La Vanguardia

“Me colgaba del tranvía...”

Milan Kalina, astro del balonmano en el Barça de los ochenta, revive su infancia en Belgrado

- Sergio Heredia

A pesar de todo, nunca abandoné mis libros

Charles Dickens, ‘Grandes esperanzas’

–¿Mi infancia...? A ver cómo se la resumo.

Milan Kalina echa un vistazo a su restaurant­e, La Parada: a esa hora del mediodía, el lugar empieza a estar concurrido. A través de las amplias ventanas, uno puede contemplar a los viandantes, que caminan Urgell abajo.

De las paredes cuelgan imágenes de Belgrado. En blanco y negro. Los exteriores de un almacén. Un tranvía. Kalina retrocede a los años sesenta. Su Belgrado. –No fue fácil, ¿sabe? Nunca vi juntos a mis padres.

Cuando Kalina tenía dos meses, su padre ingresó en la cárcel. –Fue por cuestiones políticas. Kalina vivió con su madre. Cinco años más tarde, el padre recobraba la libertad.

–En realidad, estaba enfermo de tuberculos­is. Así que le dejaron salir. Pensaron que moriría pronto. Pero era un tipo muy fuerte y sobrevivió. Lo mandaron a un sanatorio. Tenía agujeros en los pulmones. Estaba inválido. Para entonces, quien se fue era mi madre. –¿Con quién se quedó usted? –Me criaron mis bisabuelos. –¿...? –Mis abuelos habían muerto. Dice que fue duro, pero no tanto. –Podía ir al colegio. Algo bueno tenía aquella Yugoslavia. Podía ir al mismo colegio que el más rico. E igual con la sanidad. Además, la comida barata era la más sana: pan negro, verduras, carne de caballo. ¡Sin dinero, mis bisabuelos me alimentaba­n de maravilla!

Sacaba sobresalie­ntes, estudiaba Geología. Probó múltiples deportes.

–Con ocho años empecé lucha grecorroma­na en un gimnasio cerca de casa. Era la mascota de los mayores. A los doce pasó al tenis. –¿Se acuerda de Slobodan Zivojinovi­c? Yo le ganaba.

Zivojinovi­c fue número uno del mundo en el cuadro de dobles en 1986. Y número 19 en el individual.

–Me entrenaba un montón. Ocho horas diarias. Pero en invierno hacía mucho frío. Y en Belgrado no había pistas cubiertas de tenis. Pasaba cinco meses sin jugar. La buena forma se esfumaba. A los catorce probé suerte en el fútbol.

Estuvo un par de temporadas. Todo era precario. Iba y venía como podía.

–Me colgaba del tranvía para regresar a casa.

Colgado del tranvía, se resfrió tras un entrenamie­nto. Era un día de viento y lluvia. Llegó a casa descompues­to. Su padre, que había superado la tuberculos­is, le esperaba. Se asustó tanto que envió al muchacho al hospital.

–Pensó que yo tenía tuberculos­is. Me pasé diez días ingresado. Al salir, mi padre me dijo: ‘Se acabó el deporte al aire libre’. El profesor de la escuela le dijo: –He montado un equipo de balonmano. ¿Cómo lo ves? ¿Te vienes?

A los 17 años, ahí estaba, jugando al balonmano. Como central y como lateral. Era enero. En junio le fichaba el Partizan, que estaba en la segunda división.

–Tengo colgada aquella camiseta en La Parada. Está ahí al fondo. ¿La ve? La veo. También veo una paella de jueves en la mesa contigua. Tiene muy buena pinta.

Tres años más tarde le fichaba el Dinamo Pancevo, un conjunto de División de Honor, a 20 kilómetros de Belgrado. Eran buenos, pero eran pobres. No tenían dinero para viajar por Europa. Se fue al Estrella Roja de Belgrado. Ahí las cosas cambiaron.

–Aunque la relación con la familia... Mi padre volvió a casarse a mis 17 años. Y mi madrastra me amargó la vida. Me fui de casa con una maleta llena de libros y un cepillo de dientes. –¿Dónde fue? –Dos días a casa de uno, tres días a la de otro. Pasé tres años de esa manera.

Cuando tenía veinte, supo que la familia había heredado un conjunto de casitas. Entró en una de ellas, la que estaba vacía, y allí se quedó.

–Eran 20 m2. Una chabola. Pasaba frío ahí dentro, pero nadie podía echarme.

Viviendo de esa manera, entrenándo­se y estudiando, ganó el oro olímpico con Yugoslavia. Fue en Los Ángeles’84.

–¿Sabe qué...? Tras el oro, los periodista­s venían a casa y escribían cosas como: ‘Esta es la casa de un campeón olímpico’. ¿Dónde habían estado antes todos esos tipos?

Un año más tarde le llegaban dos ofertas. Una era del Barça. La otra, del Kiel.

–¿Cómo iba a irme a Kiel, con ese frío? ¡Mire a través de estos ventanales! En el día de la entrevista, Barcelona se ofrece luminosa, como en primavera.

Aquí jugó con Sagalés, Serrano, Papitu, Lorenzo Rico, De la Puente... Ganó cuatro ligas. Figuró en la antesala del equipazo que vino luego: Masip, O’Callaghan, Barrufet, Grau, Urdangarin...

Cuando se retiró, tuvo trabajos especializ­ados en el ámbito de la Geología. A los 57 años, verificand­o cuentas, vio cosas raras en la empresa para la que trabajaba.

–Pasé un informe a los jefes. Me echaron a los quince días. Así que monté La Parada. Debía trabajar. Tengo cinco hijos. –¿Cinco? –Ponga sus nombres. Les hará ilusión. Naroa, Jan, Alexandra, Andrea y Darío. –Sólo quiero que sean felices.

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INMA SAINZ DE BARANDA Milan Kalina, en La Parada, su restaurant­e en el Eixample de Barcelona
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