Responsabilidades
El proteccionismo económico que se intuye en las medidas anunciadas por Donald Trump, el futuro presidente de Estados Unidos; y las implicaciones éticas del dictamen del Consejo de Estado sobre la gestión del accidente del Yak-42 que hizo el exministro Trillo.
TODAVÍA no ha llegado a la Casa Blanca y el poder del presidente electo Donald Trump ya es perceptible. Tras un solo tuit del futuro mandatario, tres empresas estadounidenses del automóvil y de la industria del aire acondicionado –General Motors, Ford y Carrier– han anunciado la suspensión de sus planes de inversión en México después de que el magnate neoyorquino amenazara con imponer un arancel del 35% a la importación de productos de empresas estadounidenses deslocalizadas. La reacción contra la globalización puede ensombrecer el mandato del nuevo presidente.
La “América para los americanos”, la llamada doctrina Monroe elaborada en el primer tercio del XIX, es la bandera que exhibe orgulloso Trump. La deslocalización de empresas estadounidenses al resto del mundo y, en especial, a México aparece como principal culpable de la crisis industrial que azota a buena parte del país, y la promesa de que iba a terminar con ese fenómeno para recuperar parte del empleo perdido es una de las bazas que explican el éxito del presidente electo, especialmente en estados como Michigan y Pensilvania, particularmente castigados por la crisis industrial y manufacturera.
México recibió en el 2015 cerca de 28.500 millones de dólares de inversión extranjera, y EE.UU. era el primer país con más del 53% de este capital aportado. Desde la entrada en vigor, hace 20 años, del tratado de Libre Comercio de América del Norte, la llegada de empresas estadounidenses a ese país ha ido al alza. Y ese comercio ha beneficiado a México pero también a las empresas estadounidenses, que han mejorado sus beneficios, y además ha redundado en la creación de mejor empleo en el país más poderoso de la Tierra. Un estudio reciente sobre ese fenómeno deslocalizador afirma que “esas empresas estadounidenses tienen más ventas, contratan más trabajadores, invierten más en investigación y desarrollo, exportan más bienes e invierten más capital en Estados Unidos”. Concluye el estudio que una mayor inversión en México por parte de empresas de Estados Unidos es benéfica para ambos países. Esa es la parte positiva de la globalización.
Sin embargo, parece evidente que las víctimas de la crisis no han salido beneficiadas de ese intercambio. Sólo lo han sufrido, y en especial la clase media trabajadora y blanca, que ha visto cerrar sus centros de trabajo y que por primera vez en EE.UU. cree que sus hijos vivirán peor que ellos, por lo que esperan del nuevo presidente, a quien votaron masivamente, que revierta la situación, tal como ha prometido de forma reiterada.
Pero la fórmula Trump no es fácil ni clara, como ocurre con todos los postulados de carácter populista. Primero, porque la voluntad expresada de devolver a EE.UU. los empleos perdidos en México encierra una enorme contradicción respecto de lo que, en términos generales, se califica como la “bondad del mercado”, santo y seña del país de Trump desde que, por lo menos, la Escuela de Chicago abrió en torno a los años setenta del siglo pasado el camino al neoliberalismo imperante hoy en Occidente. Y en segundo lugar, porque habrá que ver si los miles de empresas estadounidenses que han invertido en el extranjero están dispuestos a perder competitividad y mercados –respecto de sus principales adversarios– bajo el mandato del nuevo presidente y en qué manera afectará a su futuro la oleada nacionalista y populista que pretende imponer. No sea que se pierda por un lado lo ganado, durante años, por el otro.