Los temas del día
El primer aniversario de Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat, y la reducción de las desigualdades en la ciudad de Barcelona.
CARLES Puigdemont se convirtió, hace ahora un año, en el 130.º presidente de la Generalitat de Catalunya, encarando un mandato muy especial, por distintos motivos. En primer lugar, por las circunstancias en las que resultó elegido e investido presidente: fue por sorpresa e in extremis, después de que su antecesor, Artur Mas, cediera a la presión de la CUP, diera un paso al lado y le pasara el testigo del proceso y del cumplimiento de la hoja de ruta soberanista; todo ello, poco antes de que expirara el plazo para convocar nuevas elecciones. En segundo lugar, porque el propio Puigdemont dijo entonces que no estaría en el cargo más de año y medio, algo que vino a confirmar la semana pasada al insistir en que “el año próximo no seré presidente”. Y en tercer lugar, y quizás más importante, porque el exalcalde de Girona y expresidente de la Associació de Municipis per la Independència accedió al Palau de la Generalitat con un propósito atípico: llevar a Catalunya desde la fase de la “postautonomía” hasta la de la “preindependencia”, fijando la celebración de un referéndum como reto capital para dejar Catalunya a un paso de la desvinculación de España. El modo en que este propósito se concrete será clave para evaluar su mandato cuando se agote.
Desde un primer momento, Puigdemont aportó un estilo más fresco y próximo que el de su predecesor, de corte solemne, y fue presentado como “un independentista de toda la vida”, lo que se valoró como un plus en círculos soberanistas. Pero, también desde el primer momento, Puigdemont tuvo que hacer frente a los problemas con los que ya topó Mas. Por ejemplo, la actitud de la CUP, que pese a pactar la hoja de ruta con Junts pel Sí no ha perdido ocasión para marcar perfil propio e intentar acelerar el proceso. Eso se hizo palpable ya en la sesión de investidura, cuando la CUP escatimó a Puigdemont parte de sus votos. Y también en las negociaciones del presupuesto de la Generalitat para el 2016, cuya tramitación fue abortada por la CUP en junio, lo cual indujo a Puigdemont a presentar una moción de confianza, que ganó y reafirmó su posición. Pero la negociación del presupuesto, el del 2017, vuelve a estar sobre la mesa, y si bien esta vez ha sido admitido a trámite, la volubilidad de los antisistema impide asegurar que llegará a buen puerto. De hecho, la CUP, que sigue siendo necesaria para la mayoría soberanista del Parlament, es también un constante dolor de cabeza para Puigdemont. Por ello, el presidente ha hecho del acercamiento a los comunes de Ada Colau uno de los objetivos de su mandato (pese a suscitar reticencias en su propio partido). Porque no ignora que el proceso carece de una mayoría social suficiente y que, sin ella, todos sus esfuerzos serán vanos.
En la encuesta recién publicada por este diario, Puigdemont aparecía como el candidato favorito de los electores del PDECat (35%), por encima de Artur Mas (10,3%). Pero su retirada pone en situación delicada a dicho partido, que ha pasado por un convulso congreso de refundación y que sigue cayendo en los sondeos, donde ERC le saca ya diez diputados de ventaja.
Podríamos concluir, por tanto, que si bien este año de presidencia de Puigdemont ha originado comentarios positivos, los seis meses que le quedan por delante en la Generalitat se anuncian muy movidos. Tanto por la viabilidad, aún incierta, del referéndum a cuyo éxito ha apostado su mandato, como por el estado de fragilidad en el que podría quedar su partido.