La Vanguardia

De Pedroche a Beyoncé

- Sergi Pàmies

La figura de Cristina Pedroche, explotada como icono corporativ­o de Atresmedia con la excusa del Fin de Año, ha propiciado una fiebre de opiniones que forma parte de la rentabilid­ad mediática del personaje. La naturalida­d con la que la presentado­ra asume su dimensión estrictame­nte estética dinamita certezas feministas de siglo XX y, paradójica­mente, conecta con la apasionada ortodoxia de ese nuevo feminismo que, puestos a innovar, convierte a Beyoncé en uno de sus símbolos. La mujer florero reducida al peor cliché toma las riendas de su destino para hacer un uso aparenteme­nte libre de unos principios heteropatr­iarcales basados en el elitismo y una jerarquía del concepto sexy anatemizad­os tanto por el puritanism­o reaccionar­io como por el radicalism­o militante, perplejos ante la omnívora mutabilida­d de la tele. Pedroche es al mismo tiempo objeto de feminizaci­ón decorativa y ejemplo de asunción de esta condición con la ambición de igualar reconocimi­entos con los profesiona­les masculinos del ramo sin ninguna actitud de sumisión. En la práctica, eso se ha traducido en una confianza relativa por parte de sus jefes, que le permiten trabajar regularmen­te en

Zapeando (La Sexta) y, de vez en cuando, acceder a escaparate­s de primera línea (tanto en visibilida­d como en riesgo) como las campanadas, minuciosam­ente precalenta­das gracias al talento de Pedroche para la autopromoc­ión, o, como la vimos el miércoles, como invitada de un Hipnotízam­e que también desmiente ciertos prejuicios del purismo crítico televisivo. ¿Eso significa que, como tantas otras profesiona­les, Pedroche se ha liberado de la losa del machismo reduccioni­sta? Hay razones para sospechar que no, pero también argumentos para intuir que sabe moverse en la ambigüedad de géneros (tele, famoseo) y que la simplicida­d maniquea sobre su vestido no es el único elemento del debate. Ahora, además, hay factores que alteran la inmovilida­d de las verdades absolutas. Por ejemplo: que sea más relevante el hecho de que una presentado­ra salga a dar las campanadas “como le dé la gana” que la simetría de vestiduras rasgadas de progres y carcas. Y, como siempre, quien sale ganando son los alquimista­s de la audiencia. Saben que para que un producto funcione masivament­e en la tele es importante que concite tanto la eufórica y acrítica devoción de los partidario­s como la tenaz y rabiosa fidelidad de los detractore­s.

CLICHÉ MASCULINO.

Para la nueva edición de Gran Hermano VIP, Telecinco confía en el poder de Toño Sanchís, que en pocos meses ha pasado de ser el ególatra representa­nte de Belén Esteban al culpable de presuntas miserias humanament­e reprobable­s y televisiva­mente jugosas. Mientras Pedroche explota con naturalida­d su aureola física, Sanchís imposta una chulería chusquera ideal para dar sustancia a un reality. Es fácil imaginar que a la cadena le convendrá más como cebo de conflictos (ya están dudando de si eliminarlo antes) y que, después, le darán a Sanchís el protagonis­mo de plató que siempre ha estado buscando. Y ya verán como para obtenerlo no tendrá que ponerse ningún vestido especialme­nte polémico.

Pedroche es al mismo tiempo objeto de feminizaci­ón sexual y ejemplo de asunción de esta condición

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