Feliz año viejo
Sí, ya sé, es prácticamente el primer lunes de este 2017, porque el 2 de enero casi no cuenta, salvo para los granadinos que siguen celebrando la (re)conquista de la ciudad por los Reyes Católicos, y ya está aquí el desconsiderado de turno para avisarles que el año viene raro. Y encima con la bromita más que obvia de felicitar el año nuevo tildándolo de viejo. Pero es lo que hay. Que yo no he recuperado el ánimo para afrontar este año puede ser una explicación. O también que, en efecto, vienen doce meses cargados de efemérides, desde el centenario de la revolución rusa de octubre hasta el de las apariciones marianas de Fátima. Pero el año aparece como usado, gastado, viejo, ya les digo, y se me antoja preñado de ecos de otras décadas, con acentos incluso de la de los años treinta del siglo pasado. Ojalá me equivoque, por supuesto, y acabe por ser este uno de los mejores años de nuestras vidas, uno de los que más brillarán en nuestros recuerdos. Pero es que Trump será presidente dentro de pocos días, y eso da miedito. Más todavía si releemos los comentarios despectivos, tan similares, que buena parte de la prensa civilizada dedicó a Hitler cuando consiguió ser canciller. Payaso demagogo, podríamos establecer como nexo común. Y fíjense en que también se hablaba del flequillo de Adolf, aunque al final la imagen icónica haya ido más por el lado de las pilosidades labiales. Sí, tal vez hay motivos para la esperanza, porque con el 2016 puede que estemos despidiendo la peor crisis económica y social de este país en mucho tiempo, o porque fue el año en que vivimos con el gobierno en funciones y, sin embargo, funcionando. O por las ondas gravitacionales y la promesa de regeneración celular que la ciencia nos ha dejado junto a los turrones.
Pero el caso es que no me fío. Tengo un mal pálpito. Con Trump, desde luego, pero también con esta Europa nuestra desnortada y que necesitamos que se reactive como proyecto político cuanto antes (qué curioso que
Plegarias e insultos al viento, eso es lo que parece traer el año, con tremolar de banderas y pancartas, con agitación y poca inteligencia
hayan sido los británicos los que hayan dinamitado la Europa de los mercaderes; sigamos buscando motivos para la esperanza), para no hablar de Rusia, Siria y Oriente Medio, terror yihadista, deuda pública y privada, refugiados, África, calentamientos globales o locales, nacionalismos y regresiones varias.
En Catalunya ya sabemos que seguiremos, al menos en parte, en nuestra burbuja, con las banderas ondeando gastadas, y no como las tradicionales de Bután, que se degradan porque el viento cumple sus oraciones. Plegarias e insultos al viento, eso es lo que parece traer el año, con tremolar de banderas y pancartas, con agitación y poca inteligencia, con esas continuas llamadas al diálogo que son en sí mismas un diálogo de sordos. Y el caso es que este año, dosmilésimo décimo séptimo de nuestra era, deberá ser año de cambios y reformas, un año nuevo aunque llegue con aromas del pasado. Hoy sólo estamos empezando. Y habrá que superar este cansancio.