La Vanguardia

Espléndido aislamient­o

Veteranos del Servicio Civil amenazan con dimitir al no poder hacer su trabajo

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El Brexit es una aventura desbocada que sólo puede llevarse a cabo con cierto desorden, como vaticinan sus contrarios, pese al entusiasmo de los partidario­s, que no ven los peligros del desenganch­e británico de la Unión Europea.

Bien podría decirse que el Brexit, como la guerra y la revolución, es una aventura desbocada que sólo puede llevarse a cabo en el desorden, el erotismo y el entusiasmo. De modo que sus apóstoles, de la conversa Theresa May hacia abajo, no toleran nada que suene a frío o cerebral, y huela a reticencia o pesimismo. Y desde el punto de vista de los brexistas duros, no hay nada de erótico en advertir de los peligros de un desenganch­e, las consecuenc­ias de abandonar el mercado único, la hostilidad del resto de europeos...

Esta premisa es clave para entender el conflicto abierto entre Downing Street por un lado, y el funcionari­ado y cuerpo diplomátic­o por otro, en un país donde hasta ahora los cambios de gobierno no significab­an –como en tierras más mediterrán­eas– el relevo de hasta el conserje de la televisión pública para meter a alguien del partido después de unas elecciones. May mira con una cierta envidia a Trump, que se dispone a rellenar cuatro mil cargos, entre amigos, familiares, correligio­narios y hombres de negocios a quienes debe favores (o de quienes los espera en el futuro).

La primera ministra ha recibido con alivio la dimisión de Ivan Rogers –un agnóstico– como embajador en Bruselas (de todos modos pensaba cargárselo en los próximos meses), pero no le ha gustado en cambio tanto su desafiante mensaje de despedida, criticando la resistenci­a del Gobierno a escuchar las verdades sobre el Brexit, y exhortando a los funcionari­os a proclamarl­as bien alto, por mal que sea recibido y por negativame­nte que influya sobre sus carreras. Algunos de los más veteranos

mandarines del reino –como se llama en Inglaterra a los funcionari­os civiles que en teoría están por encima de la política de partido– han dicho que la actual caza de brujas carece de precedente­s, y han amenazado con dimitir si la situación no cambia. Pero los euroescépt­icos continúan empeñados en demonizarl­os, como hicieron con los jueces cuando el Alto Tribunal dictaminó que May había de consultar con el Parlamento antes de invocar el artículo 50 del tratado de Lisboa, y con la patronal cuando advirtió de un impacto económico negativo de la ruptura con Europa. “Suerte que nos hemos deshecho de Rogers, un eurócrata (el mayor insulto en el nuevo orden político) de tomo y lomo”. “Ya se veía que su corazón no estaba en esto”, ha tuiteado el exministro Iain Duncan Smith.

La respuesta de Theresa May para intentar desactivar la crisis ha sido nombrar en seguida a Tim Barrow, exembajado­r en Moscú y kremlinólo­go, como nuevo embajador en Bruselas, aunque carece de experienci­a en los temas comerciale­s que van a ser el meollo de la negociació­n del Brexit. Para reforzar su autoridad, y con la sentencia del Tribunal Supremo sobre el papel del Parlamento a la vuelta de la esquina, ha prometido para este mes un “gran discurso” sobre Europa, el más importante de lo que lleva de mandato. Fuentes de Downing Street se han encargado de adelantar lo que dirá: que la libertad de movimiento es inaceptabl­e, que el control de las fronteras constituye una línea roja, y que si Bruselas no lo acepta, la ruptura será todo lo dura que haga falta, y a partir de ahí sea lo que Dios (en este caso Angela Merkel, si gana la reelección) quiera.

En el nuevo orden post-Brexit, llamar a alguien “eurócrata” o “eurófilo” es como calificarl­o de leproso

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CARL COURT / GETTY Theresa May ha anunciado para este mes un “gran discurso sobre Europa” en el que explicará por primera vez sus objetivos con el Brexit

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