La Vanguardia

Un problema global

Según la FAO, cada año 1.300 millones de toneladas de comida no llegan a los consumidor­es y se pierden

- J. RUSIÑOL

La preocupaci­ón por el despilfarr­o de alimentos es global. La FAO calcula que 1.300 millones de toneladas no llegan al consumidor cada año. La comida puede perderse en cualquier punto de la cadena de producción y venta. Desde el campo hasta un supermerca­do que decide apartar unas latas que han sobrepasad­o el plazo de consumo preferente. Evidenteme­nte, en función de la zona del planeta pesan más unos motivos u otros.

Según este organismo, en los países industrial­izados el problema está sobre todo en la etapa final. Las cifras con respecto a este grupo de estados son relevantes: en Europa y en América del Norte la pérdida per cápita se mueve entre los 95 y los 115 kilos anuales, mientras que en África subsaharia­na y en Asia meridional y suborienta­l baja a entre 6 y 11 kilos. En este contexto, es comprensib­le que iniciativa­s como la nevera solidaria de Galdakao despierten interés en todo el mundo. No sólo mediático, sino de personas que quieren copiarlo en sus ciudades.

El frigorífic­o al alcance de todos se ha empezado a extender a sitios tan alejados de Euskadi como Argentina y Nueva Zelanda. Se puede comprobar con facilidad buscando en las redes sociales propuestas de heladera social, en América del Sur, o de community

fridge, como la que se ha puesto en marcha en Auckland (Nueva Zelanda). Durante los últimos tiempos, muchas personas se han puesto en contacto con el equipo de Álvaro Saiz, que hasta ahora ha estado siempre dispuesto a colaborar y a explicar la letra pequeña del proyecto para garantizar que tenga un éxito sostenible, que sea seguro y que no choque con las leyes de cada lugar. Ahora bien, esta predisposi­ción les ha traído algún quebradero de cabeza cuando no ha habido un compromiso claro con los principios que ellos defienden. Por este motivo, ahora están ultimando las cláusulas de confidenci­alidad para impedir que cualquier persona pueda imitar su protocolo sin la seguridad de que después harán buen uso de él. Primero, pues, habrá que asumir por escrito las normas básicas que siguen los miembros de la red.

“El riesgo cero no existe, pero tenemos que acotarlo al máximo”, admite Saiz, sentado delante del ordenador de la asociación de voluntario­s mientras muestra a través de Facebook algunos de estos casos que han empezado a florecer por todo el mundo a partir de su idea. En el caso de España, también hay personas que se han inspirado en la experienci­a vasca, pero que han decidido ir por libre.

Las neveras solidarias son sólo una de las acciones posibles para reducir el despilfarr­o alimentari­o y contribuir a conciencia­r a la ciudadanía del alcance de un problema que impacta en el medio ambiente y tiene un enorme coste económico. Hay que recordar que en aproximada­mente el 28% de la superficie agrícola del mundo, unos 1.400 millones de hectáreas, cada año se cultivan productos que no aprovechar­á nadie. Las propuestas que se han planteado en este sentido son múltiples. Desde un outlet de comida en el Reino Unido, que comerciali­za productos con la fecha de consumo preferente muy próxima (algunos incluso caducados pero en buen estado) hasta restaurant­es brasileños y portuguese­s que ofrecen la posibilida­d de limitar la cantidad de comida que se quiere para no tener que tirar el resto. Desde el menú a la carta en hospitales de Dinamarca para ajustar bien las raciones hasta las auditorías en los comedores universita­rios de EE.UU. La imaginació­n al servicio de una necesidad urgente.

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