Cocina en los museos
Una de las razones que han contribuido al éxito de la gastronomía peruana es el orgullo culinario que se respira en aquel país, donde se conoce la diversidad de su despensa, la gente es capaz de pontificar sobre la preparación de los platos más tradicionales y lo sabe prácticamente todo de los grandes chefs, aunque muy pocos se puedan permitir ir a sus restaurantes.
Tampoco se han sentado en las mesas de El Celler de Can Roca, en Girona, la gran mayoría de quienes visitan la exposición De
la Terra a la Lluna, que a diario atrae al Palau Robert a una media de mil personas, desde que abrió a finales de noviembre (puede visitarse hasta el 23 de abril). La muestra, comisariada por Toni Massanés, consigue enseñar a personas de todas las edades y con intereses muy distintos cómo funciona un restaurante de cocina creativa que recibe a comensales de todo el planeta. Y lo hace a través del caso de tres hermanos que, partiendo de la casa de comidas de sus padres, consiguieron hacer realidad un sueño y sumaron sus distintos talentos para crear un caleidoscopio creativo. Lo hicieron sin moverse del barrio en el que crecieron ni dejar de tener los pies en el suelo.
Es evidente que el interés por la cocina crece. Y que más allá del éxito de los programas en la tele o del espacio que los libros culinarios ganan día a día en las librerías (no todo son maravillas) la gastronomía interesa como expresión cultural y ha entrado de lleno en los espacios expositivos. Si repasan la programación en Barcelona verán que estos días, además de la muestra sobre El Celler pueden visitar la de Ferran Adrià
Sapiens, comprendre per crear en Cosmocaixa, un trabajo que invita a reflexionar sobre la aparente simplicidad de la elaboración del pan con tomate. Y acercarse al Macba para disfrutar de Miralda
madeinusa, en la que el acto de comer se convierte en un universo creativo.