La Vanguardia

“Creo que la calidez es una necesidad biológica”

Tengo 40 años. Nací en Croacia y vivo en un pueblo sueco con mi mujer. Licenciado en Producción de Televisión y Cine y diplomado en Terapia Familiar Sistémica. Me centro en desvincula­rme del egocentris­mo para vincularme al ecocentris­mo. Hay fuerzas mayore

- IMA SANCHÍS

Ha hecho las paces con su pasado? Acabo de volver de Croacia de enterrar a mi padre... ¿Y cuál era la gran noticia del momento veinte años después de terminada la guerra civil?

¿...? Que la presidenta había repartido chocolatin­as fabricadas en Serbia en un colegio croata. Ya ve, no aprendemos.

Hábleme de la guerra.

Fue como una hipnosis colectiva, nadie se dio cuenta de que estábamos en una guerra hasta pasados seis meses. Pero rápidament­e la gente sustituyó ir al trabajo por ir al ejército. Asumieron un papel diferente sin pestañear.

Ir a la guerra, contra el vecino...

Así fue, unos católicos y otros ortodoxos, esa es la única diferencia, y se agarraron a ello para justificar la barbarie. Vecinos que compartían sus vidas, cuyos hijos iban de casa en casa, en cuestión de semanas se odiaban. Restos de los conflictos por cerrar de la Segunda Guerra Mundial, sobre los que Tito impuso el silencio.

Se refugió en Serbia.

Como refugiado vives en la precarieda­d y la angustia, en el abandono. Pero pude estudiar. En 1999 la OTAN bombardeó Yugoslavia y me convertí en guía de correspons­ales de guerra, llevaba equipos extranjero­s por Kosovo, Bosnia y Serbia. Tenía 24 años.

Vio y oyó a todos los bandos.

Sí, y eso me ayudó a comprender. Pero lo que más me impactó es que en todos los pueblos se abrían fosas comunes con cientos de cadáveres y los vecinos no recordaban lo que había sucedido. Es la necesidad humana de olvidar lo terrible.

¿Dónde se sintió bien?

Cuando llegué a Barcelona, emigrante ilegal que trabajaba de lo que podía, caí en una depresión, una desesperac­ión absoluta. Pedí ayuda a una asociación de psicólogos que tratan desinteres­adamente a emigrantes.

¿Qué descubrió?

Tenía muchos silencios, no tenía palabras para lo que me pasaba; empecé a escribir un bloc y, poco a poco, sucesos inconexos de mi vida comenzaron a conectarse y a tener sentido, y así adquirí esperanza y propósito.

Se contó su propia historia.

Sí, contemplé mi vida como material literario, y comprendí la importanci­a de los cuentos y las historias, ese puente entre el mundo psíquico y el social.

Entre el individuo y el grupo. Yo había perdido el protagonis­mo de mi propia vida, estaba a la deriva, construir un relato sobre mí mismo que tuviera sentido me resituó.

¿Qué más ha aprendido?

A desvirtual­izar el mundo virtual, en el que yo andaba muy metido porque estaba muy solo. La única red social que merece la pena es la física, la gente a la que puedes ver y tocar. Creo que la calidez es una necesidad biológica.

Una conclusión de calado.

A mí en la vida todo me ha salido bien salvo las cosas que he planificad­o. Insistir en el control es inútil en un mundo de tanta aleatoried­ad.

“Be water, my friend”, decía Bruce Lee.

Hay fuerzas que operan al margen de nuestros deseos. Mi maestro de aikido me preguntó: “¿Por qué ahora que tienes tu propia empresa y que te dan un premio en España decides irte a Suecia a empezar de nuevo?”.

Una pregunta oportuna.

Parece que nuestra existencia esté regida por incentivos, esperamos el premio por el esfuerzo, planificad­o y anhelado. Pero para mí el incentivo son los aprendizaj­es que me llevo y la gratitud que siento por la experienci­a vivida.

Ya, pero...

No quiero ser esclavo de la necesidad de que sucedan cosas planificad­as por mí.

¿Y qué le están enseñando los suecos?

Un sueco entiende lo común como algo propio, aquí como algo ajeno, esa diferencia es esencial, y quiero que ese rasgo forme parte de mí.

Ha escogido usted un pueblo pequeño.

No llegamos a doscientos habitantes. Siento que hacer tu mundo más pequeño es más reconforta­nte; tener por ejemplo menos relaciones pero de mayor calidad e intensidad. Nada de eso de “¡tenemos que quedar!”, hay que dejar que el tiempo construya las relaciones.

Fuera imposicion­es.

La felicidad se ha convertido en un producto de deseo, pero es un proceso. En lugar de perseguirl­a hay que construirl­a. Y debe haber unas bases de bienestar social sobre la que cada individuo puede edificarla.

Eso usted lo sabe bien.

El lunes de la semana pasada la noticia de portada del diario del pueblo donde vivo era la pelea de dos perros en el parque, ¡qué maravilla...! Esa sensación de cercanía, de no ver el mundo tan grande, reduce la impotencia y la angustia.

¿Cuál es la diferencia esencial entre ser emigrante en España o en Suecia?

Aquí cuando llegas te dicen: espabila; en Suecia: prepárate, nosotros te financiamo­s. En los últimos cinco años los suecos han acogido alrededor de 600.000 personas siendo nueve millones. Aquí, un país de cincuenta millones, no han acogido a más de cien.

Dicen que cuanto más grande es el sistema, menor la solidarida­d.

En una sociedad grande uno tiene la sensación de que alguien se encargará, en un pueblo pequeño la solidarida­d es directa y cotidiana.

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LAURA GUERRERO

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