Socialismo roto
Descubrí la fotografía en el perfil del historiador Abdón Mateos. Es de la agencia Getty. Es sensacional. Fue tomada el 6 de marzo de 1980 en París. Cuatro hombres, hombres sólo, caminan sonriendo. Son, de derecha a izquierda, Mário Soares, François Mitterrand, Bettino Craxi y Felipe González. Detrás está Lionel Jospin. Pero por entonces los que cuentan, y en breve contarían más, son esos cuatro: los líderes del socialismo del sur de Europa. Falta muy poco para que el poder sea suyo. Falta un año para que Mitterrand sea elegido presidente de la República, dos y medio para que González presida el Gobierno de España y al cabo de tan sólo tres Soares será primer ministro en Portugal y Craxi presidente del Consejo de Ministros italiano.
Cogidos por el brazo, los unos anudados a los otros, parece que formen algo más que una alianza. Más bien parece como una cadena. Digamos que en esa fotografía alegre parece atisbarse el inicio de la primavera socialdemócrata. Constatemos que esa sonrisa compartida ha desaparecido del rostro del socialismo europeo. La próxima mueca puede que pronto la veamos en Francia. La cadena se ha roto.
Soares, fallecido hace tres días, tuvo que ver bastante con esa primavera encabalgada al fin del invierno soviético. Fue un líder regional paradigmático de la guerra fría. Opositor a la dictadura de Salazar, evolucionó de la militancia comunista hacia el socialismo democrático en la década de refundación ideológica que fueron los cincuenta. Durante la primera mitad de los setenta, en el exilio parisino (donde se hizo masón), avanzó en la creación del Partido Socialista Portugués. En ese momento recibió el apoyo del socialismo francés y financiación alemana a través de la fundación del SPD. Los mismos apoyos los recabó cuando volvió a su país tras la revolución de los claveles.
Hay quien proyecta miradas de sospecha sobre aquellas redes de la Internacional Socialista, como si la mano oculta del capital hubiese impedido la implantación de regímenes de la verdad comunista. Más realista, tal vez, sería afirmar que aquellas redes posibilitaron el arranque de una nueva y auténtica ola democratizadora en toda Europa. Sigue el duelo.