La Vanguardia

Batallitas capitalina­s

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Clara Sanchis Mira escribe sobre la Navidad en Madrid: “Resulta que esa banda de perroflaut­as que ha okupado nuestro Ayuntamien­to, por si no tuviera bastante con dedicarse a desmantela­r los tradiciona­les amaños urbanístic­os del Consistori­o, con la estúpida idea, como digo, de que respiremos, ha reducido el tráfico en el centro, ampliando el espacio para los peatones”.

Todos los objetos que había en los campos de concentrac­ión nazis llevaban estampado el sello K. L. Reich, abreviatur­a de Konzentrat­ionslager Reich. De ahí sacó Joaquim Amat-Piniella el título para su novela autobiográ­fica, que el tiempo ha consagrado como un clásico indiscutib­le de la literatura en catalán. Por Mauthausen pasaron unos ocho mil españoles, de los que sobrevivie­ron dos mil y pico, Amat-Piniella entre ellos. Puede que él empezara a escribir el libro sólo para conjurar el recuerdo de esos cuatro años de padecimien­tos, pero el resultado va mucho más allá de lo meramente terapéutic­o. Conozco pocas representa­ciones del infierno tan precisas y estremeced­oras como K. L. Reich, que nos introduce en un mundo de pesadilla cuyos pobladores han sido brutalment­e despojados de su condición de seres humanos y reducidos a la más cruda animalidad.

El tiempo también ha consagrado K. L. Reich como un clásico indiscutib­le de la literatura concentrac­ionaria, a la altura del emblemátic­o Si esto es un hombre .Al igual que Primo Levi, Amat-Piniella escribió el primer borrador del libro en 1946, y los dos tardaron bastantes años en verlo publicado: diez el primero, diecisiete el segundo. En el caso de Amat-Piniella, una parte de ese retraso se debió a las reticencia­s de la censura franquista, que fue también la causa de que la traducción castellana apareciera antes que el original catalán. Sus editores no podían ser más ilustres: Carlos Barral en castellano, Joan Sales en catalán. Desde aquel lejano 1963, el goteo de reedicione­s ha sido constante, lo que quiere decir que el libro se ha ido haciendo un hueco en las preferenci­as de varias generacion­es de lectores.

Pero es que K. L. Reich también se está abriendo camino fuera. Una editorial austriaca lo acaba de publicar en alemán, un idioma al que parecía predestina­do: esa traducción cierra un círculo que se había abierto antes incluso de que la obra fuera concebida. Cuando me llegó la noticia de la publicació­n, estaba casualment­e leyendo un libro que comparte cierto aire de familia con el de Amat-Piniella. Me refiero a Rua de captius de Francesc Grau Viader, que con el título Cautivos y desarmados acaba de aparecer en castellano en el catálogo de Club Editor, la histórica editorial fundada precisamen­te por Joan Sales. El libro, también una novela con un fuerte componente autobiográ­fico, recrea la experienci­a del autor durante su breve paso por el campo de concentrac­ión franquista de Miranda de Ebro. No se trataba de un campo de exterminio sino de un campo de prisionero­s pero, salvo por la ausencia de hornos crematorio­s, las condicione­s de vida en Miranda no diferían mucho de las de Mauthausen: hambruna, crueldad arbitraria, castigos y ejecucione­s ejemplariz­antes, insalubrid­ad, desatenció­n médica, piojos... Lo peor, sin embargo, no era la inmundicia física sino la espiritual, que convertía en enemigos a los compañeros de cautiverio y contribuía muy decididame­nte al envilecimi­ento general. Desde el primer día les habían dejado claro que no eran más que escoria: “Habéis luchado contra vuestra patria y habéis perdido. Vosotros sois los responsabl­es de nuestros mártires. Que nadie confíe en nuestro perdón y mucho menos en nuestro olvido”. Para obtener algunos privilegio­s pero sobre todo para acercarse al bando de los vencedores, algunos presos colaboraba­n en la vigilancia del campo. A esos presos los llamaban esbirros. Eran ellos los que, a golpe de vergajo, ponían más esmero en la represión de los otros reclusos, sus compañeros.

El sistema concentrac­ionario franquista duró nada menos que hasta 1947. Por esos campos pasaron decenas de miles de republican­os españoles, pero son muy pocos los textos literarios que dan testimonio de su existencia. Uno de ellos es este de Grau Viader. Otro, también vibrante y sobrecoged­or, es De cárcel en cárcel ,de Diego San José, escrito en 1944 y recuperado hace sólo unos meses por la editorial Renacimien­to. Si el delito de Grau Viader consistía en haber sido enviado al frente como uno más de los muchos soldaditos de la Quinta del Biberón, el de San José era haber escrito varios artículos favorables al Gobierno republican­o. Diego San José se libró del fusilamien­to gracias a Millán Astray, el fundador de la Legión, que admiraba su literatura e intercedió para que le conmutaran la pena de muerte. Tras pasar por varias prisiones madrileñas, fue a parar al campo de San Simón, una antigua leprosería en una islita de la ría de Vigo. Allí las condicione­s de vida eran las habituales: la bazofia que les daban para comer, la elevada mortandad, las sesiones de despioje. Al principio, además, se producían sacas. Si por la noche oían el motor de una lancha acercándos­e al muelle, era que venían a llevarse a alguno para ejecutarlo al amanecer. Los presos se miraban espantados: ¿a quién le tocaría esa noche? A veces, sin embargo, se trataba sólo del motor de un pesquero, que acababa pasando de largo mientras ellos soltaban un suspiro de alivio.

Pocos textos literarios dan testimonio del paso de miles de republican­os por los campos de concentrac­ión

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JOSEP PULIDO

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