad que más recauda y, como sabemos, es el lugar con mayor conflicto. Por eso, empieza a ser necesario un cambio y que los ciudadanos perciban directamente los beneficios de la tasa más allá de las actuales actuaciones urbanísticas en la vía pública. En este sentido, me consta que hay coincidencia entre el gobierno municipal y Turismo de Barcelona.
¿Cómo revertir de manera más evidente los ingresos turísticos en la calidad de vida de los vecinos? Desde BComú impulsarán una iniciativa en el Parlament para que los próximos presupuestos incorporen una mirada más amplia a la finalidad del impuesto porque es evidente que el concepto por el que se creó ha quedado obsoleto. ¿Por qué no destinar el dinero de los turistas a subvencionar la insonorización de las ventanas de los pisos que sufren el ruido de la calle? ¿O para proteger el precio de los alquileres de vecinos y comercios emblemáticos? ¿O para formar y recolocar a parados? ¿O para ampliar el servicio médico de los CAP o del bus de barrio? Todas estas inversiones que habría que divulgarlas sin rubor como una aportación directa del turista, servirían para cerrar la grieta vecinoturista y, quizás, para que la pintada del Carmel diga un día: “Tourists welcome!”.