La Vanguardia

El caso Trillo

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TRECE años después del accidente del Yak42, en el que falleciero­n 62 militares españoles de regreso de Afganistán, ha trascendid­o el dictamen del Consejo de Estado al respecto. En dicho documento, aprobado por unanimidad, se atribuye el percance al agotamient­o de los pilotos, pero se responsabi­liza también al Ministerio de Defensa de no haber velado adecuadame­nte por la seguridad de las tropas, pese a disponer de informes que denunciaba­n el riesgo de usar aeronaves como la siniestrad­a. Poco después de divulgarse el dictamen, se supo que el Gobierno se apresta a relevar a 72 embajadore­s, entre ellos al representa­nte de España en el Reino Unido, Federico Trillo, que el 26 de mayo de 2003, fecha del accidente aéreo, era ministro de Defensa.

Fuentes gubernamen­tales se han apresurado a señalar que la caída de Trillo como embajador no guarda relación con el citado dictamen. Pero a la opinión pública quizás le cueste desvincula­r una cosa de otra. El informe del Consejo de Estado, máximo órgano consultivo del Gobierno, ha sido concluyent­e. Y la asociación de familiares de las víctimas del Yak-42 ha sido más expresiva si cabe. A su juicio, “el señor Trillo se tiene que ir porque fue irresponsa­ble e indigno, y por falta de honor”.

El caso Trillo tiene su propia dimensión. Pero invita a abrir el foco y reflexiona­r sobre la exigencia ética y la conducta deseable en los altos cargos, incluidos aquellos que, como Trillo, fueron de designació­n política. En otros países, estas personas reciben el nombre de servidores públicos, que define con precisión la naturaleza de su trabajo y los requisitos imprescind­ibles para su cabal desempeño. Cabe preguntars­e: ¿puede ser o seguir siendo servidor de la comunidad quien ha sido reprobado severament­e por una parte muy sensible de dicha comunidad? ¿Es convenient­e que quien ha sufrido tal reprobació­n, además de ignorarla, reaccione con altivez ante las críticas de quienes perdieron a sus seres queridos en aquella tragedia aérea? Probableme­nte, no.

Sin embargo, dicha opinión no parece compartirl­a Trillo, que tras conocer su próximo cese como embajador ha manifestad­o su deseo de reingresar en el Consejo de Estado, del que es letrado en excedencia. Precisamen­te en el órgano que acaba de atribuir al ministerio que dirigió responsabi­lidades en la caída del Yak-42.

Consideram­os que esta pretensión de Trillo es discutible. También que trece años para lograr un dictamen del Consejo de Estado es mucho tiempo. Y, por último, que la tenacidad de los familiares de las víctimas merecía una mejor y más rápida respuesta oficial.

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