Buenas intenciones
Hoy empiezan las rebajas!, hubiéramos exclamado tradicionalmente hace un año. Tan sólo un año. La rapidez de los cambios, sin embargo, nos matiza tanto la frase reclamo encarnada en aquella ciudadana especializada en entrar siempre la primera en los grandes almacenes que nos dibuja como simples miembros de una sociedad de permanentes rebajas. Qué son los outlets sino la gran apuesta por vender el mismo género a precio mucho más ajustado aunque sea de la temporada anterior. Y esto con permiso de los propios comerciantes que antes abanderaban estrictas regulaciones y ahora han reconvertido su establecimiento a este fin. Y cuántas posibilidades no nos permite internet cualquier día desde cualquier lugar sin que nadie pueda ajustar la red.
No es extraño, pues, que por voluntad comercial, por impericia legislativa, por proceso jurídico o por agilidad social aquella vieja tradición se haya ido esfumando entre ofertas toleradas, supervivencia imperiosa o reclamo descarado. Estaba cantado que sucedería por mucho que se persiguiera a quienes lo pronosticaban. Algo parecido al eterno debate de los horarios comerciales. Será casualidad o no, pero todo ha sido la desaparición por presunta corrupción del directivo que regía la entidad que con más vehemencia clamaba a favor de las restricciones comerciales y el orden falsamente establecido ha saltado por los aires. Quedan pendientes resoluciones judiciales y explicaciones públicas porque nadie de las diferentes administraciones que se repartieron aquel pastel durante décadas ha dicho esta boca es mía. Ni se ha comprometido a aclarar la razón de tantas subvenciones reiteradas como miradas desviadas. Y las hubo de todos los colores y variadas procedencias. Se puede deducir que han optado por el pragmático consuelo de muerto el perro, se acabó la rabia. Sin entidad vigente por desahucio, pensarán, responsabilidades anuladas por el silencio.
No debería ser así. Más allá de las cantidades invertidas en una buena causa que perseguía cohesionar el tejido comercial y plantar cara a la ofensiva permanente de las grandes superficies, aquel dinero se esfumó a la misma velocidad que aparecían generosos centros comerciales, se potenciaban auténticas ciudades de consumo y se promocionaba el gasto más que el ahorro. Si todo aquello respondía a una buena intención hoy fracasada, es porque los nietos del señor Esteve de Rusiñol ya entendieron que no se le pueden poner puertas al campo. Así, el pan para ayer se convirtió en hambre para hoy. Que sea fruto de la misma globalización que asimila ciudades a golpe de idénticos escaparates no determina que el final se haya convertido en trauma para muchos y lucro para pocos. Otra muestra más de la miopía política que tan positivas ideas decía defender. Y como hemos ido viendo, de aquellas buenas intenciones el juzgado está lleno.
Las rebajas se han ido esfumando entre ofertas toleradas y supervivencia imperiosa