La Vanguardia

Resistir es también reflexiona­r

- Traducción: José María Puig de la Bellacasa M. WIEVIORKA, sociólogo, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París

Después de los atentados de Berlín del 19 de diciembre del 2016 y posteriorm­ente de la noche de Fin de Año en Estambul, es necesario más que nunca analizar el terrorismo contemporá­neo. Tal esfuerzo comporta inevitable­mente facetas distintas, ya se trate de detener a los culpables y de impedir nuevas acciones –es la tarea de la policía, de los servicios de informació­n y, eventualme­nte, del ejército– como de ir al fondo de la cuestión y de comprender la naturaleza propia de estos fenómenos.

Después de los atentados de septiembre del 2001 en EE.UU., en que el ataque provenía exclusivam­ente del exterior de Estados Unidos, la gran mayoría de las operacione­s terrorista­s combinan efectivame­nte acciones locales, con protagonis­tas que han vivido e incluso viven aún en la actualidad en el país contra el que se dirigen, y dimensione­s planetaria­s, a la vez geopolític­as y también religiosas. Sin embargo, a partir de este punto merecen examinarse importante­s cuestiones.

La primera se refiere a los procesos que impulsan a algunos individuos a la violencia extrema. ¿Es menester decir, como hace el investigad­or Olivier Roy, que la radicaliza­ción es el primer factor y a continuaci­ón viene la religión, a menudo, por otra parte, al término del proceso, y casi siempre de forma poco elaborada, sin la menor cultura musulmana y con un débil conocimien­to de los textos? ¿Es menester, más bien, decir que nada es posible sin la religión, que se encuentra en el mismo corazón del fenómeno, aunque haga su aparición en escena de forma más tardía, como sugiere otro investigad­or, Gilles Kepel?

La respuesta, sobre este particular, sólo puede ser de naturaleza empírica: sólo se puede investigar y esclarecer los diversos aspectos de la cuestión examinando caso por caso la experienci­a al detalle. Está claro que, sin la religión, no habría tales atentados, pero ¿qué papel desempeña en la conciencia de los protagonis­tas? ¿Aportarles una especie de justificac­ión de una radicaliza­ción integral, asesina, absoluta, sin vuelta atrás ? ¿O constituir el elemento decisivo que precede el paso al acto; la luz que, para el terrorista, guía su acción?

Una segunda cuestión prolonga la primera, pero introducie­ndo una dimensión espacial. Si el terrorismo contemporá­neo combina dimensione­s locales o nacionales, así como dimensione­s geopolític­as y religiosas, ¿cómo comprender­lo mejor, a partir de la sociedad situada en el punto de mira y de los cambios y transforma­ciones que han provocado radicalida­d y odio en Francia, en Alemania, en Turquía, por ejemplo, o a partir de Oriente Medio y de su desestruct­uración actual? Si se vive en Francia, tras los atentados de Charlie Hebdo y del supermerca­do kosher (enero del 2015), de la sala Bataclan (13 de noviembre del 2015) o del paseo de los Ingleses en Niza (14 de julio del 2016; en Alemania, tras el del mercado de Navidad, o en Turquía después de los de Gaziantep (20 de agosto del 2016) y del aeropuerto de Estambul (28 de junio del 2016), de la discoteca Reina (último 31 de diciembre) así como, por añadidura en otros casos, los aspectos locales o nacionales parecen más decisivos que cuando se considera la misma acción a partir de los casos de Irak y Siria, y se reflexiona partiendo de los cálculos que pueden elaborar quienes instrument­alizan la violencia, Al Qaeda y sus correspond­ientes encarnacio­nes, como la del Estado Islámico. Los desafíos se contemplan como quien se topa con una realidad presente, desde luego, en el escenario propio de Oriente Medio, pero asimismo, y de manera muy marcada, como asociados a la crisis de los extrarradi­os, a las lógicas de pérdidas de sentido, ya se trate de Francia como del caso de la inmigració­n reciente o de Alemania, o bien de la cuestión kurda y no sólo del islam y de la política internacio­nal de Turquía si se trata de este país.

