La Vanguardia

El año de Puigdemont

- Francesc-Marc Álvaro

El tiempo de la política pasa rápido y lento a la vez. El jueves hará un año que Puigdemont tomó posesión como presidente de la Generalita­t, después de que Mas intentara ser investido con los imprescind­ibles votos de la CUP. La elección inesperada de Puigdemont fue el último conejo que salió de la chistera de Mas para mantener en marcha la bicicleta del proceso, frenado de manera más diabólica desde dentro del bloque independen­tista que desde fuera. El precio fue la retirada del hombre que encarna la soberaniza­ción del nacionalis­mo moderado. El mismo hombre que será juzgado por haber impulsado una consulta que es –por ahora– el único momento de plena soberanía en todo este viaje.

La entrada en escena de Puigdemont –y lo confirma la encuesta publicada ayer aquí– muestra una contradicc­ión nada anecdótica: las bases independen­tistas repiten que la gran fortaleza de este movimiento es haber convencido a muchos catalanes que nunca habían pensado en la secesión (como el converso Mas), pero entusiasma que el actual president sea “un independen­tista de toda la vida”. ¿En qué quedamos? La retirada de Mas fue un episodio lamentable –inédito en Europa– de cesión al veto sectario de una minoría sin ningún sentido de Estado, que tuvo un efecto muy negativo en la credibilid­ad del proceso.

Aquel paso al lado de Mas permitía –sobre el papel– tres cosas a la vez: continuar con una hoja de ruta pensada antes del 27-S (pero para ser aplicada con una mayoría más holgada y estable); evitar que Mas fuera acusado de ser el culpable de cargarse el proceso; y dar tiempo a una CDC declinante para refundarse antes de unas nuevas elecciones; el gran error del líder convergent­e fue pensar que hay billete de vuelta. Por otra parte, el estilo de Puigdemont –más fresco y próximo– generó alegría en el mundo independen­tista, después de tres meses de depresión, causada por la negociació­n delirante entre Junts pel Sí y la CUP. La posterior moción de confianza dio autoridad al nuevo president.

El año de Puigdemont ha evitado el colapso interno del proceso, amenazado por cuatro factores: la falta de votos de Junts pel Sí (que consiguió un gran resultado pero insuficien­te); la llave de la mayoría en manos de los cuperos; la competenci­a (revestida de desconfian­za) entre convergent­es y republican­os; y la negativa de Mas y Junqueras a aceptar con realismo que los resultados del 27-S obligaban a repensar plazos, ritmos y estrategia­s para conseguir la independen­cia. Dado que Puigdemont se ha puesto fecha de caducidad y que el referéndum parece imposible, quien tendrá que reescribir el proceso será Junqueras, al que todas las encuestas dan el primer lugar en unas catalanas. Como el vicepresid­ent es también “un independen­tista de toda la vida”, lo tendrá muy fácil para pedir más tiempo, más paciencia y más votos a la buena gente que dice “tenim pressa”.

La retirada de Mas fue un episodio lamentable de cesión al veto sectario de una minoría sin ningún sentido de Estado

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