El resultado lo es todo
El partido de anoche demuestra que el resultado lo es todo. El Barça desplegó un juego respetuoso con el estilo, alcanzó niveles de posesión cercanos al setenta por ciento y generó ocasiones suficientes para ganar a un Villarreal voluntaria y ordenadamente aculado, pero el equipo azulgrana flaqueó en su teórico punto fuerte, la definición de su siempre vitoreado tridente, y empató, descendiendo a la tercera posición y alejándose del Real Madrid. La fotografía general, pese a su buena calidad, será afeada porque en el Barça, sobre todo cuando está por debajo del club blanco, los análisis se radicalizan y los teóricos antiresultadistas, que piden buen juego como premisa para ganar, vociferan reclamando por tres puntos se juegue mal, moderadamente bien, como ayer, o de cine, como hace tiempo que no pasa.
Dejando a un lado las manos de Bruno Soriano, mucho más escandalosas que las de Mascherano
El Barça jugó moderadamente bien, pero con el Madrid arriba los análisis se radicalizan
aunque se igualarán mediáticamente, y la desgracia (el poste de Messi ratifica la existencia de eso que se llama dinámica negativa y que no es un farol), es obvio que el equipo de Luis Enrique tiene cosas que mejorar. Su primera parte fue dominante, pero con un aire más burocrático que pasional, algo recriminable cuando la Liga está en juego. Y el repliegue defensivo en el gol del Villarreal tiene un evidentísimo margen de mejora.
Hay que elogiar también al Villarreal, equipo menos goleado del campeonato no por casualidad. El milagro de este proyecto consolidado alrededor de un pueblo pequeño adosado a una multinacional ceramista despierta simpatías en general pero también odios localizados, en especial en Valencia y Zaragoza, clubs con masas sociales y pedigrí superiores pero hoy en día en crisis galopantes. Miran al Villarreal con aquella tirria reconocible en aristócratas trasnochados ante la emergencia del nuevo rico. Peor es venderse el alma a Peter Lim.