La razón irracional
Salvador Cardús destaca las contradicciones que, en su opinión, alberga el colectivo ThinkCat, nacido con la intención de combatir el independentismo con criterios estrictamente racionales y académicos: “Si realmente pretendieran un discurso estrictamente racional y académico, lo más lógico sería que estuvieran abiertos a dilucidar si la independencia de Catalunya es o no conveniente tanto para los catalanes como para los españoles; si es posible o imposible desde el punto de vista político”.
Es una buena noticia que vaya a crearse una plataforma de pensamiento o de propaganda –el tiempo lo dirá– para combatir de manera racional la independencia de Catalunya. Así es como la definen sus impulsores, Josep Piqué, Francesc de Carreras y Josep Borrell. Dicen que quieren favorecer los argumentos académicos y racionales, más allá del exceso de emocionalidad que suele dominar el debate actual. Que finalmente quiera entrarse en una confrontación argumentada, aunque de momento sólo sea en el plan dialéctico y no en el político –es decir, sin la aceptación franca de la celebración de un referéndum–, ya es bueno para el reconocimiento de la legitimidad del desafío soberanista. Y en cualquier caso es un paso importante a la hora de favorecer que la ciudadanía pueda tomar decisiones lo más maduras posible ante el referéndum del próximo otoño.
Sin embargo, habrá que esperar a la presentación formal de ThinkCat para comprobar hasta dónde llega su voluntad de transversalidad y habrá que escuchar sus argumentos académicos racionales para poder juzgar el rigor del nuevo aparato unionista. De todas maneras, de entrada ya nace con un par de puntos débiles. El primero es que declare el propósito explícito de combatir el independentismo. Si realmente pretendiera un discurso estrictamente racional y académico, lo más lógico sería que estuvieran abiertos a dilucidar si la independencia de Catalunya es o no conveniente tanto para los catalanes como para los españoles; si es posible o imposible desde el punto de vista político; si es respetable o condenable en términos democráticos, o que evaluara sin prejuicios las consecuencias previsibles para unos y otros. Pero el inicial partido ya tomado por combatir el independentismo es un a priori adoptado sin partir de estos argumentos racionales, de los estudios jurídicos y económicos o de los sondeos anunciados. Y, además, sería risible pensar que se puede llegar a la conclusión de que la independencia de Catalunya –o su permanencia en el Estado español– deba dilucidarse en términos estrictamente académicos. Sería tan ridículo como decir que el futuro del Reino Unido puede defenderse con meros argumentos académicos. O que podría determinarse racionalmente a qué partido votar en las próximas elecciones.
El segundo punto débil de la plataforma anunciada es el recurso a una idea tan poco racional como la de querer diferenciar claramente entre emoción y razón en la lógica política. En primer lugar porque las emociones no son irracionales, sino que también suelen tener una base racional perfectamente analizable. Pongamos por caso el sentimiento de humillación, que se encuentra en la raíz de grandes cambios sociales y políticos, y posiblemente también del independentismo catalán. La humillación es un sentimiento académicamente muy bien analizado, entre otros, por autores tan consistentes y reconocidos como el politólogo francés Bertrand Badie, el historiador británico Dennis Smith, la científica social noruega Evelin Lindner o el experto chino en resolución de conflictos Zheng Wang. En segundo lugar, que la aspiración a la independencia vaya acompañada de una cierta dosis de emocionalidad no quita –ni pone, claro está– ningún fundamento racional al debate, sino que simplemente muestra cuál ha sido siempre la vía propia de integración de las grandes ideas a los proyectos colectivos. Y finalmente, el supuesto de querer limitarse al debate racional tiene algo de tramposo en la medida en que la emocionalidad también es propia –e inseparable– de las posiciones llamadas constitucionalistas cuando estas convierten la unidad territorial de España en un asunto sagrado e indiscutible, y por lo tanto, fuera de toda confrontación racional. En todo caso, no será fácil que los académicos del ThinkCat puedan delimitar la dimensión emocional del independentismo si no explican cómo lo harán para desmarcarse, también, de la del constitucionalismo.
Sea como sea, y más allá de cuál fuere el papel político de ThinkCat y de los apoyos que pueda recibir, lo interesante de situar el debate sobre la independencia de Catalunya en un plan analítico es que permitirá la confrontación de ideas y que estas puedan ser rebatidas –unas y otras– de manera crítica. Hasta ahora, nos habíamos movido entre lo de vagar para siempre en el espacio galáctico y las consideraciones, en sede judicial, sobre el nivel de violencia implícito en la metáfora de tener que romper los huevos para hacer una tortilla. En cambio, seguro que ThinkCat aportará datos clarificadores sobre cuál ha sido el papel de ciertos partidos y medios de comunicación a la hora de encabritar emocionalmente el debate democrático que se inició en Catalunya justo ahora hace diez años. Todo, al comprobar que las moderadas propuestas de reforma estatutaria habían fracasado después de ser radicalmente rasuradas –no sé con qué grado de razón o de pasión– por el cepillo de la comisión constitucional de las Cortes Españolas.
Las emociones no son irracionales, también suelen tener una base racional perfectamente analizable