El manual de conducta de Trump
NINGÚN experto en comunicación política en su sano juicio habría aconsejado a Donald Trump que dijera las barbaridades que desgranó en la campaña electoral, pero aun así –o quizás por ello– ganó las elecciones. Sin embargo, lo que todavía resulta más sorprendente es que, una vez conseguida la presidencia, no haya corregido un milímetro su discurso. Es como si quisiera dar a entender que resulta un personaje auténtico, que no cambiará un ápice cuando ocupe la Casa Blanca y que seguirá siendo políticamente incorrecto cuando lo mire de frente George Washington desde su óleo en el despacho oval.
La última crisis por su condición de lenguaraz la acaba de tener nada menos que con los servicios de inteligencia del Gobierno de Estados Unidos. La CIA y el FBI corroboraron que se registraron ciberataques rusos durante la campaña electoral y Trump respondió que se creía más a Julian Assange, el fundador de Wikileaks, sobre quien pesa una petición de extradición. Alguien sensato le sugirió que rectificara y, por una vez, el magnate escribió en Twitter: “Los medios mienten, soy un fan de los servicios de inteligencia”. Pero la indignación resulta evidente en estos pilares del Estado, para los que no bastará cambiar a sus jefes para que recuperen la confianza perdida.
No debe de ser fácil ser el asesor de comunicación de un personaje que tiene su propio manual de conducta. La revista Paris Match publica un reportaje sobre Hope Hicks, la nueva jefa de prensa de Trump, una exmodelo de Ralph Lauren, que ha renunciado a Hollywood por la Casa Blanca. Y con el título de maestra por una universidad texana. Para este puesto, Hillary Clinton había pensado en Brian Fallon, antiguo portavoz de Justicia y buen conocedor de los periodistas políticos. Pero Trump detesta a la casta. A casi todas las castas. Los labios de Hope y la lengua de Donald nos mantendrán entretenidos. Comienza el espectáculo.