‘La La Land’ barre en los Globos y vuela hacia los Oscar
Con sus siete Globos, el filme de Chazelle inicia su camino hacia la ansiada estatuilla
Los colores chillones del filme y los sentimientos a flor de piel lo acercan al francés Jacques Demy de los
sesenta
‘La La Land’ es una película soñadora y
romántica, un musical a la vieja usanza, para cantar bajo la lluvia de
Oscar
En unos tiempos turbulentos como estos, marcados por las incógnitas sobre el futuro, con la muerte sobrevolando próxima nuestras cabezas –o esa sensación tenemos demasiadas veces– la esperanza es lo último que se quiere perder.
La esperanza que, por momentos, cuando la realidad aprieta, incluso cuando parece que nos ahoga, sólo parece encontrar un cierto refugio en la sala oscura de los cines: uno de esos pocos lugares donde todavía se puede soñar con los ojos abiertos.
La La Land, que arrasó ayer en los Globos de Oro, es una película soñadora y descaradamente romántica. Un musical a la vieja usanza –al menos en apariencia– que llega el próximo viernes a los cines. Uno de esos musicales en los que sus protagonistas arrancan a cantar y bailar cuando nadie lo espera, en medio de unas coreografías imposibles. Sobre todo la primera. Con canciones de un sentimentalismo desatado que subrayan la alegría de los buenos momentos sin olvidar la tristeza de los malos. En un vaivén sin excusas entre a extremos.
Era de esper pues, el triun del musical Damien Ch zelle ayer e los premio de la prens extranjera d Hollywood, donde se lle siete galard nes de las sie nominaciones a que aspiraba. Pleno soluto. Incluido el rec miento a la mejor comedia del año, el premio a la mejor dirección, para Chazelle, y sendos premios para sus protagonistas, los muy poco musicales Ryan Gosling y Emma Stone.
Era de esperar, en realidad, desde la premier mundial del filme de Chazelle en el pasado festival de Cannes, donde inauguró el certamen ante la sonrisa cómplice de buena parte de la crítica. Porque a pesar de sus defectos, que los tiene, La La Land nos devuelve el sentido de la maravilla, igual que hizo Berkeley con sus imposibles fantasías coreografiadas allá por los años treinta.
Música y maravilla: una combinación imbatible cuando se trata de soñar, como imbatible eran la pareja formada por Fred Astaire y Ginger Rogers que se ponían a girar y girar a la primera de turno en medio de unas historias de una ternura b encantadora en sencillez. O Ge Kelly cantan bajo la lluvi cuando aqu lla lluvia po dría haber s do radioact va (ante amenaza i minente de guerra fría). N da de eso impor en esos musica mientras podamos r cantar y bailar... No llega La ciudad de las estrellas –que es como se titula La La
Land en su versión española– a ese grado de escapismo olvidadizo de los grandes clásicos. Ni tampoco, ni por asomo, a su grandeza musical. Toda la película de Chazelle, desde el primer y fogoso número, de un optimismo contagioso –centrado en un atasdonde posible, la gente a su coche y , bueno, pone a cantar y bre todo a bair– resulta más cantador omo idea ue logrado n su ejecuión. Un file de ambiones más que
realidades. a película cootro de tiempo llega, sin embargo, omento oportuno. Los colores chillones del filme y los sentimientos a flor de piel combinan bien con unos personajes quizá más complejos y oscuros que los propios del tradicional musical de Hollywood. Lo que lo hace más próximo, en cierto sentido, a aquellos musicales que Jacques Demy de los sesenta, como Los paraguas de Cherburgo o Las señoritas de Rochefort. Musicales inequívocamente europeos que, entre canciones, hablaban también de trabas y de impedimentos frente a los deseos irrefrenables de sus protagonistas.
Ryan Gosling y Emma Stone, que repiten aquí como pareja romántica tras aquel Crazy, stupid
love (2011) de Glenn Ficarra y John Requa, encarnan a una pareja de artistas –músico de jazz, Gossling; aspirante a actriz, Emma Stone– que no encuentran su ar en la ciudad de Los geles porque sus eños están por cima de sus sibilidades. La alegría y a tristeza se ntremezlan en una elación arcada por s grandes esranzas, donde porta tanto o s conseguir sus as como preservar en el largo viaje lo mejor de sí mismos.
Gossling, mostrando por momentos esa vena cómica que utilizaba mucho mejor en la reciente Dos buenos tipos (2016), junto a Russell Crowe, encarna a un pianista de jazz testarudo, convencido a la vez de su genialidad. Stone, por su parte, con una voz (en versión original) cada vez más parecida a Lauren Bacall, es la chica que pierde y gana en un filme que es más de ellos dos, como interpretes dramáticos, que como cantantes o danzarines.
El filme arranca, como sus sueños, con fuerza, en un duelo interpretativo de ambos que los hace husmearse y reconocerse, pero que también los hace por momentos repelerse. La intimidad del filme se impone poco a poco, en el transcurso de sus largos 120 minutos que se hacen cada vez más intensos en lo dramático y menos musicales a medida que para el tiempo.
¿Decae el filme de Chazelle? Por el contrario, más bien muta. El director –que ya habló de las agonías de la creación en su celebrada Whiplash(2014)– toma un cariz más dramático y menos de musical. Un recordatorio de que cualquier opción en la vida va acompañada de una renuncia, y una ganancia a una pérdida. A lo que no renuncia La La Land esa esos Oscar, que llegarán, y de los que los Globos de ayer son sus más destacados heraldos.