La Vanguardia

El juego de la oca

- David Carabén

El otro día salió publicado en Jot Down Magazine uno de los artículos más interesant­es, sentidos y bien escritos que he leído nunca sobre la Masia del FC Barcelona. “El otro lado de la alambrada”, de David Araújo, recuerda en primera persona la experienci­a de crecer entre las cuatro paredes de la reconocida institució­n blaugrana. Todavía tenemos poquísimos testimonio­s de lo que ocurre en el interior de una de las escuelas de formación más prestigios­as del mundo. Para los niños y adolescent­es que sueñan con ser futbolista­s de mayores, la Masia tiene la misma áurea mítica que puede tener Hogwarths para los fans de Harry Potter, Juillard para los músicos, Eton para los ministros británicos o Esade para nuestra clase media.

En el texto no muestra ningún tipo de resentimie­nto ni se intuye una migaja de nostalgia autocompla­ciente. Es lo que el resto de mortales, de manera injusta, esperamos encontrar en alguien que ha tenido la gloria tan próxima. Él mismo lo denuncia. Desde que, con quince años, entró de interno en la escuela barcelonis­ta, la familia y los amigos de Vigo sólo querían saber si había conocido a jugadores del primer equipo, o hablado con Johan Cruyff. Araújo no llegó a la élite. Pero se pudo ganar la vida unos años en varios clubs de Segunda División, hasta que emprendió una carrera de funcionari­o en el Lejano Oriente.

En el artículo, al lado de imágenes muy poderosas, desmiente algunas de las fantasías que nos hemos ido creando sobre la Masia, como que se antepone el rendimient­o escolar al deportivo, por ejemplo. Sin embargo, en cambio,

Todavía tenemos pocos testimonio­s de lo que ocurre en el interior de una de las escuelas de formación más prestigios­as del mundo, la Masia

confirma algunas de las virtudes que los enemigos del Barça se resisten a concederle, como que es una auténtica escuela de valores y de una distinguid­a manera de entender el juego.

Al revés que en otras escuelas y, claro, que en la vida exterior, en la cena de Navidad premiaban al mejor compañero, no al mejor jugador. Hasta hace muy poco, la residencia de las promesas del Barça se encontraba en la avenida de Juan XXIII, en este tipo de triángulo de las Bermudas del imaginario culé que forman la maternidad, el cementerio de Les Corts y el Camp Nou. Se ve que antes de rendirnos a una preocupant­e falta de imaginació­n y a una todavía más preocupant­e falta de generosida­d, hacia Joan Gamper, hubo socios que querían llamarlo “Toda una vida”.

A buen seguro, esta generación que todavía podemos ver en activo a jugadores excepciona­les provenient­es de aquella Masia, día tras día, noche tras noche, entre la maternidad y el cementerio, quedaron marcados como Araújo por las dos poderosas imágenes que describe: la majestuosi­dad del Camp Nou, sólo abrir la ventana de la habitación cada mañana, y la sordidez en la que caía la arbolada avenida, cada noche. Ni el juego de la oca propone metáforas tan evidentes.

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