Kurtz, de Vietnam a Japón
Silencio Dirección: Martin Scorsese Intérpretes: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Ciarán Hinds Producción: EE.UU., 2016. Duración: 159 minutos. Drama.
En Silencio, como antes en La última tentación de Cristo y Kundun, las constantes preocupaciones religiosas de Martin Scorsese cobran protagonismo. Inspirada en una novela de Shusaku Endo ya objeto de una adaptación japonesa en 1971, la película sitúa su acción en el Japón del siglo XVII, dominado por una inquisición que perseguía a muerte a los cristianos, y sigue las peripecias de dos misioneros que buscan a otro misionero desaparecido, que según las malas lenguas sigue vivo y apostató. Hay en esta trama una línea muy Apocalypse
now: el misionero (Liam Neeson) a quien buscan los protagonistas se nos antoja una figura próxima a la del coronel Kurtz. Y, sí, al final reaparecerá (en el prólogo aparece fugazmente) y expondrá muy razonadamente sus actitudes y creencias, momento crucial de un recorrido que ha cuestionado abiertamente, en tono crítico y ecuánime y desde todos los prismas, el papel nefando de la cristianización y el choque de culturas entre dos civilizaciones de pensamientos opuestos (memorable el monólogo del caricaturesco inquisidor sobre el tema y sus metáforas en torno a las concubinas, las mujeres guapas y las feas, etcétera).
Película cargada de complejidad y espesor dialéctico (película ‘de contenido’, como decíamos antes a la mínima de cambio), Silencio no deja de ser una obra con mucho cine clásico en su vientre, concretamente el patrón narrativo del cine de aventuras con pareja de héroes (Andrew Garfield y Adam Driver tomando el relevo de Walter Huston y Humphrey Bogart o de Sean Connery y Michael Caine) abismándose en tierras muy lejanas e ignotas. La épica tradicional, sin embargo, queda aquí reducida al esqueleto: la aventura no obtiene recompensa, más bien derrota moral. Scorsese ilustra el relato con una puesta en escena prodigiosa en cada plano y encuadre, aunque el ritmo esta vez es más pausado: el proverbial frenesí expresivo del autor de Casino deja paso en Silencio a una respiración más contenida, a un cine más contemplativo, incluso ensimismado a veces, aunque la firma de un maestro permanece indeleble.