La Vanguardia

Los vecinos de don Patricio

En el cementerio de Saint Mary están enterrados 165.000 católicos. Uno de ellos es Patrick O’Connell, antiguo entrenador del Barça

- Rafael Ramos

Si en la vida es importante tener buenos vecinos, no digamos en el frío y oscuro viaje a la eternidad. Don Patricio no puede quejarse. Tiene las espaldas bien guardadas por setenta soldados belgas de la primera guerra mundial, cuenta para su entretenim­iento con la cantante Victoria Monks y el célebre cabaretero Danny La Rue, dispone para su curiosidad intelectua­l de poetas y escritores, puede hablar de política con el príncipe Louis Lucien Bonaparte, y si quiere informarse de lo que ha pasado en el mundo desde su muerte, allí está William Pitt Byrne, fundador y director del desapareci­do Morning Post. Para asuntos más delicados, tampoco andan lejos un par de espías alemanes.

El cementerio de Saint Mary es uno de los siete grandes de Londres por su valor artístico (capillas y mausoleos con imponentes esculturas de la época victoriana). Pero así como la tumba de Karl Marx en el camposanto de Highgate siempre tiene un ramillete de flores más o menos mustias y autocares enteros de turistas hacen una parada para rendir tributo al filósofo o saciar su curiosidad, la de Patrick O’Connell –el que fuera entrenador del Barça cuando estalló la guerra civil española– nunca tiene visitantes. Hasta hace poco ni tan siquiera había una lápida.

Saint Mary es el hogar de 165.000 almas, todas pertenecie­ntes a difuntos católicos, entre ellos O’Connell, quien tras jugar como defensa y centrocamp­ista de contención para el Manchester United, ser héroe de la selección irlandesa y entrenar en España al Santander, el Oviedo, el Betis (al que hizo campeón de Liga), el Sevilla y el Barça, se instaló en Londres y vivió de mala manera, sin trabajo, solo y arruinado, en los barrios de Queen’s Park, Kilburn y Kensal Green, no muy lejos del cementerio donde fue enterrado en 1959. Tenía 71 años.

De un lado está el navegable Grand Union Canal, que une Londres con Birmingham y donde mucha gente vive en barcazas. Del otro la Harrow Road, una de las principale­s arterias del norte y oeste de la capital, que va desde Paddington hasta cerca del aeropuerto de Heathrow, con un trazado que sigue igual desde el siglo XVIII, con mínimas variacione­s. Un pequeño muro de ladrillo separa Saint Mary del cementerio aún más grande y monumental de Kensal Green, de estilo gótico, inspirado en el Père Lachaise de París e inmortaliz­ado en un poema de G.K. Chesterton. Todo está un poco destartala­do, con tumbas cubiertas por hierbajos, musgo, caminos tapados por la hojarasca y un aire general de decadencia que le da un aspecto lúgubre y sombrío. Don Patricio (como le apodaron los seguidores del Betis) yació en una tumba anónima hasta hace muy poco, cuando tras una campaña a la que aportaron dinero personajes del mundo del fútbol como Johan Cruyff, David Beckam, Ronald Koeman, Franz Beckenbaue­r, Luis Figo, Oliver Kahn y Martin O’Neill, se instaló una sencilla lápida de mármol con la siguiente inscripció­n: “Patrick Joseph O’Connell, 18871959, recordado por muchos en Irlanda, Inglaterra y España”. Olvidado durante mucho tiempo, en los últimos años el míster ha sido objeto de homenajes en Barcelona, Sevilla y Santander, y hasta dispone de su propio rincón el Museu del Barça.

Si siente nostalgia de su etapa en el fútbol español (además de entrenar al Barça ganó la única Liga en la historia del Betis y logró que el Santander estuviera entre los equipos que jugaron el primer campeonato español en 1929), no tiene más que saltar el muro de ladrillo o las planchas metálicas que lo sustituyen allí donde se ha caído, caminar un centenar de metros por la Harrow Road, e irse a tomar una caña y una tapa de pulpo a feira –como hacía en el barrio sevillano de Santa Cruz– en el Centro Gallego, lugar de reunión de la comunidad gracias a una parabólica que permite ver todos los partidos.

La vida y la carrera de O’Connell estuvieron marcadas por los conflictos bélicos. Tras estallar la primera guerra mundial y suspenders­e las competicio­nes futbolísti­cas, trabajó en una fábrica de municiones de Londres. Después del armisticio no pudo conseguir equipo en Inglaterra, jugó una temporada en el Dumbarton escocés, se hizo cargo como entrenador del Ashington, dejó a su mujer y sus cuatro hijos, y se fue a España, donde en 1922 se hizo cargo del Santander. Tras triunfar en el Betis, el Barça se fijó en él. Pero estalló la guerra civil y el presidente que lo fichó, Josep Sunyol, un nacionalis­ta catalán de Esquerra Republican­a, fue asesinado por los fascistas en la Sierra de Guadarrama.

A pesar de su exitosa carrera como técnico, O’Connell murió en 1959 completame­nte arruinado

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BEN STANSALL / AFP En primer término, la tumba de O’Connell en el cementerio de Saint Mary en febrero del 2015
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LA VANGUARDIA
FUENTE: Google Earth LA VANGUARDIA
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