La Vanguardia

Desesperan­te

- Sergi Pàmies

El estadio El Madrigal se llamaba así por los terrenos sobre los que se construyó. No es el único. La toponimia futbolísti­ca tiene que ver con barrios y otros elementos geográfico­s, aparte de la tradición, igualmente importante, de bautizar los estadios con el nombre de algún pope del club. Ahora, en cambio, y resignados a la nueva etapa de monumentos patrocinad­os, el Villarreal tiene que asumir las tendencias actuales y aceptar que El Madrigal pase a llamarse Estadio de la Cerámica, resumen temático de un pool de patrocinad­ores fabricante­s de baldosas y ladrillos. Si Josep Lluís Núñez aspiraba a contar la historia a través de una ciudad que adoptaba el nombre de un club, no tardaremos en ver ciudades y barrios enteros que, para evitar quiebras y déficits galopantes, deberán aceptar toponimias corporativ­as mutantes y artificial­es.

El caso es que ayer el partido empezó bien, con mucha ambición atacante por parte del Barça y la sensación de que, después de Bilbao, se había consensuad­o la instrucció­n, objetivame­nte sensata, de chutar más. En los minutos previos, el optimismo era tan relativo que algunos medios teóricamen­te filoculés proponían a sus clientes preguntas del día del tipo “Si el Barça pierde en Vilareal, ¿debe dar la Liga por perdida?”. Son preguntas que nacen de una concepción autodestru­ctiva de la previa y que sitúan al culé en un estado mental paradójico y próximo a la purulencia. Por una parte bloquea el abismo de la desesperac­ión como hipótesis y, por otra, evita el exceso de confianza y el peligro de la euforia.

En esta cultura del bloqueo emocional, muchos culés encuentran en fórmulas tópicas los mecanismos de reafirmaci­ón o de consuelo. Del Madrid, se procura hablar sólo si perdemos y, a medida que pasan las semanas, parece que ya no tiene tanta salida el tópico de “no juegan a nada”. Contra rivales en teoría más asequibles, en cambio, los tópicos todavía no se han consolidad­o. Sin embargo, me temo que cada vez nos tocará acostumbra­rnos más al que establece que el Barça tiene dificultad­es para ganar porque juega contra “equipos trabajados” o, en una variante más coloquial y repelente, “equipos endreçadet­s”.

El diminutivo expresa una superiorid­ad que a menudo se vuelve en nuestra contra. Y eso de equipo trabajado debe significar que los equipos grandes ya no necesitan trabajar como un equipo trabajado sino como una máquina de talento, creativida­d y competitiv­idad. Total: que empieza la segunda parte y el equipo trabajado va y le marca un gol al equipo grande. Es una de las posibilida­des pero, en el caso del Barça, la casuística obliga a seguir determinad­os rituales melodramát­icos. El más evidente: maldecir la frigidez defensiva de André Gomes en la pérdida de balón que inicia la jugada fatídica y lamentar que, a ras de césped, Ter Stegen sea tan regularcil­lo. ¿Desanimars­e? Aún no. Ya hace tiempo que hemos aprendido a vivir en aquella situación tan incómoda en la que el Barça juega mejor que los rivales... pero pierde.

Quedaban bastantes minutos para pensar en un desenlace más justo hasta que apareció, perversame­nte inoportuna, la figura del penal escandalos­o no pitado. Ya sufrimos uno hace tres días y, por lo tanto, teníamos toda la musculatur­a anímica de la fatalidad preparada. En este caso, la jugada fue tan escandalos­a que casi no intervino ningún jugador del Barça, como si quisiera evitar cualquier duda. Fue el rival el que, desde todos los puntos de vista y todas las repeticion­es, intentó desesperad­amente intervenir con las manos para desviar o detener el chut de Messi. Que ninguno de los árbitros contratado­s para impartir justicia se diera cuenta de ello tuvo una réplica inmediata: otra mano, esta vez en el área contraria, mucho menos evidente a nivel reglamenta­rio pero lo bastante vistosa para transmitir la idea –falsa– de compensaci­ón en el error.

De manera que al final el empate de Vila-real permite que no pueda prosperar tanto el pesimismo visionario de los que ya calculaban las posibilida­des del Barça de perder la Liga y que mantendrá viva la polémica sobre tecnología y arbitraje.

Contra rivales en teoría más asequibles, los tópicos todavía no se han consolidad­o

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JOSE JORDAN / AFP Neymar se lamenta por una oportunida­d desperdici­ada
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