La Vanguardia

Vestir de reina

- Fernando Ónega

Esto de trabajar de reina (de España o de cualquier otro país) tiene sus complicaci­ones. Primero, para ir de rebajas un día como hoy. A doña Letizia, que es la reina más próxima que tenemos, le gusta salir de compras, como a todas las mujeres y a la mayoría de los varones. Si hoy, por ejemplo, se deja seducir por las ofertas y se va a una zona de tiendas, tiene que ponerse unas gafas de sol que le tapen media cara, calarse una gabardina que le tape la otra media como si fuese una espía rusa trabajando para Trump, hablar con los dependient­es con acento rumano y cuidar lo que compra, no sea que un móvil la grabe comprando algo poco digno de Su Majestad: si es caro, porque es caro, y si es barato porque es barato.

Pero ese sería el episodio menor: mucha gente la ha visto en un centro comercial, incluso acompañada de sus hijas, y no ha pasado nada. Lo peor es cuando llegan los actos oficiales, que son la mayoría. Cuando después aparece en los telediario­s o en los periódicos del día siguiente, una multitud de expertos en imagen, moda, vestuario y otros aspectos de la estética caen sobre ella con sus doctas lecciones: que si le sienta bien el nuevo look, que si estaba mejor con un traje oscuro, que si ha cambiado de peinado, que si patatín, que si patatán.

Hay escrutador­es con una memoria excepciona­l y llevan cuenta de la última vez que lució un vestido o de cuántos modelos vistió en los últimos diez años. Como todos son catedrátic­os de estética, cada crónica se convierte en una lección magistral de cómo ha de vestir la reina de España.

La cosa se complica cuando en el mismo acto hay otra dama, como ocurrió en la pascua militar. Entonces la comparació­n es tentadora y aquello parece una competició­n de estilo y elegancia, en la que hay que proclamar ganadora. En este caso, menos mal, sólo se trataba del vestido; cuando vino Carla Bruni acompañand­o a Sarkozy, la foto se hizo subiendo las escaleras de la Zarzuela, ambas donas de espalda, y no se comparaban trajes; se comparaban culos, que las reinas y primeras damas también tienen. Es complicado esto de ser reina y examinarse todos los días. Y no de talento, sino de vestuario. No sé si compensa.

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