De Pedroche a Beyoncé
La figura de Cristina Pedroche, explotada como icono corporativo de Atresmedia con la excusa del Fin de Año, ha propiciado una fiebre de opiniones que forma parte de la rentabilidad mediática del personaje. La naturalidad con la que la presentadora asume su dimensión estrictamente estética dinamita certezas feministas de siglo XX y, paradójicamente, conecta con la apasionada ortodoxia de ese nuevo feminismo que, puestos a innovar, convierte a Beyoncé en uno de sus símbolos. La mujer florero reducida al peor cliché toma las riendas de su destino para hacer un uso aparentemente libre de unos principios heteropatriarcales basados en el elitismo y una jerarquía del concepto sexy anatemizados tanto por el puritanismo reaccionario como por el radicalismo militante, perplejos ante la omnívora mutabilidad de la tele. Pedroche es al mismo tiempo objeto de feminización decorativa y ejemplo de asunción de esta condición con la ambición de igualar reconocimientos con los profesionales masculinos del ramo sin ninguna actitud de sumisión. En la práctica, eso se ha traducido en una confianza relativa por parte de sus jefes, que le permiten trabajar regularmente en
Zapeando (La Sexta) y, de vez en cuando, acceder a escaparates de primera línea (tanto en visibilidad como en riesgo) como las campanadas, minuciosamente precalentadas gracias al talento de Pedroche para la autopromoción, o, como la vimos el miércoles, como invitada de un Hipnotízame que también desmiente ciertos prejuicios del purismo crítico televisivo. ¿Eso significa que, como tantas otras profesionales, Pedroche se ha liberado de la losa del machismo reduccionista? Hay razones para sospechar que no, pero también argumentos para intuir que sabe moverse en la ambigüedad de géneros (tele, famoseo) y que la simplicidad maniquea sobre su vestido no es el único elemento del debate. Ahora, además, hay factores que alteran la inmovilidad de las verdades absolutas. Por ejemplo: que sea más relevante el hecho de que una presentadora salga a dar las campanadas “como le dé la gana” que la simetría de vestiduras rasgadas de progres y carcas. Y, como siempre, quien sale ganando son los alquimistas de la audiencia. Saben que para que un producto funcione masivamente en la tele es importante que concite tanto la eufórica y acrítica devoción de los partidarios como la tenaz y rabiosa fidelidad de los detractores.
CLICHÉ MASCULINO.
Para la nueva edición de Gran Hermano VIP, Telecinco confía en el poder de Toño Sanchís, que en pocos meses ha pasado de ser el ególatra representante de Belén Esteban al culpable de presuntas miserias humanamente reprobables y televisivamente jugosas. Mientras Pedroche explota con naturalidad su aureola física, Sanchís imposta una chulería chusquera ideal para dar sustancia a un reality. Es fácil imaginar que a la cadena le convendrá más como cebo de conflictos (ya están dudando de si eliminarlo antes) y que, después, le darán a Sanchís el protagonismo de plató que siempre ha estado buscando. Y ya verán como para obtenerlo no tendrá que ponerse ningún vestido especialmente polémico.
Pedroche es al mismo tiempo objeto de feminización sexual y ejemplo de asunción de esta condición