Jaume Plensa expone en Senda un bosque de cabezas de bronce y de piedra
El reconocimiento internacional del artista contrasta con el escaso apoyo en su propio país
Hasta finales de enero se puede visitar la exposición de Jaume Plensa El bosc blanc, que presenta la galería Senda. La componen una serie de esculturas que dialogan entre sí y con dibujos efímeros trazados en las paredes. Las cuatro esculturas representan cabezas de dos metros de altura, tres esculpidas en bronce a partir de madera y cubiertas de pátina blanca y una esculpida en basalto. Este diario ya informó ampliamente sobre la muestra a mediados de noviembre, justo antes de su multitudinaria inauguración, pero su importancia justifica que volvamos sobre ella.
Es un hecho que Jaume Plensa (Barcelona, 1955) es desde hace bastantes años el artista catalán y español en activo que goza de mayor reconocimiento internacional. Este reconocimiento se podría incluso medir objetivamente, teniendo en cuenta la importancia de los encargos de escultura pública en distintos países y continentes (ciudades como Nueva York, Chicago, Rio de Janeiro o Seúl), la relevancia de los museos y los centros de arte que le han dedicado exposiciones y su presencia y valoración en el mercado y en las publicaciones especializadas internacionales. Esta consideración, muy generalizada, se ha mantenido durante muchos años, y recuerdo incluso que en una amplia encuesta internacional entre profesionales de distintas vertientes del arte contemporáneo, realizada por una revista anglosajona, Plensa era el artista vivo catalán y español mejor considerado, por delante de Antoni Tàpies. Son datos hasta cierto punto objetivos, y por ello son significativos, aunque también incompletos.
Y son incompletos porque el éxito nunca puede ser un criterio absoluto para la valoración acertada de una contribución artística o literaria. Pero tampoco debiera ser un factor negativo, pues no es imposible que las mejores obras lleguen a tener éxito. A veces éste llega en vida de los autores (Dickens, The Beatles: será que los ingleses son más generosos con sus mejores creadores, también con Shakespeare) y a veces el éxito es póstumo (caso de J.S. Bach, Vermeer y Kafka, entre muchos otros). Sin embargo, en los países donde la envidia y el cainismo es casi un rasgo del carácter nacional, el éxito puede ser considerado como un factor sospechoso y reprochable. Tal vez por ello Plensa recibe peor trato crítico e institucional en su propio país que en el extranjero. Y esto no es nada nuevo, pues los pequeños papas y paladines de la cultura local ya desdeñaron en su día a Salvador Dalí y a Joan Miró, mientras defendían a figuras secundarias y a menudo justamente olvidadas pocos años más tarde. Afortunadamente, Miró y Dalí emigraron a tiempo a tierras menos hostiles a la modernidad.
En el caso de Plensa influye además otro factor, y es que su obra no coincide con lo que el “mainstream” local presuntamente moderno considera “artísticamente correcto”. El solo hecho de no renunciar a la figuración, ni al virtuosismo técnico, ni a la expresión plástica de carácter poético, ni a la belleza (grave pecado, para la mentalidad puritana), le coloca en una posición que parece antagónica –aunque no lo es– de la línea estética que cierto sector considera como correcta, que sigue siendo la que hace ya medio siglo marcaron el arte conceptual, el
arte povera y el informalismo. Muchos críticos, comisarios y directores de centros de arte catalanes siguen anclados ahí. Y es cierto que buena parte de las ideas y propuestas de aquella época siguen siendo válidas en el siglo XXI como lo fueron entonces, pero no son las únicas opciones, ni son las que actualmente permiten un mayor grado de originalidad, ni de frescura creadora.
Este texto no es un elogio sólo dirigido a la obra de Plensa. Lo que afirmo sobre este escultor excelente –y a veces reiterativo– , lo podría decir también de otros artistas en activo menos reconocidos internacionalmente y que tampoco caben, por ahora, en los estrechos esquemas de muchas instituciones dedicadas al arte contemporáneo. Galería Senda. Trafalgar, 32. Hasta finales de enero.
La obra no es lo que el “mainstream” local presuntamente moderno considera correcto