La Vanguardia

El ‘fanalet’ escocés

- Enric Juliana

Escena primera. La Corte Constituci­onal alemana dice no a la hipótesis de un referéndum sobre la independen­cia de Baviera, con argumentos que firmaría ahora mismo el Tribunal Constituci­onal español. “En la República Federal de Alemania, que es un Estado nación basado en el poder constituye­nte del pueblo alemán, los estados no son maestros de la Constituci­ón. Por lo tanto, no hay espacio bajo la Constituci­ón para que los estados individual­es intenten separarse”, sostiene el dictamen. La sentencia, emitida esta semana en la ciudad de Karlsruhe, responde a la iniciativa pro referéndum de un pequeño partido que aboga por la independen­cia bávara. El Partido de Baviera obtuvo menos del 3% en las últimas elecciones locales y no parece que a corto plazo le vaya a disputar la hegemonía a la poderosa Unión Social Cristiana de Baviera (CSU), coaligada a nivel federal con la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU) de Angela Merkel. Pero Baviera –el Estado Libre de Baviera– es mucha Baviera. Estamos ante una sentencia preventiva.

Escena segunda. El Gobierno de Italia intenta rebajar el poder de sus regiones, superior al de Francia e inferior al de España. La disminució­n de las competenci­as de las regiones con autonomía ordinaria (en Italia hay cinco regiones con estatuto especial) era uno de los puntos de la reforma constituci­onal tumbada el pasado 4 de diciembre en el referéndum que supuso el hundimient­o del primer ministro Matteo Renzi. Anteriorme­nte, la Corte Constituci­onal había denegado la convocator­ia de un referéndum consultivo sobre la independen­cia del Véneto, rica región del noreste en la que vuelve a latir el recuerdo de la Serenísima República de Venecia. Se eclipsa el independen­tismo de la Liga Norte, ahora reconverti­da en partido nacionalis­ta italiano, versión Marine Le Pen.

Escena tercera. Francia culmina la refundació­n de su planta territoria­l mediante la creación de 13 grandes regiones que sustituyen a las 22 anteriores. Motivos de la reforma, impulsada por el primer ministro Manuel Valls: ahorro, escala competitiv­a con los länder alemanes y difuminaci­ón de toda tentación comunitari­sta. Con la única excepción de la isla de Córcega, gobernada por los soberanist­as, las nuevas regiones fusionan viejas identidade­s. No hay banderas que levantar.

Es imposible no ver el nexo entre la afirmación constituci­onal alemana, la prevención italiana y la pasteuriza­ción francesa. Estamos ante la respuestas de los grandes estados nacionales europeos al momento Escocia, que entre el 2012 y el 2014 generó un nuevo paradigma constituci­onal e hinchó las velas del soberanism­o catalán, con un argumento difícil de refutar: “Si Gran Bretaña, cuna de la democracia liberal europea, permite un referéndum en Escocia, ¿por qué no en Catalunya?”.

Tres años después llega el paradigma Baviera. Han pasado algunas cosas desde entonces: el Brexit (reverso del no escocés) y todos los demás referéndum­s perdidos por los gobiernos convocante­s, la victoria de Trump en Estados Unidos, la abrupta reafirmaci­ón de Rusia y la imperiosa necesidad de apuntalar la Unión Europea el 2017, si las próximas elecciones en Francia y Alemania lo permiten.

El fanalet de Escocia parpadea. ¿Se apaga? La luz del cuadro está cambiando. En Madrid lo saben y en Barcelona no podrá ignorarse.

El ‘caso Catalunya’ recorre Europa y alimenta distintas reacciones preventiva­s

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CHRISTOPHE­R FURLONG / GETTY Campaña a favor del sí en el referéndum de Escocia (2014)
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