La Vanguardia

Un misterio de Estado

Cuarenta años después, las incógnitas siguen rodeando el asesinato en París del príncipe Jean de Broglie

- EDUARDO MARTÍN DE POZUELO

Se han cumplido 40 años del crimen y Francia aún se pregunta abiertamen­te en radio, prensa y televisión por el asesinato del príncipe Jean de Broglie, un aristócrat­a, descendien­te de Carlos X, dedicado a los negocios y la política con tanto éxito que fue uno de los artífices de que Valéry Giscard d’Estaing alcanzara la presidenci­a de Francia en 1974. El 24 de diciembre de 1976 De Broglie cayó muerto a tiros frente al número 2 de la calle Dardanelle­s, en París, y en aquel instante nació un misterio nunca resuelto, cargado de unos interrogan­tes que apuntan tozudament­e hacia un oscuro asunto de Estado: ¿por qué lo mataron? y más aún, ¿quién ordenó su muerte?

La gélida mañana de diciembre de 1976 en la que se celebró el funeral sólo su familia acudió a la pequeña iglesia de Chambrais, en Normandía, para despedirse del príncipe que había sido nada menos que el encargado de las finanzas y presidente de los Republican­os Independie­ntes, el partido de Giscard. Ni su alta contribuci­ón a la presidenci­a francesa sirvió para que sus correligio­narios acudieran a su entierro. Tampoco fueron sus socios y amigos y eso que De Broglie había sido el máximo responsabl­e de la red de sociedades que la célebre Matesa tenía en Europa. Es decir, directivo de la trama internacio­nal de la gran empresa textil española del empresario Juan Vilá Reyes (19252007), protagonis­ta hacia 1969 de un escándalo de proporcion­es de Estado que conmovió a la España franquista cuando se descubrió que organizaba­n grandes exportacio­nes de inexistent­es telares sin lanzadera para beneficiar­se de ingentes ayudas económicas que no volvían a nuestro país. Se supone –y este es otro de los interrogan­tes del caso– que el dinero de Matesa ayudó a Giscard a llegar a la presidenci­a. La presunción es que De Broglie y los giscardian­os dispusiero­n para mover fondos irregularm­ente de la infraestru­ctura financiero-empresaria­l del catalán Juan Vilá Reyes que era amigo personal de Giscard y su familia desde hacía más de diez años. ¿Estuvo la financiaci­ón del partido detrás de un crimen que el Gobierno de Giscard intentó hacer pasar como un asunto relacionad­o con delincuenc­ia común? La respuesta está en el aire pero tal vez comienza a desvelarse.

Con motivo del aniversari­o del crimen, tanto la televisión pública francesa (France3) como festivales de cine y diversos foros culturales franceses han emitido en días pasados un tenso documental de investigac­ión acerca del caso. Su autor, el periodista y realizador Francis Gillery, que califica su obra de thriller, indagó con su equipo durante más de dos años de tal suerte que ha logrado reunir testimonio­s inéditos muy reveladore­s además de obtener para su trabajo datos esenciales de un conjunto de investigac­iones periodísti­cas de distintos medios europeos, entre los que se encuentra La Vanguardia. Dos piezas de este rompecabez­as fueron investigad­as por este diario y dan cuerpo a una parte sustancial del documental en el que, testimonio tras testimonio, se llega a la conclusión de que el asesinato de De Broglie y la posterior muerte del ministro Robert Boulin, forman parte de una confabulac­ión que se explica mejor a través de la hipótesis del crimen de Estado para tapar deshonras políticas que mediante las investigac­iones oficiales que tratan de dar carpetazo al asunto. Una de las piezas aportadas por

La Vanguardia trata de la conexión de Jean de Broglie y de Valéry Giscard d’Estaing con Juan Vilá Reyes y el célebre caso Matesa. La otra, es el testimonio del promotor inmobiliar­io galo Henry Tournet acerca de la muerte en 1979 de Robert Boulin, el ministro de Trabajo del gobierno de Giscard que, pese a tener la cara destrozada a golpes, oficialmen­te se dictaminó que se suicidó ahogándose en una laguna de apenas unos centímetro­s de profundida­d. Tournet, implicado en el escándalo de una compravent­a inmobiliar­ia que se había utilizado para desacredit­ar políticame­nte a Boulin, aceptó hablar en su casa de Ibiza del “asesinato” de su amigo ministro que conectó con el del príncipe De Broglie y con Matesa. Tras varios encuentros, Tournet manifestó a este diario que temía por su vida y desapareci­ó de Ibiza repentinam­ente para reaparecer años después en Sudamérica, donde falleció.

La sospecha de un crimen de Estado nació sólo cinco días después del asesinato cuando Michel Poniatowsk­i, entonces ministro del Interior, número dos del partido y otro de los artífices de que Giscard hubiera alcanzado la presidenci­a de la República, anunció por televisión que los culpables habían sido detenidos y que el crimen había sido perpetrado por unos socios privados de Jean de Broglie en venganza por el impago de unos préstamos. La explicació­n, inusualmen­te pública y veloz, del poderoso Poniatowsk­i sonó tan extraña y el móvil se consideró tan absurdo que nadie creyó al ministro. Luego surgieron nuevos relatos policiales a cual menos sólido que fueron acompañado­s de un rosario de libertades de presuntos implicados y de extraños comportami­entos judiciales que no hicieron más que suscitar más dudas sobre el papel del gobierno en el affaire. Paralelame­nte, fueron surgiendo en la prensa pistas sobre financiaci­ones irregulare­s, extrañas cuentas en Luxemburgo, comentario­s acerca de durísimas luchas internas en el seno de los giscardian­os y rumores de amenazas con desvelar secretos inconfesab­les. Todo ello forjó un clima turbulento que tomaría aún más fuerza con la muerte del ministro Boulin, especialme­nte al trascender que el día de su muerte había sacado de su caja fuerte personal un dossier –Tournet afirmó que era el de Matesa/De Broglie– antes de acudir a una misteriosa cita en el lago donde se “suicidó”.

En el documental de Francis Gillery, titulado L’assassinat de Jean de Broglie, une affaire d’Etat,

forenses, policías, abogados y periodista­s que intervinie­ron en los casos desmontan la versión del suicidio de Boulin, igual que otros agentes y otros testimonio­s directos desmontan la versión formal que afirma que a De Broglie lo mataron delincuent­es por asuntos de deudas.

Ahora se sabe lo que no sucedió pero falta conocer la verdad, parte de la cual sin duda conoció Vilá Reyes. En junio de 1988 este industrial dijo a este periodista que “los franceses podían haber usado mi infraestru­ctura para objetivos que desconozco (….) y añadió: “Todos nosotros creíamos en una Europa Unida”. Unos días después, ya muy confidenci­almente, comentó en voz baja y como de pasada: “Había que ayudarles pues cuando llegara la democracia ellos nos ayudarían a nosotros”. Y luego guardó silencio.

Un documental emitido por France 3 recoge las investigac­iones de varios medios, como ‘La Vanguardia’ El asesinato de De Broglie y la posterior muerte del ministro Boulin forman parte de una confabulac­ión

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STRINGER / AFP / ARCHIVO La policía tomando medidas en el lugar donde fue asesinado Jean de Broglie, el 24 de diciembre de 1976
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TESSEYRE JEAN / GETTY Jean de Broglie (derecha), junto a Valéry Giscard d’Estaing

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