Las intrigas del 2017
Cada mes de enero, pasado el día de Reyes, los cronistas miramos al horizonte y descubrimos, imaginamos, un espacio apasionante: este va a ser el año decisivo. Unas veces, porque tocan elecciones y pueden provocar cambios sustanciales en el país. Otras, sistemáticamente desde enero de 2013, porque la Assemblea Nacional Catalana o alguien así anuncia cada diciembre o cada enero con absoluta seguridad que será el año de la independencia o, al menos, del referéndum. Y ahora, por tres razones nuevas. Una, que el señor Rajoy se sigue refundando a sí mismo y aspira a objetivos insólitos, como que todos los partidos se sientan cómodos con sus presupuestos; otra, que es añada de congresos de partidos y alguno puede saltar por los aires, y la tercera y sorprendente, que el señor Puigdemont comunica que dentro de doce meses no será presidente, con un matiz: dejará el Palau Sant Jaume tan pronto como haya construido el Estado catalán.
¿Cabe más emoción para los próximos meses? Creo que no. El 2017, como los años precedentes, reúne todas las cualidades para ser el periodo decisivo. Pero sólo sobre el papel, porque después siempre llega el tío Paco con la rebaja, Rajoy tendrá que aprobar los presupuestos por la mínima y ya sería un éxito, y Puigdemont tendrá que seguir en la presidencia de la Generalitat, salvo que pierda estrepitosamente unas posibles elecciones a manos de Esquerra, porque no es tan fácil construir el Estado catalán y celebrar el referéndum “legal y vinculante” será literalmente imposible. El Tribunal Constitucional alemán es el último aliado del Estado español para impedirlo.
En ese panorama de ensoñaciones y tropiezos con la realidad, las intrigas se reducen a dos: en Catalunya, el margen de actuación que Rajoy deja a Soraya Sáenz de Santamaría; en el conjunto de España, el congreso federal del Partido Socialista. Digo lo de Sáenz de Santamaría porque su jefe, el presidente del Gobierno, enterró una de las posibilidades de diálogo para afrontar la cuestión catalana: la reforma de la Constitución. No cree que sirva para resolver nada. Si el referéndum no se puede hacer y reformar la Constitución tampoco sirve, ¿qué margen le queda a la vicepresidenta? ¿Sólo la financiación? ¿Sólo convencer a la clase política catalana de las bondades de la unidad nacional?
Y me fijo en el Partido Socialista porque no acaba de alumbrar su propuesta política, que dice que es previa a la elección de secretario general. No se ven avances, ni siquiera se sabe si alguien está trabajando en ese ideario. Si el PSOE sale de su asamblea escorado a la izquierda, ¿se alineará con el resto de la oposición empeñada en echar abajo las reformas de Rajoy? ¿Permitirá siquiera aprobar las cuentas públicas, que el Gobierno retrasa para contar con los socialistas? ¿Echará por tierra las perspectivas de acuerdo en las que tanto dice confiar el presidente? Y, si no hay ese acuerdo, ¿tiene el señor Rajoy otra salida que buscar una nueva mayoría en las urnas, alentado por la tendencia de voto que revelan las últimas encuestas? Son las dudas básicas de comienzo del nuevo año decisivo.