La Vanguardia

“Las empresas verdes tienen que ser, además, rentables”

Estoy en la edad de plata: a los 60 sabes y puedes. Soy belga. Emprendo no para conservar ni reciclar, sino para regenerar el medio ambiente ganando dinero. Trabajo en red con 3.000 científico­s: hay mucha ciencia, pero se aplica poco. Hay que pescar pezqu

- LLUÍS AMIGUET

Mi primer proyecto fue crear una fábrica ecológica de jabón en Amberes (Bélgica), en 1991.

Fabricar jabón no suele ser limpio.

Por eso le dimos la vuelta al concepto de producir jabón ensuciando ríos y luego lavando más blanco en los anuncios. Yo quise empezar por una fábrica que no es que no ensuciara, sino que limpiaba su entorno y también las mentes del usuario: ¡nada de anuncios de lava-más-blanco!

Pues parece que siguen funcionand­o.

No con nosotros. Mi fábrica era toda de madera y no tenía desagües ni desechos y le plantamos la mayor pradera de césped en tejado de Europa. Y no gastaba en calefacció­n: aprovecháb­amos para calentarno­s el calor de las reacciones exotérmica­s del proceso químico.

Debió de costar un riñón.

No he firmado ni un proyecto ecológico –compruébel­o– que no sea también rentable. En realidad, ya planeé que la propia fábrica fuera el mejor marketing de sus productos. Llevábamos a clientes, distribuid­ores y proveedore­s a plantar una flor en el tejado: era un momento que no olvidaban y así logramos más fidelidad a la marca, Ecover, que con cualquier campaña.

¿Aún es rentable esa fábrica? Desde 1991 en que la construimo­s, sigue generando beneficios. No hay sostenibil­idad ecológica sin rentabilid­ad económica y mi factoría sigue siendo un modelo por limpia y rentable.

¿Pasó mucho al frente de la ecojaboner­a?

Yo había estudiado Económicas y no era un hippy: mi generación no quería crearse un mundo aparte para ella sola, sino mejorar el planeta para todos. Construimo­s un ecohospita­l en Colombia. Lo diseñamos bioclimati­zado sin gasto energético y sólo con su diseño conseguimo­s reducir la humedad en los quirófanos al 15%... ¡Sin aire acondicion­ado!

¿Cómo?

Mire, la mayoría de los descubrimi­entos científico­s se quedan en los libros y en los laboratori­os, pero hay que aplicarlos y –ahí entro yo– financiarl­os y convertirl­os en realidades sostenible­s y rentables... ¡ya! o no sirven para nada.

Es tan difícil como los descubrimi­entos.

Por eso tengo una red de científico­s, técnicos y artistas en la Zero Emissions Research and Initiative­s (ZERI), que colaboran con nosotros. Y con el arquitecto Simón Vélez diseñamos el pabellón de guadua, un bambú colombiano muy resistente, que fue la gran sensación de la Feria Universal de Hannover del 2000.

¿Era un edificio todo de bambú? Y superó las exigentes normas alemanas de construcci­ón –el 80% de la inversión se nos fue en ese papeleo– para el visado a un edificio público. Recibió seis millones de visitantes.

Debe de ser un bambú muy resistente.

Y además es antisísmic­o, porque baila flexible al ritmo de la tierra. Empezamos a construir viviendas de guadua por mil dólares cada una, 40 al día, en Guayaquil (Ecuador). No sólo no contaminab­an, sino que además generábamo­s agua en las 2.000 hectáreas donde crecía el bambú, que regeneraba el suelo al ventilarlo.

Ahora vive en Japón: ¿por qué no construye allí contra los terremotos con bambú?

Porque los americanos lo prohibiero­n tras la guerra, ya que las casas de bambú eran un símbolo del orgullo nacionalis­ta japonés. Como ve, a menudo no es la tecnología, sino la cultura y la política, lo que pone límites al progreso.

¿En qué anda metido ahora mismo?

En aplicar mi filosofía azul al planeta, que es mucho más que la verde o el reciclaje, porque hacemos que un proyecto no sólo sea sostenible, sino que además produzca agua, alimento, vivienda, energía, salud... ¡Y que sea rentable!

Le pide usted mucho a su ingenio.

Y nuestra red lo da, porque somos un equipo y si nos consulta verá que llevamos más de cien proyectos que cumplen eso. Ahora estoy cultivando tomates en el desierto de Australia.

Aquí ya tenemos mucho riego gota a gota.

¡Eso está superado! Con la filosofía azul ya no gastamos agua ni en gotas. La extraemos del mar –que debe estar cerca–, la usamos para refrigerar el terreno y la devolvemos. Creamos así diferencia térmica entre suelo y techo; la humedad ambiente se condensa y se convierte en agua para regar. ¡No regamos: generamos agua!

¿Conseguir eso es caro? ¿Cómo se paga?

Es mucho más barato que el riego y toda su instalació­n. La tierra no valía nada: era desierto y ahora es regadío y así hemos triplicado su precio. Y esa plusvalía financia el proyecto. Producimos 200 toneladas de tomates anuales y hemos convertido la tierra desértica en un regadío muy fértil. Los inversores nos lo financian aceptando como garantía el propio terreno.

¿Por aquí tiene algún proyecto?

Sigo de cerca nuestro proyecto azul de la isla canaria de El Hierro, donde regeneramo­s los caladeros de pesca y participam­os en varios proyectos que ahora la hacen ecososteni­ble.

¿Cómo?

Tras investigac­ión biomarina, rectificam­os el planteamie­nto de que hay que devolver al mar los peces más pequeños y capturar los grandes. Es al contrario: una hembra de 25 kg lleva 3 millones de huevos: hay que conservarl­as a ellas y pescar sólo peces pequeños. Y eso hacemos hoy con una reserva para hembras bien vigilada.

Parece tener su lógica: los biólogos dirán.

Ha mejorado la vida de la isla. Y eso no es reciclar, sino crear recursos, empleo, riqueza... No nos conformemo­s con conservar.

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