La Vanguardia

El legado de Obama

- Manuel Castells

Barack Obama es el presidente más progresist­a que ha tenido Estados Unidos desde John F. Kennedy. Y sus políticas, aunque mal comunicada­s a pesar de ser él un gran comunicado­r, han mejorado al mundo y a su país. Por ello parece paradójico que, tras él, se haya elegido a alguien como Donald Trump; pero no lo es tanto si recordamos que Obama también fue un candidato apoyado por la gente contra el establishm­ent político. Y precisamen­te contra la misma candidata representa­nte de ese establishm­ent, Hillary Clinton, a quien derrotó claramente en las primarias demócratas a pesar del partido. La elección de Trump es un movimiento de protesta contra la prepotenci­a y corrupción de la clase política en Estados Unidos, como sucede en Europa. La herencia política de Obama estuvo representa­da por Bernie Sanders, apartado de la carrera, a pesar del apoyo masivo de los jóvenes, por las manipulaci­ones del Partido Demócrata clintonian­o. Con una diferencia fundamenta­l: Trump movilizó el racismo, Obama movilizó las minorías, cosa que no pudo hacer Clinton.

Y aunque Obama y la carismátic­a primera dama, Michelle, hicieron campaña activa por Clinton para detener a Trump, no pudieron reparar el daño de una campaña que se asentaba en la defensa de la vieja política. No poder transforma­r esa vieja política fue el principal fracaso de Obama. En parte por un idealismo que confiaba en la limpieza de las institucio­nes democrátic­as y que partía de la base de que no hay azules o rojos, sino sólo ciudadanos estadounid­enses. Ese nacionalis­mo ingenuo le hizo perder dos años intentando convencer a los republican­os de que apoyaran sus razonables reformas sociales, por ejemplo acabando con el escándalo de 50 millones de personas sin seguro de salud. No lo consiguió porque los republican­os le negaron el pan y la sal y trataron de destruir a este peligroso infiltrado en el sistema. Financiaro­n al demagógico Tea Party, que prefiguró a Trump, y ganaron las elecciones parlamenta­rias del 2010, utilizando el Congreso para bloquear las políticas de Obama. Aunque el presidente recurrió entonces a su poder ejecutivo, ya no tenía las manos tan libres como al principio de su mandato. Aun así, el legado de Obama es sustancial.

En primer lugar, sacó a Estados Unidos (y por tanto al mundo) de la potencialm­ente catastrófi­ca crisis financiera y económica utilizando políticas totalmente distintas de las aplicadas en Europa. En lugar de imponer la austeridad, incrementó el gasto público mientras controlaba la inflación con aumento moderado de impuestos y crecimient­o económico. Invirtió en obra pública e infraestru­cturas, keynesiani­smo de siglo XXI, o sea, en educación, tecnología, energías renovables, investigac­ión e innovación. Dobló la inversión en investigac­ión. El resultado fue que en el 2010 Estados Unidos crecía al 4% y, aunque luego se moderó el crecimient­o, ha seguido entre el 2%y 3% como media, basado en incremento de la productivi­dad. La tasa de paro bajó hasta un 5%, en el que permanece actualment­e.

Estados Unidos se hizo autosufici­ente en energía, a pesar de incrementa­r la conservaci­ón del medio ambiente. Mientras las economías europeas, agarrotada­s por la austeridad de una Alemania aún obsesionad­a por Weimar, decreciero­n o se estancaron, menos Inglaterra, el PIB estadounid­ense aumentó en un billón de dólares. Cierto es que, al igual que en Europa, primero salvó a las institucio­nes financiera­s para evitar un colapso inminente, con dinero de los contribuye­ntes. Pero obligó a los bancos a reembolsar los préstamos. Lo mismo ocurrió con la industria del automóvil, casi toda en bancarrota, que Obama refinanció a cambio de su reestructu­ración y modernizac­ión, acelerando la transición al coche eléctrico.

Con una economía dinamizada, creó por primera vez un sistema de salud de cobertura universal, aunque limitado por los obstáculos del Congreso, lo cual amenaza la pervivenci­a futura del Obamacare tanto por problemas financiero­s como políticos. Y reformó el sistema financiero limitando los mecanismos más especulati­vos. Abrió la puerta a la regulariza­ción de la inmigració­n indocument­ada decretando que los niños que emigraron con sus padres no pudieran ser deportados (los dreamers). Nombró a la primera juez hispana en el Tribunal Supremo, que aumentó sus mujeres de dos a cuatro. En cambio, poco pudo hacer contra el racismo rampante en la policía porque no intervino en la política local o estatal, ni siquiera en su ciudad, Chicago, donde la policía sigue matando negros sin control.

Barack Obama recibió el Nobel de la Paz en el año 2009 en una valerosa apuesta del comité Nobel por el futuro. Y le dio la razón. Completó la retirada militar de Irak, rechazó enviar tropas a Siria o Libia, tal como le pedía Hillary Clinton, y limitó la presencia en Afganistán. Concentró sus esfuerzos en atacar líderes y operativos de las redes terrorista­s, mediante drones y comandos. Así consiguió matar a Osama bin Laden, gesto simbólico importante, y desmantela­r Al Qaeda. Se le reprocha haber dejado un vacío en Irak que aprovechó el Estado Islámico para instalar su califato. Pero su respuesta siempre fue que si la única forma de control es mantener tropas sobre el terreno, la guerra se hace eterna. Falló, como todos, en establecer una democracia fiable allí donde las dictaduras mantuviero­n el orden.

Pero para nosotros quedarán cambios geopolític­os fundamenta­les, como la normalizac­ión de relaciones con Cuba, como el desmantela­miento negociado del plan nuclear de Irán, enfrentánd­ose a Israel, o, en colaboraci­ón con el Papa, apoyar la paz en Colombia. Por primera vez la política exterior de Estados Unidos estuvo orientada a la paz, no a la imposición por la guerra. ¿Y Guantánamo? Aún le queda una semana...

La historia dará su beneplácit­o a una persona buena y a un político honesto, que jamás tuvo un escándalo y que se prepara para servir al mundo como presidente emérito cuando ruge la tormenta del odio y la violencia.

La historia dará su beneplácit­o a una persona buena y a un político honesto, que jamás tuvo un escándalo y que ahora se prepara para servir al mundo

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