Semestre clave en la capital
La última encuesta municipal de Barcelona arrojó datos interesantes. En primer lugar, la intención de voto es significativa para el partido del gobierno (BComú) y para las dos fuerzas que se disputan la alternativa (PDECat y ERC) ya que el resto de formaciones mantienen, más o menos, su posición. Los comunes notan el lógico desgaste que conlleva gobernar y ven frenada su legítima aspiración de crecer en apoyo electoral. Ha influido el hecho de que la encuesta se realizara al final de un otoño horribilis para el equipo de la alcaldesa Colau que culminó con la convocatoria de la moción de confianza para aprobar el presupuesto. No obstante, esa factura política, aunque supone un revés, ha sido leve porque siguen como la fuerza más votada.
Todavía falta mucho tiempo para las elecciones municipales del 2019 y pueden pasar muchas cosas. Pero la confrontación política se hará más evidente a partir del próximo verano cuando falten menos de dos años para los comicios y los partidos empiecen a definir más claramente sus perfiles. Además, no hay que olvidar que el próximo otoño puede estar marcado por la convocatoria de unas nuevas elecciones en Catalunya y quién sabe si también en España. Ante este panorama, el semestre que hemos iniciado será clave para intentar desencallar algunos de los principales temas que tiene el Ayuntamiento sobre la mesa, empezando por el plan de alojamientos turísticos y acabando con el tranvía. Todo lo que no se pacte en este tramo de año será muy difícil que se acuerde más adelante. El reto es grande y los comunes deberán esforzarse para evitar dar una imagen de parálisis y bloqueo constante.
En este sentido, es interesante observar cómo los barceloneses han elevado hasta la cuarta posición un problema que hasta ahora no preocupaba. Se trata de la gestión política municipal que tras el paro, el turismo y el tráfico, ya es el problema más grave de Barcelona. Nunca antes este asunto había alcanzado una cota tan alta y quintuplica los niveles en los que se situaba históricamente. Es evidente que ha calado entre los ciudadanos la inestabilidad política que sufre el gobierno en minoría. Los barceloneses perciben que el conflicto político se ha instalado en el Ayuntamiento. Este dato debe ayudar a reflexionar a gobierno y oposición a la hora de encontrar salida a los asuntos que les enfrentan. Y, en caso contrario, tendrán que aparcarlos definitivamente a la espera de una mayoría política.
Por su parte, la tendencia electoral de los antiguos convergentes y de los republicanos en Barcelona se comporta igual que a nivel catalán con un trasvase de votos del PDECat a ERC que dejaría a la formación de Alfred Bosch como principal fuerza de la oposición y con aspiraciones de disputarle la alcaldía a Ada Colau. En este contexto, los comunes nada pueden esperar de los republicanos que reforzarán su papel opositor todo lo que queda de legislatura para presentarse como una alternativa de gobierno. Los convergentes sólo podrán empezar a revertir su declive cuando aclaren el nombre que liderará su candidatura a la alcaldía.
La gestión política municipal ya es el cuarto problema de Barcelona porque el conflicto se ha instalado en el Consistorio