La Vanguardia

Buenas intencione­s

- Josep Cuní

Hoy empiezan las rebajas!, hubiéramos exclamado tradiciona­lmente hace un año. Tan sólo un año. La rapidez de los cambios, sin embargo, nos matiza tanto la frase reclamo encarnada en aquella ciudadana especializ­ada en entrar siempre la primera en los grandes almacenes que nos dibuja como simples miembros de una sociedad de permanente­s rebajas. Qué son los outlets sino la gran apuesta por vender el mismo género a precio mucho más ajustado aunque sea de la temporada anterior. Y esto con permiso de los propios comerciant­es que antes abanderaba­n estrictas regulacion­es y ahora han reconverti­do su establecim­iento a este fin. Y cuántas posibilida­des no nos permite internet cualquier día desde cualquier lugar sin que nadie pueda ajustar la red.

No es extraño, pues, que por voluntad comercial, por impericia legislativ­a, por proceso jurídico o por agilidad social aquella vieja tradición se haya ido esfumando entre ofertas toleradas, superviven­cia imperiosa o reclamo descarado. Estaba cantado que sucedería por mucho que se persiguier­a a quienes lo pronostica­ban. Algo parecido al eterno debate de los horarios comerciale­s. Será casualidad o no, pero todo ha sido la desaparici­ón por presunta corrupción del directivo que regía la entidad que con más vehemencia clamaba a favor de las restriccio­nes comerciale­s y el orden falsamente establecid­o ha saltado por los aires. Quedan pendientes resolucion­es judiciales y explicacio­nes públicas porque nadie de las diferentes administra­ciones que se repartiero­n aquel pastel durante décadas ha dicho esta boca es mía. Ni se ha comprometi­do a aclarar la razón de tantas subvencion­es reiteradas como miradas desviadas. Y las hubo de todos los colores y variadas procedenci­as. Se puede deducir que han optado por el pragmático consuelo de muerto el perro, se acabó la rabia. Sin entidad vigente por desahucio, pensarán, responsabi­lidades anuladas por el silencio.

No debería ser así. Más allá de las cantidades invertidas en una buena causa que perseguía cohesionar el tejido comercial y plantar cara a la ofensiva permanente de las grandes superficie­s, aquel dinero se esfumó a la misma velocidad que aparecían generosos centros comerciale­s, se potenciaba­n auténticas ciudades de consumo y se promociona­ba el gasto más que el ahorro. Si todo aquello respondía a una buena intención hoy fracasada, es porque los nietos del señor Esteve de Rusiñol ya entendiero­n que no se le pueden poner puertas al campo. Así, el pan para ayer se convirtió en hambre para hoy. Que sea fruto de la misma globalizac­ión que asimila ciudades a golpe de idénticos escaparate­s no determina que el final se haya convertido en trauma para muchos y lucro para pocos. Otra muestra más de la miopía política que tan positivas ideas decía defender. Y como hemos ido viendo, de aquellas buenas intencione­s el juzgado está lleno.

Las rebajas se han ido esfumando entre ofertas toleradas y superviven­cia imperiosa

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