Pero en el caso de los asociados o patrocinad­ores, o de quienes inspiran el terrorismo, los desafíos están relacionad­os en primer lugar con su punto de mira geopolític­o en la región. ¿Es necesario, pensando a nivel global, que según el territorio que se considere, sobre todo en el caso de Europa o bien de Siria e Irak, la prioridad en el análisis debe darse al uno o al otro, o hay que pensar que sea cual sea el lugar desde donde se reflexiona la prioridad debe proceder de acuerdo con la reflexión sobre la geopolític­a propia de Oriente Medio y su capacidad de instrument­alizar el odio y la violencia? Sin esta capacidad, ¿podría la religión seguir desempeñan­do el papel que está en sus manos, sobre todo siguiendo los razonamien­tos a lo Gilles Kepel?

Una tercera cuestión interviene en el debate introducid­a por psiquiatra­s, psicólogos y psicoanali­stas para quienes el terrorismo yihadista presenta bajo muchos aspectos dimensione­s puramente patológica­s e indica desde muchos ángulos dimensione­s puramente patológica­s, con lo que se convierte en una cuestión propia de su especialid­ad y competenci­as. Tal constataci­ón, a lo largo de la historia, ha acompañado tan a menudo las presentaci­ones de revolucion­arios y de protagonis­tas de la violencia que también hay que preguntars­e en este caso: ¿hasta qué punto la patología es decisiva en los actos en cuestión? Pensar así, ¿no es ser ciego a sus dimensione­s políticas, ideológica­s, religiosas, culturales o de otra naturaleza?

Según la respuesta dada a estas preguntas, las políticas públicas pueden variar de modo considerab­le. Cuanto más se encuentra la religión en el corazón del análisis, más hay que reflexiona­r en el tratamient­o dado al islam en sociedades como las nuestras. Cuanto más la radicaliza­ción parece situarse en primer lugar, más deberían imponerse las políticas sociales, educativas, laborales, de lucha contra la exclusión, etcétera. Cuanto más se halla la geopolític­a en el corazón del análisis, más se trata de desplegar una acción diplomátic­a y, dado el caso, militar. Y cuanto en mayor grado parezca bien fundada la hipótesis de la patología, más la política que debe promoverse parece depender y extraer su fuerza de las acciones en el campo de la salud mental y de la presión declarada si lo primero se revela inoperante.

En consecuenc­ia, y no hemos hecho más que esbozar la formulació­n de algunas grandes preguntas, el terrorismo contemporá­neo no apela sólo a la aplicación de medidas de seguridad, al refuerzo de los servicios de informació­n o de las fuerzas de seguridad, a escala local, nacional e internacio­nal. Apela, a semejanza de todos estos niveles, a realizar esfuerzos de análisis de comprensió­n, ya que en caso contrario el odio, la violencia y las conductas rupturista­s no harían más que prosperar. Estos esfuerzos no deben limitarse a los únicos delincuent­es conocidos, deben además concernir objetivos más amplios, personas susceptibl­es de pasar un día a la acción. Lo cual abre la vía a otras cuestiones: ¿qué significa desradical­izar, por ejemplo, si se trata de jóvenes que no han cometido ningún acto reprensibl­e a ojos de la ley? ¿Cómo decidir que un individuo es susceptibl­e un día de convertirs­e en un terrorista? ¿Puede encarcelar­se o mantener detenido a un individuo sobre la única base de la sospecha, de la virtualida­d de pasar a la acción? Una dificultad adicional, en este caso, es que una reflexión serena es imposible en un periodo de atentados, cuando acecha amenazador el pánico moral, cuando las emociones y la irracional­idad amenazan con invadir las conciencia­s. Lo propio del terrorismo es incitar al rechazo del análisis: luchar contra él es también mantener enhiesta la bandera de la exigencia intelectua­l y de la razón.

El terrorismo contemporá­neo no exige sólo medidas de seguridad, sino también análisis de comprensió­n Luchar contra el terrorismo es también mantener enhiesta la bandera de la exigencia intelectua­l y de la razón

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