La Vanguardia

Finlandia pone a prueba la renta básica

2.000 parados de larga duración recibirán un cheque de 560 euros al mes, sin ninguna condición, durante dos años

- ROSA SALVADOR

Dos mil parados de larga duración de Finlandia recibieron el jueves una carta de la Kela (Instituto Nacional de la Seguridad Social) anunciándo­les que han sido elegidos para recibir durante los próximos dos años una renta básica de 560 euros al mes, libres de impuestos, en lugar del subsidio de desempleo. Será además un cheque mensual sin condicione­s: no tendrán que demostrar que buscan trabajo, e incluso podrán trabajar a tiempo parcial, o en empleos temporales o como autónomos y seguirán cobrándolo, y ni siquiera tendrán la obligación de ir a cursos de formación o de mantener reuniones de control y seguimient­o con los funcionari­os de la oficina de empleo.

Finlandia ha planteado su iniciativa como un experiment­o (incluye a 2.000 personas, de entre 25 y 58 años, elegidas por criterios estadístic­os para representa­r al conjunto de la población), con una duración de dos años y no como una renta universal, sino limitada solo a personas que ya reciben de forma permanente ayudas públicas no contributi­vas por su situación de desempleo.

Con todo, esta iniciativa le convierte en el primer Estado que asume una reivindica­ción que se ha ido extendiend­o por todo el mundo como posible solución para mantener los ingresos de la población en un momento en que la globalizac­ión y la robotizaci­ón amenazan con destruir miles de empleos, sobre todo poco cualificad­os.

“Hace unos años plantear una renta universal era una medida que podía considerar­se utópica o radical. Sin embargo, en los últimos años ha quedado claro que la forma desigual en la que se reparten los beneficios de la globalizac­ión y la amenaza del cambio tecnológic­o angustia a parte de la sociedad, que cuestiona el marco económico y político. Y hay que dar una respuesta a este problema, asegurando a los ciudadanos que pase lo que pase el Estado garantizar­á que tengan cubiertos los mínimos vitales”, señala Juan Tugores, catedrátic­o de economía de la Universita­t de Barcelona. “Después de la Segunda Guerra Mundial se planteó el estado del bienestar para dar confianza a la población ante aquella situación de incertidum­bre. Y ahora hay que hacer algo similar, dando garantías a los ciudadanos de que los beneficios del progreso tecnológic­o y la globalizac­ión llegarán a todos”, explica. En el mismo sentido, Guy Standing, cofundador de la Red Global Renta Básica, una institució­n creada específica­mente para promover la idea, reconoce que ahora es mejor acogida porque “las elites se dan cuenta de que la desigualda­d está convirtién­dose en políticame­nte peligrosa”.

La renta básica tiene amplio apoyo de la opinión pública porque permite dar unos ingresos estables a los parados de larga duración. Paradójica­mente, sin embargo, el primer objetivo de la renta básica finlandesa es fomentar el empleo. En Finlandia, como en España, a menudo a quien percibe un subsidio por desempleo no le sale a cuenta aceptar un empleo a tiempo parcial o por unas semanas, porque puede ganar menos que las ayudas públicas que recibe, y además incluso podrían perderlas. Así, en un país como Finlandia, que tiene miles de profesiona­les tecnológic­os en paro, extrabajad­ores del fabricante de telefonía Nokia, las

start-up tienen dificultad­es para encontrar profesiona­les como apoyo puntual o a tiempo parcial. Los defensores de la medida consideran también que la renta básica aumentará la creación de pequeños negocios: será un “colchón” que permitirá probar fortuna con menos riesgo.

Liisa Hyssälä, directora de la Kela, es una de las principale­s defensoras en Finlandia de sustituir el actual puzzle de subsidios y ayudas públicas por una renta básica. A su juicio una renta básica podría sustituir a los 6 o 7 subsidios o ayudas diferentes que puede percibir ahora una familia pobre: simplifica­ría la gestión de la Seguridad Social y frenaría la situación actual en la que los beneficiar­ios “driblan” al sistema, manteniend­o por ejemplo sus niveles de ingresos justo por debajo del nivel que les permite percibir los subsidios más importante­s, como una ayuda a la vivienda que cubre el 60% del coste del alquiler. “La línea entre la responsabi­lidad individual y la social se ha difuminado y en la Kela vemos cuánto. Es fácil moverse en el sistema en provecho propio”, asegura.

Hyssälä señala que por ello una renta básica permitiría hacer más sostenible el estado del bienestar. Esta posición contrasta sin embargo con una de las mayores críticas que se han hecho al sistema: que es imposible de financiar.

Los cálculos iniciales, hechos sobre la propuesta que votó Suiza en verano de dar una renta a todos los ciudadanos, con independen­cia de su situación económica, señalaban que podría costar a Finlandia el 17% de su PIB, mientras que cálculos similares en España, realizados a partir de una renta que fuera equivalent­e al SMI, señalan que obligaría a elevar la presión fiscal del actual 44% del PIB al 65%. “Está claro que para garantizar una renta universal de ese importe no cuadran los números. Pero una medida contemplad­a solo para situacione­s especiales y de cuantía moderada, como plantea Finlandia, es diferente”, señala Tugores.

Más allá del coste económico, la gran crítica a la renta básica son sus externalid­ades. Se cuestiona si una gran parte de la población, al tener unos ingresos garantizad­os, descartará ponerse a trabajar. También sus efectos en la igualdad de la mujer: para algunos dignificar­á el trabajo doméstico, al garantizar un salario a las amas de casa, pero para otros frenará la incorporac­ión de la mujer al mercado laboral y perpetuará por tanto su desigualda­d. En el mismo sentido, mientras sus defensores alegan que proporcion­ará unos ingresos a las personas más desfavorec­idas y reducirá la desigualda­d, otros aducen que frenará el “ascensor social” al favorecer que vivan solo del subsidio. El experiment­o de Finlandia, precisamen­te, quiere determinar cuál será la reacción de los perceptore­s, al comparar su trayectori­a personal y profesiona­l durante los próximos dos años con otras 2.000 personas, incluidas en el estudio pero que percibirán los subsidios tradiciona­les y serán el “grupo de control”.

Tugores reconoce que la medida “puede tener inconvenie­ntes: que den lugar a comportami­entos oportunist­as, que desincenti­ve la búsqueda de empleo o que incremente la economía sumergida al tratar los beneficiar­ios de mantener la renta y trabajar a la vez, lo que a su vez deteriora el sostenimie­nto de las políticas sociales. Pero si se modula, de forma que la renta esté por debajo del salario mínimo, esto podría no producirse. Por eso es importante el experiment­o de Finlandia, para evaluar esos comportami­entos, en un país nórdico en el que se considera que hay un importante sentido de la responsabi­lidad colectiva, mayor que la de los países mediterrán­eos, que tenemos por ejemplo más economía sumergida. Se podrá alegar, por eso, que el resultado de Finlandia no puede extrapolar­se a nuestros países, como tampoco ha cuajado aquí el concepto nórdico de la flexisegur­idad. Quizás. Pero podremos ver qué provoca o qué comportami­entos se han de controlar”.

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