La Vanguardia

“Intenté ser sacerdote, pero no lo logré”

Martin Scorsese, director de ‘Silencio’

- GABRIEL LERMAN

Escribió el primer boceto del guion de Silencio –el filme que hoy se estrena en España– 16 años atrás y desde entonces Scorsese ha estado luchando contra viento y marea para llevar por segunda vez al cine la novela de Shusaku Endo. Y aunque los problemas financiero­s estuvieron a punto de colapsar por completo su aventura, fue la dificultad para adaptar un texto críptico la mayor traba. El gran maestro del séptimo arte ha logrado concretar su película más soñada gracias a un presupuest­o acotado y a un ritmo de trabajo agotador, pero su nuevo proyecto propone más preguntas que respuestas, un aspecto de la historia que precisamen­te originó su obsesión.

¿Qué fue lo que le intrigó de esta historia? ¿El aspecto religioso? Es posible. En realidad yo nunca he dejado de buscar la fe. Pero sé que uno puede tener fe y no afectar la vida de los demás y puede tener fe y no tener ninguna clase de compasión hacia sus semejantes.

Uno puede cometer errores y sentirse condenado para siempre. Pero la fe puede salvarte. Kichijiro le dice a Rodrigues que cuando le vio aparecer junto al padre Garrope, pensó que Dios podía perdonarle. Eso sintetiza un poco mi vida. Yo intenté ser un seminarist­a para convertirm­e en sacerdote, pero no lo logré. La vocación es muy importante y yo tuve un mentor, el padre Príncipe, que trabajaba en el Lower East Side. Él tuvo un impacto muy fuerte en mi vida entre mis once y mis diecisiete años. Nos dio muchos libros para leer, de Graham Greene y Dwight McDonald entre otros. Era una inspiració­n y yo quería ser como él. Podía ser un hombre tan duro como compasivo, porque las calles eran muy difíciles en ese entonces. Pero en el curso preparator­io para el seminario al que asistí me di cuenta de que uno no puede entregarle su vida a una vocación sólo porque quiere ser como otra persona.

Entonces... Tiene que ser algo que surja de ti. Pero nunca estuve seguro de tener esa vocación. Es una lucha interna que se puede ver en Taxi driver, en Malas calles y en Toro Salvaje. Ahí pensé que había alcanzado algo, pero luego se me volvió a escapar. Cuando llegó el momento de hacer La última tentación de Cristo, sentí que era un gran paso para poder resolver esos dilemas. Iba a hacer esa película en 1983 y la hice en 1988. En el ínterin Jo, ¡qué noche! y El color del dinero, para mí fue como una práctica, como ir al gimnasio y estar listo para cuando llegara el momento de La última tentación...

¿Cómo llegó a la novela de Endo? Un día después que el arzobispo de la Iglesia Episcopal Paul Moore vio La última tentación me regaló una copia de Silencio. Tuvimos una gran conversaci­ón sobre la fe y su aplicación en la vida práctica, durante la cual él me dijo que me quería dar un libro y me lo envió. Lo fui leyendo a lo largo de ese año, mientras hacía Uno de los nuestros. Cuando lo terminé de leer –particular­mente el epílogo– me pareció que si lo adaptaba al cine iba a poder encontrar la respuesta a mis dudas.

¿Siente que a lo largo de la vida ha sido puesto a prueba por numerosas situacione­s? Sí, y que necesito poder expresar la compasión, la paciencia y la entrega que se vincula con la fe aun siendo un director de cine. Cuando finalmente logré escribir el guion, sentí que para mí la película iba a ser como una peregrinac­ión.

Da la sensación de que le interesa que la audiencia simpatice con el punto de vista japonés. ¿Es así? Si, porque tratamos de incluir tanto como nos fue posible el punto de vista japonés de Endo, que era católico. Sabíamos que el filme iba a plantear esa pregunta en la audiencia y es una de las razones por las que lo quise hacer. Si le llevas las buenas noticias a la gente, diciendo que hay una salvación, ¿qué es lo que estás haciendo realmente? Uno de los jesuitas que vio la película en Roma, Daniel Wong, que está cargo del área de Filipinas, explicó que los misioneros llegaban en esa época con una enorme pasión, pero sin saberlo también traían la violencia. Su insistenci­a en que tenían el monopolio de la verdad, y su desdén por las creencias de los japoneses, con las que estos habían vivido durante siglos, fue un acto de violencia.

Entonces no le sorprender­á que fuera percibido como acto de arrogancia. No, por eso en el filme está la parábola del inquisidor sobre Portugal y España, en donde explica que los japoneses percibían que detrás de las exploracio­nes misioneras de los jesuitas estaban los poderes coloniales. La conexión entre la teología cristiana y la violencia del colonialis­mo es una herida de la que el cristianis­mo asiático no se ha recuperado. Esto es algo que se dijo en el Vaticano. Son muy consciente­s de lo que hicieron.

¿La Iglesia apoya su película? Creo que sí. Al menos los jesuitas estan muy entusiasma­dos porque Silencio suscita una serie de preguntas. Ellos ven que en lugar de morir como un mártir, que hubiera sido una especie de triunfo para Rodrigues, él termina convirtién­dose en una figura mucho mas similar a Cristo de lo que nunca ha sido; abandona todo y lo que queda es pura compasión. Rodrigues se cuestiona en determinad­o momento qué es de verdad lo que está vendiendo. Tiene que descubrirl­o, debe rechazarlo para poder hacerlo. Lo pierde todo y lo encuentra, en sí mismo. Y ese es un viaje muy personal.

¿El cine japonés influyó en la estética con la que diseñó su versión? Por supuesto. La primera película japonesa que vi fue Cuentos de la luna vaga después de la lluvia de Kenji Mizoguchi, que fue restaurada este año por la misma empresa que va a distribuir Silencio en Japón. El director de fotografía fue Kazuo Miyagawa y su ayudante de cámara que ahora tiene unos setenta años y sigue trabajando se ocupó de graduar el blanco y negro. Es un filme hermoso, verdaderam­ente mágico.

Eso le llevó a Kurosawa. Y a muchos otros filmes que vi en televisión. Yo siempre he estado inmerso en el cine japonés del mismo modo en que lo he estado en el cine italiano, porque entre las décadas de los cincuenta y los setenta tenían un estilo absolutame­nte único. Las cosas que entonces estábamos descubrien­do en Estados Unidos ellos ya las habían hecho.

“Intenté ser seminarist­a para convertirm­e en sacerdote, pero no lo logré”

“Insistir en tener la verdad y el desdén a otros credos fue un acto de violencia”

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PATRICK KOVARIK / AFP Martin Scorsese ha buceado en su película en las razones de la fe y sus crisis

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